Páginas

martes, 24 de enero de 2012

Capítulo 8: Pitufina.

Nicolás y yo caminábamos por el pasillo que iba directo al patio del instituto.
-¿De qué hablabas con Irene? –me preguntó, indiferente.
-Pues… Nada, de nuestros nombres.
-¿De vuestros nombres? Bueno, en todo caso no sé cómo has conseguido que esa chica hable.
-Sí, de los significados de cada uno. Yo también la veía muy callada… Y quiero intentar cambiar eso.
-¡Ja! Pues buena suerte –exclamó sarcásticamente, sacando una de sus sonrisas.
-¿No crees que lo consiga? Para tu información, hoy he hablado bastante con ella.
-Ya, claro. Como si hubiera mucho que decir sobre nombres…
Le di un empujón cariñoso y cruzamos la puerta que llevaba al patio. Hacía bastante frío hoy, así que cogí mi chaqueta y me la abroché del todo.
-Hace frío, eh…
-Ni que lo digas.                                        
Nos sentamos en una mesa de picnic que había cerca. Sacamos nuestros almuerzos y nos dispusimos a comerlos. Nicolás se trajo un bocadillo de chorizo con un zumo de piña. Yo, por mi parte traía un sándwich de lo más saludable, un zumo de naranja y una manzana.
-Vaya, creo que soy amigo de una obsesa por engordar.
Lo miré fijamente, extrañada.
-¿Tienes algún problema?
-Ninguno. Sólo que eso no es lo que se suele traer la gente aquí para comer.
-Mira qué casualidad, que yo no soy de esas.
Se quedó mirándome y sonriendo por lo bajo un rato. Después de unos segundos decidió empezar a comer. Pasamos así casi todo el recreo, con alguna que otra broma, hasta que un chico de unos quince centímetros más que yo se acercó a nuestra mesa:
-Vaya Nico, parece que te has hecho una amiga, ¿no?
Ese chico me sonaba de haberlo visto. Se notaba que había pasado horas en el gimnasio.
-Déjame en paz –soltó Nicolás, cabizbajo y con un tono de voz bastante diferente, apagado.
-¿Por qué? Voy a estropearte el único intento de acercarte a una tía que vas a tener en tu vida, ¿no?
Los chicos que lo acompañaban le reían la gracia al chico. Entonces caí en la cuenta. El día que llegué a este pueblo, mientras Nicolás me enseñaba un poco los alrededores, ese tío se metió con él, y sus amigos también.
-Eh, métete con alguien de tu tamaño, ¿entendido? –le ordené. Enseguida me había levantado y lo miraba con los ojos ardiendo de furia. Odiaba a todos los matones que van así por la vida, intentando estropear las de los demás.
-¡Oh! Mira quién fue a hablar, ¡pero si es Pitufina!
-¡Oh! ¿Todavía los ves? Porque para que te sepas los nombres…
El chico se quedó paralizado unos segundos. No podía creer que yo, una chica estuviera haciéndole pasar eso ahora mismo. Ni sus amigos lo ayudaban.
-Pitufina, tengo una hermana pequeña de cuatro años y los ve todos los días –creía que estaba salvado, pero no, porque Nicolás interrumpió su frase.
-Pablo, tú hermana tiene doce años, no cuatro.
Pablo. Desde que Nicolás había pronunciado ese nombre me había quedado con los ojos en blanco, nerviosa. Así se llamaba el chico con el que salió hace tiempo, el chico popular… Encima, también era el más popular aquí.
-¡Y tú que pintas aquí, Nico! Oh, parece que a tu amiga le pasa algo. Puede ser que te ha visto y se ha asustado, pobre.
No le dio tiempo a decir nada más. Descargué todas las fuerzas que había estado acumulando en un puñetazo, que le alcanzó toda la mejilla y parte del ojo. Se escuchó un pequeño gemido de dolor, puede que sea una chica, pero eso no quita que no pueda darle su merecido a alguien. Puede que después de esto, Pablo no volviera a acercarse a Nicolás. Ni a él ni a ningún otro chico.
-¡Alumnos! ¿Es que todavía no habéis entrado? Vamos, las clases comenzarán en unos minutos –nos avisaba una profesora.
Ninguno dijimos nada, sólo nos mirábamos. Estábamos sorprendidos, confundidos. Los amigos de Pablo no se creían lo que yo acababa de hacer, y por lo visto, Nicolás tampoco. Por fin, uno de los amigos del matón interrumpió el incómodo silencio:
-Vámonos, olvida a estos niñatos.
Pablo le siguió, y los otros chicos también fueron tras los dos. Nicolás me miró y acto seguido me abrazó:
-¡Tía! Creo que eres la única chica aquí capaz de hacer eso.
-Creo que soy diferente.
Reímos y nos encaminamos a las clases. La verdad es que ninguno de los días que estaba pasando en este pueblo estaban siendo normales. 

0 comentarios:

Publicar un comentario