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viernes, 27 de enero de 2012

Capítulo 9: Notas.

 Tocaba clase de ciencias sociales. De todo el temario, sólo me interesaba la forma de vida de las personas en otras épocas, cosa que ahora mismo estábamos dando. Íbamos por la Edad Media, justo la época que más me gustaba.
-Puf, de verdad, Kay… No sé como te puede gustar sociales. Es un verdadero aburrimiento.
-¡Tan aburrido no es! Y menos esto, la Edad Media. ¿No te interesa cómo eran hace algunos años?
-¿Sólo algunos años? –Nicolás rio e introdujo las manos en sus bolsillos. Simples actos como ese hacían que bajara la cabeza y sonriera para mí misma.
-Bueeeeno. Ah, mira; ya estamos aquí. Entremos rápido.
Entramos y nos sentamos en nuestros sitios. Lancé un saludo a Irene, la que me contestó con una tímida sonrisa. A nadie le dio tiempo de hacer algo más, pues la profesora acababa de entrar y estaba dando golpes en la pizarra, en señal de que todos nos calláramos. Cuando por fin le hicimos caso, dijo una página del libro y comenzó con la clase.

-Eh, ¿de verdad no te aburre?
-¡Shhh! Al final te pillan, y nos castigan a los dos.
A veces Nicolás se ponía terriblemente pesado mientras la profesora explicaba. Cuando se aburría, se dedicaba a charlar con alguien. Al cabo de unos segundos en silencio, pensando que por fin había cedido y que se iba a callar, una bola de papel me dio en la cabeza, con una letra un poco deforme en la que ponía:

Bueno, bueno, pues si no quieres hablar oralmente tendrá que ser por cartas. ¿Sabes que ahora toca música, no? Espero que tú también te hayas apuntado, porque nos lo pasamos genial en clase de Miriam, la maestra. Además, dijo que tenía algo especial preparado para el día de hoy.

Cuando terminé de leer la carta arranqué un trozo de hoja de mi libreta y cuidando de que la profesora no se diera cuenta, escribí mi contestación:

¿Pero tú no te das cuenta de que lo que yo quiero es NO hablar? Que nos van a pillar, verás. Y sí, me apunté a las clases de música. Me encantan, aunque en mi anterior instituto se hacían un poco… Aburridas. Pues haber cual es  la “sorpresa”, ¿no?

Leí un par de veces mi nota, añadí un emoticono sonriente al final del todo, doblé el papel y se lo tiré a Nicolás. Este, estaba embobado mirando al frente, y cuando mi cartita le dio en la cara y lo despertó tan repentinamente, reprimí una gran carcajada. Al darse cuenta del papel, me miró sonriente, lo leyó y se dispuso a escribirme de nuevo. Cuando terminó, yo estuve pendiente, y en consecuencia cogí la carta al vuelo. Miré a la profesora para asegurarme de que no me iban a pillar y me puse a leer:

¡Y por qué no! Si es muy divertido hablar en las clases. Me alegro de que te hayas apuntado a las clases, ya verás como te gustan. Si es que… Aunque creas que no, este pequeño pueblo tiene mucho que enseñarte, y una de las cosas es que no todo lo bueno está en tu queridísima ciudad. Ya mismo la descubriremos, porque quedan cinco minutos para que toque la sirena.

Empecé a escribir una carta respuesta, antes de que pitara:

Sí, pero lo que no es divertido es ver un cero patatero en el próximo examen. Pues sí, eso espero. Hmm, ¿estás intentando enseñarme una buena lección? Jajajaja.

Le lancé la carta, y fue terminar de leerla y no darle tiempo a más, pues la sirena acababa de tocar y los alumnos se movían hasta la siguiente clase, música para algunos. 

martes, 24 de enero de 2012

¡Quiero ideas!

Desde que empecé a tener lectores, me he estado dando cuenta de que si no digo que me digáis alguna opinión, la mayoría se dedica a leer y a esperar al siguiente capítulo... Y este es el por qué de esta entrada.
Me gusta mucho leer las críticas de la gente que me lee. Lo que le ha encantado, en lo que he fallado, algo que podría mejorar... Si de vez en cuando me escribís con cosas de ese tipo, llegará el momento en el que la novela se adapte mejor a vosotros y a los demás. Creo yo, que así todos salimos ganando, ¿no? ;)
Y bueno, no hace falta que diga que me digáis si estáis ansiosos por saber del próximo capítulo o si os daría igual, si queréis que mejore algo en el blog... Insisto en todo esto porque mucha gente se abstiene pensando que me lo podría tomar mal y al revés, si no me decís nada pues pienso que no os entusiasma mucho y incluso podría dejar de escribir, como mil veces me ha pasado. 

Jajaja Bueno, el capítulo 8 está recién publicado, espero que os esté gustando :D Adiós <3

Capítulo 8: Pitufina.

Nicolás y yo caminábamos por el pasillo que iba directo al patio del instituto.
-¿De qué hablabas con Irene? –me preguntó, indiferente.
-Pues… Nada, de nuestros nombres.
-¿De vuestros nombres? Bueno, en todo caso no sé cómo has conseguido que esa chica hable.
-Sí, de los significados de cada uno. Yo también la veía muy callada… Y quiero intentar cambiar eso.
-¡Ja! Pues buena suerte –exclamó sarcásticamente, sacando una de sus sonrisas.
-¿No crees que lo consiga? Para tu información, hoy he hablado bastante con ella.
-Ya, claro. Como si hubiera mucho que decir sobre nombres…
Le di un empujón cariñoso y cruzamos la puerta que llevaba al patio. Hacía bastante frío hoy, así que cogí mi chaqueta y me la abroché del todo.
-Hace frío, eh…
-Ni que lo digas.                                        
Nos sentamos en una mesa de picnic que había cerca. Sacamos nuestros almuerzos y nos dispusimos a comerlos. Nicolás se trajo un bocadillo de chorizo con un zumo de piña. Yo, por mi parte traía un sándwich de lo más saludable, un zumo de naranja y una manzana.
-Vaya, creo que soy amigo de una obsesa por engordar.
Lo miré fijamente, extrañada.
-¿Tienes algún problema?
-Ninguno. Sólo que eso no es lo que se suele traer la gente aquí para comer.
-Mira qué casualidad, que yo no soy de esas.
Se quedó mirándome y sonriendo por lo bajo un rato. Después de unos segundos decidió empezar a comer. Pasamos así casi todo el recreo, con alguna que otra broma, hasta que un chico de unos quince centímetros más que yo se acercó a nuestra mesa:
-Vaya Nico, parece que te has hecho una amiga, ¿no?
Ese chico me sonaba de haberlo visto. Se notaba que había pasado horas en el gimnasio.
-Déjame en paz –soltó Nicolás, cabizbajo y con un tono de voz bastante diferente, apagado.
-¿Por qué? Voy a estropearte el único intento de acercarte a una tía que vas a tener en tu vida, ¿no?
Los chicos que lo acompañaban le reían la gracia al chico. Entonces caí en la cuenta. El día que llegué a este pueblo, mientras Nicolás me enseñaba un poco los alrededores, ese tío se metió con él, y sus amigos también.
-Eh, métete con alguien de tu tamaño, ¿entendido? –le ordené. Enseguida me había levantado y lo miraba con los ojos ardiendo de furia. Odiaba a todos los matones que van así por la vida, intentando estropear las de los demás.
-¡Oh! Mira quién fue a hablar, ¡pero si es Pitufina!
-¡Oh! ¿Todavía los ves? Porque para que te sepas los nombres…
El chico se quedó paralizado unos segundos. No podía creer que yo, una chica estuviera haciéndole pasar eso ahora mismo. Ni sus amigos lo ayudaban.
-Pitufina, tengo una hermana pequeña de cuatro años y los ve todos los días –creía que estaba salvado, pero no, porque Nicolás interrumpió su frase.
-Pablo, tú hermana tiene doce años, no cuatro.
Pablo. Desde que Nicolás había pronunciado ese nombre me había quedado con los ojos en blanco, nerviosa. Así se llamaba el chico con el que salió hace tiempo, el chico popular… Encima, también era el más popular aquí.
-¡Y tú que pintas aquí, Nico! Oh, parece que a tu amiga le pasa algo. Puede ser que te ha visto y se ha asustado, pobre.
No le dio tiempo a decir nada más. Descargué todas las fuerzas que había estado acumulando en un puñetazo, que le alcanzó toda la mejilla y parte del ojo. Se escuchó un pequeño gemido de dolor, puede que sea una chica, pero eso no quita que no pueda darle su merecido a alguien. Puede que después de esto, Pablo no volviera a acercarse a Nicolás. Ni a él ni a ningún otro chico.
-¡Alumnos! ¿Es que todavía no habéis entrado? Vamos, las clases comenzarán en unos minutos –nos avisaba una profesora.
Ninguno dijimos nada, sólo nos mirábamos. Estábamos sorprendidos, confundidos. Los amigos de Pablo no se creían lo que yo acababa de hacer, y por lo visto, Nicolás tampoco. Por fin, uno de los amigos del matón interrumpió el incómodo silencio:
-Vámonos, olvida a estos niñatos.
Pablo le siguió, y los otros chicos también fueron tras los dos. Nicolás me miró y acto seguido me abrazó:
-¡Tía! Creo que eres la única chica aquí capaz de hacer eso.
-Creo que soy diferente.
Reímos y nos encaminamos a las clases. La verdad es que ninguno de los días que estaba pasando en este pueblo estaban siendo normales. 

¡Decidido!

Bueno, aunque no mucha gente me ha hecho caso en lo de decirme cada cuánto podría subir capítulo, yo junto con un par de opiniones he llegado a la conclusión de que subiré capítulo cada 2 días. Entonces, para que no haya líos sería algo así:

Lunes --- Martes --- Miércoles --- Jueves --- Viernes --- Sábado --- Domingo


Lo que está en rojo es cuando habría capítulo. Naturalmente, la segunda semana cambiaría, porque no va a hacer el domingo y el lunes capítulo xDDDD

Creo que ha quedado bastante claro. Ya sabéis, si tenéis alguna sugerencia, alguna pregunta... ¡lo que sea! Comentario en el blog, comentario en el tuenti del libro (Kay Ilusionesconletras)... También podéis enviarme un correo a: ilusionesconformadeletras@hotmail.com, aunque ahí tardaré mucho en leerlas.

Un beso a todos :3

jueves, 19 de enero de 2012

¡Noticias importantes!

¡Hola! ^-^

Resulta que hoy, buscando formas de dar a conocer la historia, se me ocurrió la idea de crear un tuenti exclusivo para el blog, como había hecho con otra novela antes. El fin de esa cuenta es ir agregando a personas y hablarles un poco de todo esto, y bueno, aparte de todo eso, en él voy a avisar de... Prácticamente todo. De cualquier novedad, de cuando suba capítulos... Este último lo digo para la gente que no se da cuenta aun siendo seguidor del blog, para que tenga el tuenti agregado y que sólo tenga que esperar a ver en el estado nuevas notificaciones. El tuenti es: Kay Ilusionesconletras, y para verlo directamente sólo tienes que pinchar aquí.

También quería hablaros de otra cosa. Como subo capítulos cada vez que me acuerdo y ya estoy harta de eso, quiero que me digáis cada cuánto os gustaría que subiera capítulo al blog. Os pido que no paséis de esto, porque si no puede que la gente se aburra de esperar, o que a algunas no les haya dado tiempo. Podéis decirme vuestras opiniones por comentario en el blog o por comentario en la cuenta de tuenti mencionada anteriormente.

Con esto termino. Muchas gracias por todo, con sólo leer lo que escribo me llenáis de felicidad :)

miércoles, 18 de enero de 2012

Capítulo 7: Debes creer en ti.

-¿Qué hora es ya?
-No me he traído el iPhone.
-Bueno, tampoco es que fueras a hacer mucho con ese trozo de ciudad aquí.
Los dos reímos durante unos segundos. Lo cierto era que se me había olvidado el cargador en mi casa de Madrid. No creía que allí hubiera tiendas de informática, y mucho menos cargadores para iPhones. Seguramente ni sabrían de lo que se trataba. Cuando quisimos darnos cuenta estábamos por los pasillos del instituto pintado con pota de los alumnos.
Nuestras taquillas estaban considerablemente cerca, enfrente de la mía por decirse así. ¿Cosa del destino? No sabía exactamente.
-Puf, ahora os toca biología. No creo que te guste la profesora.
-¿Por? ¿Qué tiene de malo? –todavía no la había visto, sólo a 6 profesores el día anterior.
-Pues la verdad, es que es bastante… extravagante. Hace las cosas a su manera, y si no te gusta, te aguantas. O te cae bien o te entran ganas de tirarle un pupitre a la cabeza, yo estoy en el segundo grupo.
-Jajaja, ahora veremos en cuál me uno yo.
Y como si el destino otra vez lo hubiera querido así, justo cuando terminé de decir esa frase sonó la campana del instituto, que indicaba que todos deberíamos irnos a nuestras respectivas clases.
El instituto podía hacerse tan monótono a veces… Sólo había gente andando de un lado para otro, sin mirarte –la mayoría- y sin hacer algún esfuerzo por conocerte. En el mío, si eras alguien no te trataban así, pero yo había estado en los dos grupos, y la verdad es que prefería quedarme en el que pasan de ti.
-Vamos, que tú no has visto a la lechuga cuando se enfada –empezó a advertirme mientras caminábamos hacia muestra aula.
-¿La lechuga? –reí seguidamente.
-Sí, la profesora que te estoy diciendo, la de biología. Le pusimos ese mote cuando llegó aquí hace un año y pico. Ya verás por qué.
-He escuchado motes raros para profesores y para alumnos, pero la verdad es que ninguno se había llamado lechuga.
No nos dio tiempo a decir nada más. Justo en ese momento acabábamos de llegar a la puerta de nuestra clase y la que suponía que sería “la lechuga” estaba en la puerta dándoles prisa a los demás chicos para que entraran. Era una mujer que seguro que rondaba los 50, con el pelo pelirrojo y con el tacto de una esponja. Naturalmente, no se lo había tocado, era lo que aparentaba. Llevaba unos vaqueros claros y una camisa ancha color naranja. También llevaba unas gafas colgadas del cuello, y un bolso más grande que ella seguro.
-¡Vamos! ¿Qué hacéis todavía aquí? Nicolás, ¿ésta es la nueva?
-Sí, señorita.
-Bueno, dejémonos de charla. Entrad, ¡rápido! Cuando entre quiero veros a todos con los libros abiertos por el tema que estamos viendo.
Sin rechistar, entramos dentro, nos sentamos y nos dispusimos a sacar el material de clase. Cuando saqué el libro, caí en la cuenta de que no tenía ni idea del tema que estaban estudiando en este momento, así que le pregunté a Irene, la callada de mi lado:
-Irene, ¿qué tema estáis dando?
Ella me miró con desconfianza. Se apartó su precioso cabello rubio del rostro y se quedó varios segundos observándome. ¿Tenía algo en la cara? A lo mejor la había molestado. No me dio tiempo a pensar más, pues me contestó con un hilo de voz que me costó oír:
-Vamos… Vamos por el tema cuatro.
-Ah, vale. Muchas gracias, Irene.
Pasaron unos segundos de silencio entre nosotras dos.
-Te has acordado de mi nombre.
-¿Cómo no iba a hacerlo? Eres mi compañera, además es un nombre precioso.
-No lo creo, significa paz. Creo que va perfecto conmigo.
-Sí, yo también lo creo, eres muy tranquila, y eso es agradable.
-Jajaja, gracias, pero no creo que los demás piensen lo mismo. A los chicos sólo les gustan las chicas extrovertidas que suspenden y que no tiene vergüenza de casi nada.
-¿Sabes? Yo antes pensaba como tú, pero he entendido que eso son sólo la mayoría. Hay una minoría, y te aviso, esa minoría es muy pequeña, que de verdad se interesan por las chicas más calladas, románticas y con ese encanto dulce.
-No lo creo… ¿Y tú nombre qué significa?
-¿El mío? Kay, significa Celestial.
-Oh, eso sí que es bonito. Seguro que estás destinada a triunfar como nadie.
Qué gracia, parecía como si hubiera hablando antes con mis padres.
-Pues a mí me parece que no…
-Kay, veo en ti… Veo que no tienes claro lo que quieres. Lo que quieres ser. Pero si de verdad de propusieras encontrar esa chica que debajo de todas esas capas escondes, seguro que serías genial. Debes…
No le dio tiempo a terminar su frase. “La lechuga” había entrado en la clase y había dado un gran portazo, con el que toda la clase se sobresaltó y calló de inmediato. Luego se escucharon algunos “¡Profesora! ¡     Que te cargas la puerta!” o algún “Cómo estamos hoy…” pero enseguida la maestra mando a callar a los pocos que quedaban charlando, y comenzó a dar su clase:
-Hola a todos. Como ya sabéis, odio perder tiempo. Así que bueno, vamos a empezar dejando 5 minutos para que todos leáis las páginas noventa y noventa y uno. A partir de ya.
En esta clase parecía que nadie protestaba. En la mía no había momento en el que todos estuvieran callados a la vez.
Leímos, comentamos, hicimos ejercicios, leímos más, copiamos MUCHOS deberes para casa, y después de todo eso, pasó la primera hora del día. Lo cierto es que la estaba deseando para poder decirle a Irene que terminara su frase, que me había quedado con la intriga de saberlo. Pero al instante la profesora volvió a mandarnos a callar, y es que ella iba a quedarse la segunda hora porque el profesor de Química había faltado. Hicimos más ejercicios, leímos más páginas y las resumimos, y cuando esa segunda hora terminó y por fin creía que podía preguntarle a Irene cual era el final de su frase, la vi yéndose por la puerta, a algún refuerzo. Maldije el momento, y continué en mi sitio. Cuando por fin terminó la tercera hora, esperé a Irene en mi sitio, pero no tardó más de un par de minutos en volver al aula. Las dos cogimos nuestros correspondientes desayunos y cuando lo cogí rápida, me acerqué a ella y le pregunté:
-¿Cómo ibas a acabar la frase que me dijiste al comienzo del día?
¿Y si se le había olvidado? Habría quedado como una gilipollas aparte de una cotilla. Después de unos segundos callada, por fin me contestó:
-Debes creer en ti.
Y diciendo esto, Irene soltó una pequeña risa y salió disparada por la puerta. Yo me quedé mirándola asombrada. Le había quedado de película, aparte de que eso que le había dicho no era muy común. También, no es que Irene hablara mucho con los demás, y en el día de hoy se había soltado mucho, más de la cuenta si lo miraba bien.
-¿Salimos fuera? –me preguntó Nicolás con esbozando una de sus sonrisas.
-Claro que sí, salgamos. 

miércoles, 11 de enero de 2012

Capítulo 6: Reflexiones.

- ¿Seguro que no quieres más? –Insistía mi abuela-, ¡Casi no has tocado el plato!
- De verdad, que no tengo más ganas. Sólo quiero subir a mi cuarto.
- ¿De verdad no te apetece algo más?
- Que no, lo prometo.
Después de una mirada de aprobación a la fuerza, les di un beso a mis abuelos y subí las escaleras hacia arriba. Miré la hora en mi móvil mientras llegaba al segundo piso. Las 22:30. Tenía bastante sueño, así que anduve hasta mi habitación, cogí un pijama blanco con motivos florales –un poco pijo para mi gusto, pero era muy calentito ese pijama- y corrí al cuarto de baño. Lo bueno de esta casa es que tenían parqué, y por lo tanto, el suelo no estaba terriblemente frío en esta época, y no tenía que ir de puntillas a los sitios.
Cuando llegué al baño, me dispuse a ponerme el pijama. Me quité todo lo que llevaba en la parte superior y por un momento me detuve a mirarme al espejo. ¿Había adelgazado? Un poco. Vale, un poco más. No era mi culpa, así era mi cuerpo y no podía cambiarlo. Decidí no darle más vueltas y continuar cambiándome de ropa. Al terminar, maldije no haberme traído toallitas. Rebusqué en los muebles del cuarto, hasta que di con un paquete a estrenar. Tuve suerte, cogí un par de toallitas y me empecé a quitarme el poco maquillaje que tenía. Lo más difícil eran los ojos. Me lo conseguía quitar, pero siempre se quedaba un poco de negro por alrededor, y parecía una muerta viviente, aparte de mis espantosas ojeras. Cuando terminé me quedé un rato mirándome en el espejo. Había cambiado, estaba diferente. Ya no era la misma que hace algún tiempo, pero quién es el mismo que hace algún tiempo. Tu vida puede ir estupendamente bien, pero entonces te cruzas con un bache que en vez de hacer que des un simple bote en el coche, hace que te desvíes completamente de la carretera y por mucho que intentes volver a estar como antes, todo ha estado dañado y nunca podrá volver a estar completamente igual. Tampoco es que lo quisiera, pero debía aceptar que hace un año y pico era mucho más feliz que ahora, aunque esté cambiando. Sí, sólo lleva un día y no sabía si un poco más en este pueblo. Sin conexión a Internet, sin poder hacer llamadas, sin conocer a nadie… Mi peor pesadilla, o al menos eso creía. Pero ahora me estaba dando cuenta de que tal vez todo esto no fuera tan malo, y esto le estuviera enseñando cual es la verdadera Kay que hay en mi interior, no la que siempre enseñaba a los demás, la dura Kay. Tal vez el lugar, la gente, el aroma… No lo sabía con exactitud, lo que sí sabía es que no estaba aquí de casualidad, y que yo misma me lo había buscado.
Moví ligeramente la cabeza y me paré unos segundos para volver al mundo real. Ya basta de reflexiones. ¿Qué hora era ya? Las 22:56. Puf, casi las once de la noche. Cogí rápidamente el cepillo de dientes y unté un poco de pasta dental. Lo humedecí en el grifo y empecé a cepillarme los dientes. Al cabo de un par de minutos, me enjuagué bien la boca y me la sequé con la toalla más próxima. Me eché una última mirada en el espejo y volví a mi habitación. Coloqué el móvil en la mesilla de noche y me aseguré de que tenía la alarma puesta para el día siguiente. A cada segundo que pasaba, más sueño tenía. Cuando por fin lo tuve todo terminado y estaba lista para echarme a dormir, apagué la luz y me tiré a la cama, donde me tapé hasta el cuello con las 4 mantas que tenía por encima. Cerré los ojos. En ese instante, me acordé de Nicolás y del tiempo que había pasado hoy con él. Había sido una charla muy… Buena para los dos. Nos habíamos conocido, bueno, él me había conocido. Todavía tenía que contarme su vida amorosa, y todo sobre esas dos chicas que mencionó. Sonreí al recordar cuando casi me deja tuerta tirando piedras a mi ventana. Era tipo película, y me encantaba. Nicolás tenía esa increíble manera de hacer que por el tiempo que estuviera con él, me olvidará de todo mi pasado y que fuera yo misma, en ese momento, la de siempre. También se me vinieron a la mente recuerdos del primer día que pasé con él. Esa sonrisa suya, ese cabello rizado y alborotado tan suyo, esas pequitas alrededor y por la nariz, esas gafas que le daban su toque gracioso y dulce… Y así, pensando en esos momentos que había pasado con Nicolás y los que quedaban todavía por venir, me trasladé hasta el mundo de los sueños, donde todo era posible, donde todo lo que deseas se hace realidad.

- ¿Kay? ¡Vamos, arriba! –se oía con lejanía. ¿Todos los días iba a despertar así? Poco a poco, bajando de un dulce sueño. Entonces, escuché otra vez al inconfundible y molestoso gallo que anunciaba la llegada de la mañana. Me senté en la cama de un tirón y abrí los ojos como platos.
- Mierda.
Me destapé rápidamente y miré cogí mi móvil de la mesita de noche para mirar la hora. Sin batería.
- Mierda –volví a pensar.
Cogí como alma que lleva el diablo una camiseta con las siglas de Nueva York impresas, unos vaqueros y mis Converse. Corrí al baño y me cambié en un minuto. Me cepillé el pelo y me miré un poco en el espejo: No estaba tan mal, hoy pasaría de plancharme el pelo, no tenía tiempo. Saqué de la bolsa de aseo que había dejado allí un lápiz de ojos y empecé a perfilarlos. Al acabar, lo guardé y me di un toque de rímel. Cuando estuve lista, lo dejé todo en su sitio y bajé rápida a la cocina, esperaba que no fuera muy tarde.
- ¡Por fin estás aquí! Venga, cómete esta tostada y bébete este zumo rápida antes de que llegue la hora de irte, tu abuelo sale en unos minutos.
- Hoy no me voy con el abuelo, un compañero de clase viene a recogerme para ir juntos –le expliqué a mi abuela mientras me sentaba en la mesa y le pegaba un buen bocado a mi rebanada de pan.
- ¿Y ese compañero tuyo tiene el pelo como si no se lo hubiera peinado desde que nació? –solté una pequeña risa, se refería a Nicolás.
- Sí, algo parecido.
- Pues acaba de pasar por aquí hace un par de minutos, le he dicho que te estabas preparando y que siguiera adelante.
- ¡¿Qué?! –mastiqué como pude lo que tenía en la boca de tostada, me eché la mochila al hombro y despidiéndome con la mano salí pitando por la puerta.
Al salir a la calle, divisé unos andares a lo lejos que me resultaban de lo más familiar. Aceleré el paso mientras gritaba:
- ¡Eh! ¡Nicolás!
Enseguida, Nico se dio la vuelta y me recibió con un abrazo.
- ¡Oye! Creía que me habías dejado tirado.
- ¿Qué dices? Sólo me he quedado dormida, y no he podido desayunar por tu culpa.
- ¿Por mi culpa? ¿Qué he hecho yo ahora?
- Que no, que es broma, tonto. Vamos, que si no llegaremos tarde.
Y entre broma y broma, nos encaminamos hacia el instituto. Las mañanas se hacían más llevaderas con Nicolás al lado, esperaba que esto fuera así durante mucho tiempo.

viernes, 6 de enero de 2012

Capítulo 5: Un poco más el uno del otro.


 - La comida estará lista en unos 5 minutos, mientras tanto puedes ir poniendo la mesa –me pedía mi abuela.
Yo, sin rechistar, cogí los vasos, los cubiertos y todo lo demás necesario para comer y lo llevé hasta la mesa del comedor. Últimamente me estaba portando mejor, hasta yo lo notaba. Cuando terminé, encendí la vieja televisión y busque, como casi siempre, MTV. Por un momento creí que no estaría, pues no tenían televisión por cable, pero luego me acordé de que hace algún tiempo habían puesto esas cadenas más conocidas para todo el mundo, así que pude encontrar mi canal con la total comodidad. Cuando la encontré estaban echando videoclips, así que los dejé como fondo. Justo en ese momento, apareció mi abuela por la puerta con un bol de espaguetis bastante grande.
- ¿Todo esto es para nosotros? –pregunté asombrada.
Mi abuela rió, y entonces dijo:
- No, querida. También es para tu abuelo.
- Sigue siendo mucho para tres personas.
- ¿Pero qué coméis en Madrid? ¿Un trozo de pan del tamaño de una hormiga y agua?
Decidí no contestar y dirigirle una pequeña sonrisa. Se sentó a la mesa y comenzó a apartarse comida en su plato. Yo la miré sorprendida. Nunca había visto a una señora mayor comer tanto. Al ver mi abuela que yo me echaba mucho menos que ella, iba a rechistar sobre eso, pero, no sé el por qué, decidió morderse la lengua y callar. Al cabo de un pequeño rato, sonó una de las canciones que mejor me sabía; Someone like you, de Adele. Mi abuela al ver que cantaba la canción por lo bajo y bailaba como podía en la silla, sacó un tema de conversación:
- ¿Te gusta esa cantante?
- ¡Me encanta!
- ¿Cómo se llama?
- Adele, y hace algún tiempo estuvo en Madrid, donde hizo un concierto.
- Ah, sí… Oí algo. ¿Y tú fuiste?
- ¡Por supuesto! ¿Cómo iba a perdérmelo?
Ella volvió a reír. Seguramente, recordando los tiempos en los que ella estaba loca por algún grupo. O donde conoció a mi abuelo… La verdad es que tampoco tenía muchas ganas de saberlo. Las dos callamos durante unos segundos, y como si lo hubiera hecho a posta, de repente apareció mi abuelo por la puerta con su sonrisa de siempre, y nos saludó a las dos con un par de besos. Fue al cuarto de baño, se lavó las manos y se sentó con nosotras a comer. Cuando él se acomodó yo casi había terminado, así que llevé mis cubiertos y todo lo demás a la comida y subí arriba, a mi habitación.
Al llegar, me planteé que iba a hacer en las próximas horas si no tenía deberes, no tenía nada que estudiar –tampoco es que me fuera a poner a hacer cosas del instituto-, ni nada con lo que entretenerme. Dirigí la vista hacia la cama, donde esta mañana había dejado mi maleta sin deshacer todavía. Pero allí no estaba. Por pura lógica, miré en el armario empotrado del cuarto, y allí se encontraba todo mi vestuario ordenado completamente. Bajé y pregunté por qué estaba así, a lo que mi abuela contestó que no podía soportar ver la habitación tan desastre y que había sentido la necesidad de ordenarlo todo. Le di las gracias y me volví arriba. Me senté en la cama y decidí fijarme más en cómo era aquel sitio. Tampoco es que fuera feo el cuarto, pero no llegaba a gustarme. Las paredes estaban pintadas de un verde claro sin mucho color, y sólo había una cenefa por la pared, un par de cuadros al lado de la cama y una ventana en el lado derecho. Justo por donde estaba la puerta, estaba el armario y entonces me di cuenta de que en frente mía había un pequeño televisor. Esto es mejor que nada, pensé. Busqué el mando a distancia con la mirada y lo encontré en la mesa de noche. Lo cogí y lo encendí. Se podría decir que así pasé todo el día, viendo la tele en mi habitación, sin hacer nada más. Bueno, nada más aparte de pensar en la hermosa sonrisa de Nicolás. Tenía tal encanto natural que sin darte cuenta sonreías tú también. Pero no, él no era mi tipo. Además, enamorarse de alguien de este pueblo podría ser bastante peligroso, porque al vivir en Madrid todo se complicaría demasiado.
Eran las ocho menos cuarto cuando escuché un ruido extraño. Venía desde la ventana, así que instintivamente me acerqué a ella para averiguar qué era ese ruido. Cuando la iba a abrir, casi me da una piedra en la cara.
- ¡Perdón! –se escuchó desde abajo.
Allí, tirando piedras desde mi jardín, estaba Nico, cómo no.
- ¿Qué quieres? ¿Tú crees que esto es normal?
- No lo creo, pero tampoco es que me importe. Necesitaba verte, la tarde se me estaba haciendo eterna.
- ¿Y ahora qué? ¿Quieres que baje?
- ¿Tienes algún problema?
- No, claro que no. Ahora mismo bajo.
Cerré la ventana y di gracias a Dios por no haberme dado la picada de cambiarme de ropa. O de desmaquillarme. Me cepillé un poco el pelo y corrí al piso de abajo.
- ¿Dónde vas, Kay?
¡YUJU! No me había dicho querida, todo un récord para ella.
- Voy a salir un momento a la puerta.
- Ah, vale. Pues recuerda que a las 10 servimos la cena.
- Sí, abuela.
Salí por la puerta y fui hasta el lado derecho de mi jardín, donde estaba Nicolás esperando.
- Y ahora qué quieres.
- Nada. Hablar contigo… O algo.
Otra vez esa sonrisa tan perfecta. Cada vez me mataba más.
- Ajá, pues dime de qué quieres hablar.
- La verdad es que no lo sé.
- Oye, ¿Cómo has averiguado que ese es mi cuarto?
- Se te veía y escuchaba tronchándote de risa desde lejos.
Por un momento me quedé como petrificada. ¿QUÉ? ¿SE ME VEÍA RIÉNDOME? Oh, Dios. Habría deseado que no hubiera pasado mucha gente por esa calle ese día.
- Dios mío…
- No pasa nada, me gusta cuando te ríes –sonrió otra vez, lo que hizo que me derritiera por dentro-, parece como que quitas esa barrera de chica dura por un momento y muestras tu verdadero yo, una chica dulce y diferente.
- Espero que ese diferente sea para bien –dije con tono de burla.
- ¡Qué va! Eres súper molesta. Todo momento que estoy contigo deseo que te vayas.
Los dos reímos. La verdad es que me lo pasaba muy bien con él, parecía de estos amigos que nunca te defraudan.
- Gracias por aparecer ayer en la plaza, enserio –le confesé.
- ¿Por qué?
- Pues porque sin ti, ahora mismo estaría muy perdida, sin saber qué hacer. Este cambio todavía me cuesta… El no tener que coger metro para transportarme, el no escuchar el continuo ruido de los coches, el no tener amigos…
- ¿No tienes amigos? –preguntó, con los ojos en blanco.
- Jajaja, claro que tengo, pero son chicas. Los chicos… Bueno, sólo me han utilizado para lo que ellos quisieran. Casi todos allí son unos gilipollas.
Nos llevamos un momento en silencio. De repente y sin ninguna vergüenza, Nicolás me preguntó:
- ¿Con cuántos chicos has salido?
Aquella pregunta me dejó un poco desconcertada. ¿Con cuántos chicos había salido? ¿Y eso qué le implicaba a él? Al final, contesté:
- Pues… unos siete.
Nicolás volvió a poner los ojos en blanco.
- ¿Qué ocurre? –dije mientras reía. Parecía como si le hubiera dicho que Papá Noel no existía.
- ¿Cuántos años tienes, Kay?
- Tengo dieciséis, repetí el curso pasado.
- Joder, para mí es demasiado… ¿Y por qué repetiste?
- Eso es otra historia que ya te contaré. ¿Demasiado? Yo no lo veo así, ¿con cuántas has salido tú?
Me miró desconcertado, como si hubiera metido el dedo en la llaga. Pero luego rió y me contestó.
- Pues con un par de ellas –y volvió a sonreír.
Instintivamente lo abracé. Se sentía muy bien abrazándolo, como si estuvieras a salvo de todo. Cuando el abrazo acabó continuó hablando:
- Y bueno, cuéntame algo sobre esos chicos con los que has salido.
Parecía dispuesto a escuchar, así que comencé con mi historia amorosa:
- Pues haber… Mi primer chico lo tuve con trece años, justo cuando empecé 2º de la ESO. Se llamaba Alex… Sí, verdaderamente era el chico perfecto: Te llamaba a la hora que decía que te iba a llamar, tenía cualquier detalle contigo…
- ¿Y qué os pasó?
- Pues un día, sin venir a cuento, Alex me pilló colocando los libros en la taquilla del instituto y me dijo que se acabó. Ese día fingí estar mala y llamaron a mis padres para que vinieran a recogerme. Lo pasé súper mal, pero al tiempo me di cuenta de que iba de flor en flor, así que decidí pasar de él y disfrutar. El segundo, fue unos meses después, que fue un amor de verano. Se llamaba Javier, y lo conocí de vacaciones con mi familia. Los dos meses que estuvimos en aquél sitio los pasé realmente bien con él, pero luego nos tuvimos que marchar. Nos dimos los números de teléfono, las cuentas de Facebook y Tuenti… Pero al final me di cuenta de que pasaba de mí y me fui recuperando poco a poco…
- Joder, por ahora todos los que me has contado eran muy idiotas.
- ¿Sólo eso? -reí- Pero bueno, es lo que me ha tocado vivir. El tercero era Guillermo, empecé con él en la víspera de navidad, y lo conocí porque había estado dos semanas enteras dejándome cartas en la taquilla. Cada día, iba ansiosa al instituto para mirar la carta de ese día, hasta que una vez llegué y estaba él allí, con una rosa en la mano y un cartel en la mano que ponía “Aquí está tu carta, en versión mejorada”. Me volví loca, de amor. Era tan sumamente perfecto y romántico…
- Vaya, parece que era muy bonito lo vuestro, ¿qué os pasó?
- Pues Guillermo no era como los demás. Sólo que se mudó a Londres… Por el trabajo familiar y eso, y se nos hizo muy, muy duro separarnos. Pero bueno, habíamos pasado un año juntos.
- Jajaja, parece como de película. Ahí tenías… ¿Catorce años, no? Vamos, sigue que todavía quedan un par de años más.
- ¡Con paciencia! El siguiente fue, mi mejor amigo Marcos. Empezó consolándome por lo de Guillermo, y al final terminamos terriblemente enamorados. Pasamos… creo que unos 6 meses juntos, que fueron estupendos. Pero entonces… una noche con amigos, bebí, y demasiado. Entonces me acerqué a un tío que ni siquiera sabía su nombre y empecé a besarle. Una cosa llevó a la otra y…
- ¿Qué pasó, Kay?
De repente todo se había callado a nuestro alrededor. No se escuchaba mi a algún perro ladrar, ningún coche arrancar o nadie alzando más de lo debido la voz.
- Lo último que recuerdo es mi mejor amiga sacándome de un bloque de pisos y llevándome al hospital. Tengo algunas imágenes en la memoria… pero nada claro.
- ¿Qué recuerdas? Te sentará bien contarlo, te lo prometo.
- Pues… a ese tío, una habitación… Yo, resistiéndome. Sí, puedes pensar mal. Luego, después de unos análisis, me dijeron que desde esa noche, no tenía nada de virginidad.
Hubo un silencio más grande incluso que el que hubo antes. Mis ojos estaban deseando soltar mil lágrimas y llorar en el hombro de Nicolás, pero intenté contenerme y creo que lo conseguí.
- Más tarde fui a ver a Guillermo, pero este me dijo que no iba a seguir con una fumeta, que además iba follándose a todo Dios, palabras textuales. Desde ese momento me di cuenta de que no era de confiar, si él me hubiera querido de verdad hubiera comprendido que no estaba en condiciones de acordarme de nada.
- Lo siento mucho, Kay. De verdad…
- No pasa nada. Bueno, el quinto fue el más popular del instituto. El típico matón que piensa que él es el que manda en todo y todos tienen que hacerle caso.
- ¿De verdad has estado con alguien así?
Los dos reíamos a la vez sobre eso. Yo tampoco me lo creía.
- Sí, de verdad. Yo tenía falsas ilusiones sobre él. Incluso con él, perdí mi “verdadera” virginidad. Aunque con el tiempo, me fui dando cuenta de que sólo me quería para eso, así que lo dejé. Cuando se lo dije, cosa que me había costado la misma vida, me pegó una bofetada y salió soltando tacos.
- ¿Lo denunciaste?
- No, nunca se lo dije a mis padres. Y como el médico que me atendió cuando lo del emborrachamiento era el padre de mi amiga, les hice prometer que les dijeran a mis padres que me había caído por las escaleras y me había roto el clítoris.
- Eso está muy mal hecho.
- Ya lo sé. Desde este último novio, me hice prometer a mí misma que nunca más iba a ser tan estúpida. Bueno, el sexto se llamaba Eduardo, mejor Edu. Era el hermano de una de mis amigas, y era muy atento y comprensivo conmigo. Hasta que, bueno, dejé de sentir lo mismo por él, porque lo estaba empezando a sentir por otro chico. Ese otro chico era Pablo, el repartidor de periódicos de la zona. Cada mañana que lo veía me sentía completa. Sólo que un día según él, “se pilló por otra tía y necesitaba un cambio”. Fue bastante idiota.
- ¿Hace cuánto ocurrió eso?
- Un par de semanas. Bueno, ahora te toca a ti contar tus historias.
- ¿A mí?
- Sí, a ti.
- ¡Kay! La cena está lista, ven dentro –mierda, mi abuela. ¿Tanto tiempo había pasado? No lo parecía. Miré la hora de mi reloj y, exacto, eran casi las diez.
- Nicolás, son casi las diez de la noche. Creo que deberías irte a casa.
- Pues sí, debería. Y tú deberías entrar.
- Claro. Nos vemos mañana, no te olvides de recogerme, eh.
- Cómo me voy a olvidar. Bueno, adiós.
Nos abrazamos como despedida. Esta vez no había sido tan incómodo como la última vez.
- Hasta mañana.

Corrí hacia mi casa. Hacía un poco de frío.
- ¡Kay! Justo a tiempo.
- ¿Qué hay preparado para comer?
- Tenemos filete de ternera, con patatas fritas y una salsa que he hecho yo misma.
- Perfecto –sonreí.

martes, 3 de enero de 2012

Capítulo 4: Nueva.

Muchos me miraban y acto seguido cuchicheaban con sus amigos algo sobre mí, algunos pasaban –adoraba a esos- y otros más valientes, soltaban alguna frase como: “Eh, ¡nueva!” o “¿Querrías salir este sábado conmigo?”. Yo, por mi parte, decidí ignorarlos a todos y adentrarme en el instituto.
Una vez dentro, miré por todos lados para encontrar el pasillo H, en el que se suponía que estaba mi taquilla. La luz era mucho peor ahí que en mi ciudad. Las paredes, estaban pintadas de un verde que no agradaba mucho a la vista y todo era muy diferente. Cuando encontré el pasillo H, Nico apareció otra vez a mi espalda y me asustó con el típico susto de: “¡Bu!”.
- No me ha hecho gracia. Y otra cosa, deja de asustarme por detrás.
- Entendido, capitana. ¿Busca algún sitio en concreto?
- La verdad es que estaba buscando el pasillo H, pero lo acabo de encontrar. Ahora busco mi taquilla, así que si me disculpas tengo que encontrarla antes de que suene la sirena.
- En ese caso, te acompaño.
Se lo permití, tampoco es que me importara mucho. Ese día llevaba los rizos oscuros un poco más alocados que ayer y una camiseta lisa verde, que la verdad le favorecía mucho. En realidad era muy mono.
- ¿Qué impresión te ha dado mi instituto, Kay?
- ¡Vaya! Te acuerdas de mi nombre –me sorprendí, irónicamente.
- Pues sí –soltó mientras reía.
- Pues tiene una iluminación muy mala, y las paredes parecen que están pintadas con vómito. Pero por todo lo demás, parece muy encantador. Ah, bueno, y la mayoría de sus estudiantes son un poco… Gilipollas.
- En lo de las paredes tienes razón. Pero en lo de las luces… este pueblo no da para más. Aquí llueve mucho, ¿sabes?
- Me lo figuraba. -¿Tenía la voz un poco demasiado pasota?
- Oye, ¿A mí me incluyes en ese grupo que no es la mayoría gilipollas?
¿A este chico le gustaba chinchar a los demás? Preferí pasar de la pregunta, pero aun conociendo muy poco a Nicolás, sabía que en unos segundos volvería a formular la pregunta. Y no fallé.
- ¿Kay? Te he preguntado si me incluyes en los gilipollas.
- Puede. –Dije con tono juguetón y una sonrisa- Ah, mira, esta es mi taquilla.
Introduje la contraseña que venía escrita en el papel para guiarme que me habían dado y la abrí. Cogí mi libro de matemáticas y sujeté el pequeño bolso que ya traía.
- ¿Ahora tienes matemáticas? ¡Yo también! ¿En qué curso y clase estás?
- Estoy en 4º, 4º C.
- ¡Vaya! Estamos en la misma clase. Prepárate para recibir bolitas de papel en ese pelo –acompañó la frase con algunas risas.
Yo, por el contrario, cerré la taquilla de un portazo y le miré con cara asesina mientras decía con desprecio:
- Ni se te ocurra, lanzar algo a mi pelo.
Después de un par de segundos, sonó la campana. En realidad había quedado como en las películas. Me había gustado. Mientras todos corrían a sus respectivas clases, Nicolás y yo nos quedamos tal y como cuando le dijo lo de las bolitas.
- Vale, no sabía que tenías esa faceta tan… asesina -sonrió un poco.
- Bah, la suelo sacar a veces. Y ahora, ¿por qué no nos vamos a clase? No me apetece llegar tarde.
- Claro que no, ¡vamos!
Recorrimos un par de pasillos, subimos las escaleras y entramos en un aula bastante amplia. Cuando miré por la ventana para ver el paisaje que se vería, sólo vi algunos árboles y casas. Me desilusioné un poco. La profesora, que seguramente llevaría ahí plantada en medio de la clase desde las 7 y media, me dijo que me dirigiera a ella justo cuando ya me había sentado, al lado de una chica que tenía pinta de no hablar mucho. Sin ganas, me levanté y me dirigí al lado de la maestra. Llevaba el pelo corto y de un color extraño, seguramente se le habría quedado así después de teñírselo demasiadas veces. Tenía gafas ovaladas, y vestía con una camiseta larga y ancha con algunas flores y un pantalón también un poco ancho. Al cabo de unos minutos, cuando todo el mundo se hubo sentado, la señorita pidió silencio a todos y comenzó:
- Buenos días a todos. Quería presentaros a una nueva alumna a partir de hoy. Será vuestra compañera y la trataréis como si hubiera empezado el curso el mismo día que vosotros. ¿Entendido?
Todos respondieron al unísono en afirmativo.
- Ahora, joven, puedes presentarte.
¿PRESENTARME? ¿POR QUÉ IBA YO A PRESENTARME? Me quedé un rato ahí plantada sin saber que decir exactamente, hasta que al final solté lo primero que se me ocurrió para volver a mi sitio lo antes posible:
- Eh, hola. Mi nombre es Kay. Mmm..., vengo de la gran ciudad así que no os asustéis si no sé algo sobre vuestro pueblo o vuestras costumbres… -todos rieron un poco cuando dije eso- Y bueno, espero caeros bien.
Y sin más rodeos, solté una pequeña sonrisa y me senté en mi asiento. Cuando la profesora empezó a dar clase, saludé a mi compañera de pupitre. No pensaba pasar casi todo el curso al lado de alguien de quien ni siquiera sabía su nombre.
- Hola, ¿cómo te llamas? –le susurré.
La chica, me miró tímida, y al cabo de varios segundos, respondió con una voz fina y más baja aún que yo:
- Irene.
- Ah, pues hola, Irene. Espero no ser muy molesta.
Y continué prestando atención a la profesora de matemáticas.

El resto del día pasó un poco aburrido. Cuando llegamos a la hora de almorzar, Nicolás no paraba de seguirme a todas partes y de hacerme preguntas sobre cualquier cosa. Yo respondía con respuestas cortas y sencillas, aunque a veces me las curraba un poco y nos reíamos un rato. Nico era mono, pero hablaba más que un loro. En esa hora también me di cuenta de que, Irene, mi compañera, se sentaba sola a comer, y casi no hablaba con nadie. Daba pena, pues tenía unos preciosos ojos azules y un pelo liso y rubio muy largo, bastante guapa. Uno de mis retos sería, hacer que esa chica se soltase un poco.
Antes de que me diera cuenta, estábamos a 5 minutos de que terminara la última hora del día y poder irme finalmente a casa. Cuando sonó la campana, salí lo más rápido que pude de la clase, pero Nicolás me volvió a alcanzar. De camino a mi taquilla, empezó a hablar, como siempre:
- Oye, ¿qué te parece si quedamos un día de estos para seguir enseñándote en pueblo?
- ¿No me lo enseñaste ayer entero?
- Sí, bueno, pero nunca viene mal repasar.
Mientras colocaba los libros en su lugar, siguió preguntado.
- Bueno, ¿Qué me dices? –cerré la taquilla.
- Nico, la verdad es que ahora estoy muy liada con esto de la mudanza… Tengo que preparar las maletas, ponerme al día con los apuntes de clase… Tal vez otro día, ¿vale? –le noté en su rostro algo de tristeza, como si creyera que no le aguanto. Entonces, antes de que saliera mal por la puerta, decidí intervenir.- Pero vamos, que puedes acompañarme de casa al instituto y del instituto a casa si quieres hasta que me establezca del todo aquí.
- Claro. –Eso pareció animarlo más- ¿A qué hora paso a recogerte por las mañanas?
- Pues… ¿A las ocho menos cinco te parece bien?
- Por supuesto. Entonces, vamos. Tu casa está de camino para la mía.
Salimos de allí y fuimos hablando por el camino a nuestras casas. Parecía que este chico nunca se callaba. Tal vez hablara en sueños, o bajo el agua. Daba igual de todas formas, en cierta parte, su voz te relajaba. Tenía un tono tan dulce…
- ¿Vas a salir este sábado a Rock’s Home?
- ¿Rock’s Home? –sonaba a algún sitio de Estados Unidos.
- Sí, el sitio donde se reúnen todos los jóvenes en este pueblo. Es como una especie de discoteca, pero mucho más pequeño.
- Ah, pues por qué no. Estamos a lunes, y creo que para aquél entonces ya me habré instalado.
- Genial. Bueno, yo tiro por esta calle.
- Ah, vale. La casa de mis abuelos está ahí mismo.
- ¡Mañana nos vemos!
- ¡Adiós!
Nicolás se despidió de mí dejándome una sonrisa como última vista suya. Era realmente encantador. Por el poco camino que me quedaba, me perdí en mis propios pensamientos.
Cuando llegué a casa de mis abuelos, Felipe no estaba. Lo deduje porque su famosa camioneta roja no estaba aparcada por ningún sitio cerca. Mi abuela salió a recibirme a la puerta de la casa, y en cuanto llegué dentro me dio un abrazo y un par de besos en las mejillas.
- El almuerzo te espera, querida.
- Claro, abuela.
Y nos dirigimos hacia el interior de la casa, en la que hacía mucho más calor que afuera, supongo que habrían puesto la calefacción. 

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Bueno, esta entrada era sólo para informaros sobre eso :) Ya mismo tendré el siguiente capítulo publicado, espero que os esté gustando :3

lunes, 2 de enero de 2012

Capítulo 3: El primer día.

¿Estaba todavía soñando? ¿Había soñado con el ruido del despertador? Imposible, no hubiera cosa que odiara más que recordarme a mí misma que tengo que madrugar. Pero entonces… ¿Cómo que había tanto silencio alrededor? Sin duda alguna, había apagado la alarma que apuntaba las siete en punto de la mañana. De repente, escuché a un gallo cacarear, en señal de que era hora de levantarse. Entonces lo comprendí todo. No, no estaba en mi precioso piso de Madrid, me encontraba en un pueblo en las montañas del que ni siquiera recordaba el nombre, y que seguro que no tendría más de 15,000 habitantes. Decidí levantarme de la cama antes de que se hiciera más tarde, no podía llegar con retraso a mi primer día de escuela. Sí, mi primer día, porque los demás estarían ya más que acostumbrados y yo sería la nueva en todo aquel revuelo.
Había pasado tanto de todo que cuando quise darme cuenta, me percaté de que en mi habitación no había baño. Salí al pasillo, y divisé uno. Entré y me aseé. Mientras me quitaba esa horrenda cara que se me queda recién levantada, pensaba en cómo podían vivir así. Yo necesitaba mi espacio, y por lo tanto, mi propio baño. Cuando acabé me dirigí hacia mi cuarto a partir de hoy y rebusqué en mi maleta todavía sin deshacer algo para ponerme. Hacía un poco de frío, así que preferí ponerme un buen jersey de lana que me había comprado hace un par de semanas, unos pantalones vaqueros ceñidos un poco oscuros y mis típicas Converse. Cogí el peine y la plancha del pelo de la bolsa de aseo, y corrí de nuevo al cuarto de baño. Por el camino me planteé si tendrían enchufe en el aseo, y para mi suerte sí lo había. Me cepillé el pelo por encima y me dispuse a pasar la plancha por mi cabello, cuando escuché unos toquecitos en la puerta y una voz, la de mi abuelo, que decía:
- ¡Kay! ¿Te queda mucho? ¡Necesito entrar!
- ¿No hay otro baño? –Todo aquello empezaba a incomodarme- ¡Todavía me queda un rato!
- Pues no, querida. No lo hay. Así que mientras más prisa te des, mejor. Además, sólo te quedan unos 20 minutos, y todavía tienes que desayunar.
Preferí no contestar. Esperé que no siguiera en la puerta del baño esperando una respuesta, como hizo el día anterior. Mientras terminaba de peinarme, me di cuenta de que mi abuelo, era otro con afición a la palabra “querida”. ¿Esa era la moda o qué? Preferí terminar cuanto antes y bajar a desayunar, porque mi estómago empezaba a impacientarse.
Guardé todos mis utensilios y el pijama en la maleta, ya lo pondría todo en su sitio cuando llegara. Cogí el lápiz de ojos de la bolsa de aseo y me fui al gran espejo que había en la esquina para maquillarme un poco. Era uno de estos que siempre había querido: No estaban adosados a la pared, sino que tenía dos patas  de las que colgaba un cristal con forma ovalada, y que podía moverse libremente. Por fin, algo bueno en este lugar. Cuando terminé lo volví a guardar, cerré el macuto y bajé las escaleras con tranquilidad, pues anoche al subirlas muy rápido crujieron hasta el punto de hacerme creer que se iban a romper.
Cuando llegué abajo, mi abuela me recibió con una gran sonrisa mientras hacía algunas tostadas y zumo de naranja. Como ya me esperaba, su primera frase del día fue:
- ¡Buenas días, querida! ¿Te apetece algo de zumo? Las tostadas están a punto.
- Buenas días. –Saludé- Claro, me apetecen.
Y sin decir nada más, anduve hasta la encimera, me vertí un poco de zumo en un vaso y me fui a la mesa del comedor sin más. En un par de minutos, mi abuela apareció por la habitación con una bandeja llena de tostadas, mantequilla, mermelada, aceite, azúcar y mil cosas más.
- ¿Así desayunáis todos los días aquí? –pregunté fascinada. En mi ciudad, como mucho iba a la cocina, cogía una galleta y me iba al instituto.
- ¿Es muy poco? –Se preocupó mi abuela- Si quieres, puedo traerte más.
- No, así está bien… Gracias.
Me lanzó una sonrisa encantadora y volvió a seguir con el desayuno. Su expresión había sido como la que mi madre me puso cuando le dije que me iba a sentir rara en casa de mis abuelos, como esperanzadora.
Terminé de comer y miré la hora que era en el reloj de la cocina. Eran las ocho menos cinco.
- Abuela, ¿a cuánto tiempo andando está el instituto desde aquí?
- Ah, pues no mucho. Andando puedes tardar unos 10 minutos. Pero tranquila, los primeros días te llevará tu abuelo Felipe en la camioneta, para que no te pierdas por las calles.­­­­­­­­­­­­­­-
- Es imposible perderse por este mini pueblo –dije para mis adentros.
En ese mismo instante, mi abuelo apareció por las escaleras y me preguntó si íbamos a salir ya. Yo, asentí y me despedí de mi abuela, crucé la puerta principal y esperé al abuelo en la puerta del jardín. Cuando me alcanzó, nos dirigimos hacia el coche y condujo hacia el instituto. Pensaba que iba a hacer el ridículo yendo en camioneta allí, pero conforme nos fuimos acercando vi que hasta los propios estudiantes iban allí en sus propias camionetas. Nada comparado con mi querida ciudad. Bien, ahora yo también era adicta a esa palabra. Mi abuelo paró en la puerta del edificio, y comenzó a despedirse de mí:
- Bueno, ha acabado el viaje. ¿Me paso luego a recogerte?
- No, da igual. Me he ido fijando por el camino y creo que seré capaz de llegar sola. Muchas gracias.
Y sin decir nada más, salí por la puerta del coche y me adentré en aquél pelotón de gente.

Capítulo 2: Desde luego, esto no lo vives en Madrid.

Nos llevamos un rato caminando, mientras Nicolás me enseñaba todos los lugares de allí y me hablaba un poco de ellos. Yo, callaba. No era como una guía turística por una ciudad importante, pero no estaba mal. De muchos lugares, me contó leyendas que según él, asustaban un poco, mientras yo le daba un pequeño empujón y sonreía. Todo iba bien, hasta que nos cruzamos con una panda de cuatro chicos que iban gastándose bromas mutuamente. Cuando pasaron por al lado nuestro, soltaron varios comentarios hacia Nicolás, como “Ey, ¿Esta es tu hermana?” o “¿Es que no consigues a nadie más con la que salir a pasear?”, seguido de varias risas y escupitajos en el suelo, señalando que él valía eso. Lo vi con la cabeza gacha, y en este momento no pude contenerme. Aunque fuera increíble, cuando tenía unos diez años, yo fui víctima del bulling, y desde que Diana, mi mejor amiga en el momento se metió en medio de las peleas entre las chicas que me acosaban y yo, me di cuenta de que cada vez que veía algo así tenía que ayudar como sea, porque no sino, cada vez iba a ser peor.
- Ey, ¿Por qué no les has dicho algo? –pregunté posándole la mano en el hombro y forzándolo a parar de caminar. Después de un largo silencio, Nicolás me respondió:
- ¿Y qué quieres que les conteste? No puedo hacer nada, una vez lo intenté y casi no llego vivo a mi casa… Desde entonces creo que es mejor pasar de ellos, aunque a veces llegan a un punto en el que… duele.
- Te comprendo. Pero tú lo que tienes que hacer, es estar siempre fuerte –me sorprende de la forma en la que podía actuar a veces- no dejes que ellos te ganen, créeme, la ignorancia es lo peor.
- Pero… bueno, además eso no es caso tuyo, así que no deberías meterte.
- Sí debería. Siempre que se pueda parar, hay que hacerlo. Así que prométeme que la próxima vez no te pondrás así, ¿entendido?
Otra vez tardó un rato en contestar, pero finalmente levantó la cabeza y sonrió. Iba a darme un abrazo, pero cayó en la cuenta de que nos conocíamos desde hace una hora, y que no sería lo correcto.
- ¿Seguimos dando el paseo? –pregunté animadamente.
- Claro que sí.
Y continuamos explorando aquél lugar.

- ¡Oh, Dios mío! – exclamé mirando mi teléfono móvil.
- ¿Qué ocurre? Por cierto, ¿eso qué es?
- Un iPhone, idiota. Es muy tarde. En unos diez minutos debería estar en casa de mis abuelos, pues mis padres se irán hacia Madrid en ese tiempo, y si no me despido de ellos no quiero saber lo que se formaría.
- Ah, ese móvil que tiene de todo, ¿no? Aquí no necesitamos esas cosas –y diciendo eso, sacó de su bolsillo un móvil de estos que salieron hace algunos siglos- esto es lo que la mayoría podemos permitirnos, y la verdad, no pedimos más.
Antes de empezar a hablar, miré el ladrillo-móvil un rato, y luego seguí de los nervios.
- Necesito llegar a casa de mis abuelos en el menor tiempo posible, ¿conoces algún atajo?
- Hmm… Para empezar, ¿Dónde está la casa de tus abuelos?
- En la calle en la que empieza la avenida esa que tú dices.
- Ah, claro. Conozco uno, pero no creo que te guste.
- Me da igual, con tal de llegar a tiempo…
- ¿Entonces quieres ir por ahí? -¿por qué preguntaba tanto? Sólo quería llegar lo antes posible.
- ¡Que sí!
- Pues vamos, sígueme.
Lo seguí por una calle más atrás hasta llegar a una especie de escampado. Se notaba que hace poco había llovido, pues en cuanto toqué el primer trozo de tierra, mis Converse quedaron parcialmente hundidas en el barro.
- ¡Esto no lo veo muy higiénico! –le grité a Nicolás que iba mucho más adelantado que yo.
- ¡Te dije que no te gustaría! ¡Vamos!
Hice un gran esfuerzo y atravesé todo el lugar. Cuando salí mis pies no parecían los mismos.
- Desde luego, esto no lo vives en Madrid.
Continuamos nuestro camino. Después de saltar una valla, atravesar un par de calles y algunos matorrales, llegamos a la calle de la casa de mis abuelos, donde veía a mis padres despidiéndose de ellos.
- ¡Justo a tiempo!
- Bueno… Creo que es la hora de despedirse. Nos vemos… mañana, supongo.
- Sí, eso. Nos vemos mañana.
Nos quedamos un rato mirándonos. Hicimos el gesto de abrazar, pero los dos nos arrepentimos a la vez. Nos íbamos a ir con un simple adiós con la mano, pero tampoco nos convenció. Al final, optamos por darnos la mano como de broma, con algunas risas.
- ¡Adiós, Nicolás!
- ¡Hasta mañana!
Y yo corrí para despedirme de mis padres.
- ¡Kay! ¿Qué has hecho? –preguntaron mis padres, sorprendidos.
- Digamos… que he tenido un pequeño olvido y he tenido que vivir una aventura para poder despedirme de vosotros.
Diciendo esto, los abracé. Los manché un poco, pero no importaba. Finalmente se montaron en el coche y los vi desaparecer.
- Querida, ¿quieres entrar dentro? Ya empieza a hacer un poco de frío.
- Claro, abuela.

Capítulo 1: El lugar que marcaría mi vida.

- Cariño, ¿Tienes las maletas listas?
- Sí, mamá.
A mis padres se les habían metido en la cabeza la idea de que pasara un tiempo en la casa de mis abuelos. Ellos no vivían en la gran ciudad, como yo. Ellos tenían una preciosa casa en un pequeño pueblo alejado de las comodidades de las grandes urbanizaciones. Allí se había criado mi madre, y durante todo el trayecto estuvo hablándome de aquél lugar. Los sitios donde solía ir cuando era adolescente, sus lugares favoritos… Yo, hacía como que la escuchaba.
Por cierto, soy Kay. Mi nombre significa Celestial en español. Mis padres me lo pusieron pensando que en algún futuro, brillaría como la mejor estrella del cielo. Aunque con el tiempo, se fueron dando cuenta de que eso no sería así. Nunca me he considerado nada del otro mundo, soy una chica más con el pelo castaño y los ojos color miel, como muchísimas otras. Mis padres, estaban convencidos que sería de sobresaliente en los estudios, pero en realidad salí con un aprobado raspado. Vamos, para resumir; soy todo lo contrario a lo que mis padres esperaban. Y por lo tanto, la oveja negra de la familia.

-Kay, te va a encantar el pueblo de tus abuelos, ya verás como sí.
-¿Enserio, papá? ¿Se te han cruzado los cables o algo? Podría aguantar un fin de semana como mucho… ¿Pero cuánto pensáis dejarme allí atrapada? Sin conexión a Internet, sin amigos…
- Seguro que harás muy buenos amigos allí, hija. Tenías que desconectar de tu alocada vida y esta es la mejor forma de hacerlo. No te arrepentirás –me intentaba convencer mi padre.
Con la cara seria, y rabia desprendiéndose de mis ojos, me acerqué al asiento del copiloto y dije:
- Estás, completamente equivocado.
- Ah, mira; ya veo la torre de la iglesia. ¿La veis? Allí, a lo alto –contenta, nos mostró mamá su alegría. En realidad creo que mamá y yo ahora mismo representábamos un esquema de felicidad: Mamá rozando el 100%, y yo sin ni siquiera tocar el 1%.
Me volví a sentar en mi sitio con fuerza y esperé unos 10 minutos más de trayecto, deseando llegar por fin al sitio donde pasaría un tiempo que se me haría muy, muy lento. O al menos eso creía.

Mi madre no tardó en encontrar un lugar para aparcar el coche, completamente distinto a mi ciudad donde podías tardar hasta media hora. Cuando por fin el vehículo paró, cerré los ojos y agaché la cabeza. No quería creer que la pesadilla estaba a punto de comenzar, y ya estaba harta de ella. Mi padre me despertó de mis pensamientos dando unos golpecillos en el cristal de la ventana, indicándome que saliera del auto para saludar a mis abuelos.
Sólo los había visto un par de veces en mi vida, y eso hacía ya años. Cuando la que supongo que sería mi abuela vino a abrazarme con un sonoro: “¡Cariño! ¡Qué grande estás ya! Si es que parece que fue ayer cuando tenías un par de añitos… ¡Tienes que contarme todo!”, supe, sin duda alguna, que esta abuela pegajosa no me iba a dejar escapar ni el más mínimo detalle sobre mí. En cambio no pensaba que fuera tan habladora como me había mostrado, veía en ella mucha preocupación por los que le importan en esta vida y, aunque sólo me hubiera visto tres o cuatro veces en su vida, sabía que estaría ahí para lo que fuera, y eso, me gustó de ella.
Al cabo de unos segundos apareció mi abuelo por la calle izquierda en una camioneta. En la parte trasera, tenía cargada leña.
- ¡Hola! Supongo que tú deberías de ser Kay, ¿No? –Exclamó mi abuelo cuando ya estaba un poco más cerca- Aquí traigo un poco de leña, ¡cada vez hace más frío y las noches son terribles aquí en la montaña!
Genial, sin calefacción. Sólo chimenea y leña. Por lo menos, ahora iba a empezar el frío. Esto era algo que ninguno de mis amigos conseguía entender. A todos ellos les gustaba el sol y la playa. A mí no es que no me gustara eso, pero sentía que el frío, la nieve y la lluvia eran parte de mí, y cuando todo el mundo estaba encerrado en sus casas esperando a que escampe y poder salir y continuar con su labor, yo me sentía completa.
Cuando quise darme cuenta mi abuelo había parado la vieja camioneta y se bajó para darme un gran abrazo de bienvenida. No era muy viejo, tendría setenta y algo de años. Era más o menos de mi misma altura y ya tenía bastantes canas, que hacían que se le notaran los años.
- ¿Qué te parece si entramos dentro, mamá? El viaje se nos ha hecho un poco largo y necesitamos descansar.
- Me parece bien. Justo ahora estaba terminando unas galletas caseras para daros la bienvenida.
- Yo iré enseguida, en cuanto termine de apilar esta leña en el patio.
- Vamos, Kay –me animó papá.
Y echando una rápida mirada a todo lo que rodeaba aquél pequeño y olvidado pueblecillo, entré en donde sería el sitio que más añoraría del mundo.

- ¿Quieres un poco de leche caliente con las galletas, querida? –me sugirió mi abuela.
- No, -contesté fríamente- no hace falta.
- Kay, se dan las gracias, por lo menos –me comentó mi padre, con ese tono preocupado que se le dan a los niños de seis años.
- ¿Por qué no dejáis de tratarme así? ¡Que no tengo cinco años! –y diciendo eso y nada más, seguí comiendo las galletas que la preocupada de mi abuela había hecho para nosotros. La verdad es que no estaban mal.
Cuando la abuela se sentó en la mesa a comer las galletas con nosotros, pude ver y oír como ella y mi madre cotilleaban sobre algo, seguramente, sobre mí. Normalmente, hubiera levantado la voz pidiendo explicaciones, pero ya estaba bien por hoy de regañas, así que preferí callarme y pensar en positivo: “Cuanto más tiempo pase aquí, menos quedará para salir”. Creo que ese sería mi lema durante un largo plazo.
- ¿Quién se ha muerto? –preguntó el abuelo con una sonrisa en la cara, justo cuando había entrado por la puerta.
Mis padres y la abuela soltaron una sonrisa mientras yo por mi parte, ni siquiera levanté la cabeza para saludarlo. Cogí mi móvil, y me dispuse a buscar alguna red wifi que poder utilizar, pero entonces caí en la cuenta de que aquí sólo había red telefónica, y sólo del teléfono fijo. Vamos, que el móvil sólo lo utilizaría como mp3 y para jugar a las demos que venían en casos de extremo aburrimiento.
- Vamos Felipe, coge un sitio y come algunas galletas –soltó mi abuela.
- Ahora mismo, en cuanto me prepare este tazón de leche.
Y todos, bueno, sin incluirme a mí, esperaron a que el abuelo tomase sitio en la mesa, cuando irremediablemente mis abuelos empezaron a obligarme a hablar, cosa de lo que no tenía muchas ganas en ese momento:
- Y bueno Kay, ¿Qué te gusta hacer por las tardes? –animadamente, preguntó mi abuelo.
Me llevé un rato callada, para comprobar si podríamos pasar el uno del otro, pero mi abuelo se quedó esperando una respuesta de mí, hasta que irremediablemente tuve que hablar:
- Pues suelo quedarme conectada al ordenador, aunque a veces viene alguna amiga a mi casa…
- Interesante… Yo con tu edad estaba todo el día fuera, jugando con mis amigotes a la rayuela y a muchos juegos más… Qué buenos tiempos aquellos…
¿Amigotes? ¿De verdad acababa de decir AMIGOTES? Este pueblo no estaba sólo anticuado en la tecnología, sino también en el vocabulario.
- ¿Y de las notas qué puedes contarme, nieta? -¿no iba a dejarme escapar nunca? ¿No se daba cuenta de que no tenía ganas de hablar o lo hacía a propósito? En el resto de la mesa, mis padres hablaban por lo bajo con mi abuela.
Al cabo de un buen rato reflexionando, contesté:
- Bueno… Consigo aprobar… por suerte. Oye abuela, ¿Por aquí hay algún sitio dónde poder dar un paseo? Creo que lo necesito.
- ¡Claro, querida! –Me estaba empezando a dar cuenta de que mi abuela sentía una gran afición por la palabra “querida”- Justo al doblar la esquina izquierda hay una calle que si la cruzas entera, llegas a la plaza del pueblo. Allí hay tiendas de ropa, de zapatos, restaurantes… Y seguros que jóvenes con los que podrás congeniar a la perfección.
- Muchas gracias abuela, por cierto ¿Cuál es tu nombre? –mis padres se quedaron con la boca abierta cuando vieron que dije “gracias”, y yo, con una sonrisa triunfante en la boca-.
- Pues mi verdadero nombre, querida, es Dolores, pero puedes llamarme mejor…
- Perfecto, pues abuela Dolores entonces. –Le había dejado con la palabra en la boca, quería salir de allí cuanto antes- Abuelo Felipe y abuela Dolores, dentro de un par de horas volveré.
Y sin decir nada más, cogí mi mochila y salí por la puerta de aquella casa de campo a la que no estaba nada acostumbrada a visitar.

Siguiendo las instrucciones que me había dado Dolores, llegué hasta lo que se suponía que era el sitio donde se reunía la gente. Lo llamó la plaza, pero creo que eso no merecía el nombre ni de parada de autobús. Al terminar la larga calle, había un espacio adosado con piedras y que a los lados, tenía pequeñas tiendas –como eso fuera lo más parecido a un centro comercial…- y algunos bares, y por el medio, había una fuente, ni muy grande ni muy pequeña, que creo que sería el mayor monumento del lugar. También había bastantes bancos para sentarse a contemplar el lugar más atrasado del planeta, osease, aquella plaza. Para colmo, sólo veía a algunas mujeres comprando verdura, un par de chicas riéndose por lo bajo, bastante ridículo y algún que otro anciano paseando por allí. Me preparé para adentrarme y justo cuando iba a dar el primer paso, alguien me llamó desde atrás.
Al verle me quedé quieta y extrañada. El que me había llamado, era un chico de más o menos mi edad, con el pelo negro y rizado. Ni muy largo ni muy corto. Tenía una gran sonrisa en la cara, y algunas pequitas por la nariz. Tal vez su nariz fuera un poco más grande de lo normal, y llevaba una de estas gafas negras que ahora todo el mundo llevaba por gusto en Nueva York. No estaba mal el chico, pero con cara de mal gusto, empecé a hablarle:
- ¿Quién se supone que eres tú?
- Hola, me llamo Nicolás, pero a veces me llaman Nico. Te he visto por la avenida y se te ve perdida, preocupada… Y como buen ciudadano de este pueblo, tengo el deber de ayudar a otros habitantes de él. Por cierto, nunca te he visto en el instituto, es raro.
- ¿Podría ser quizás porque no soy de aquí? Además, no habré caído en el tuyo seguramente.
- ¿En el mío? Nena, aquí sólo hay un instituto y una escuela.
-  En primer lugar, FUERA eso de nena. Me llamo Kay. En segundo lugar… ¿Sólo uno? ¿Me estás tomando el pelo, verdad?
- No, en absoluto. ¿Cuántos hay en tu pueblo?
- Yo no vivo en un pueblo. Vivo en Madrid. Y sólo he venido aquí por antojo de mis padres. Se les ha metido en la cabeza que debo pasar un tiempo con mis abuelos… Para volver a encontrar mi camino, eso dicen… Y ya te estoy contando bastante. Si sólo hay un instituto, ya nos veremos en él mañana. Aunque si podrías pasar de mí, perfecto. Bueno eso, adiós.
Me di la vuelta, con el fin de seguir con mi paseo, pero Nicolás me agarró del brazo:
- ¡Espera! ¿No quieres que te enseñe un poco todo esto?
- No necesito ningún guía.
- Puede que no… ¿pero qué tiene de malo tenerlo? –sacó otra vez esa sonrisa, pero no enseñó los dientes. Era un poco dulce, y como no tenía demasiado acné, accedí para que no me siguiera dando la tabarra.