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miércoles, 11 de enero de 2012

Capítulo 6: Reflexiones.

- ¿Seguro que no quieres más? –Insistía mi abuela-, ¡Casi no has tocado el plato!
- De verdad, que no tengo más ganas. Sólo quiero subir a mi cuarto.
- ¿De verdad no te apetece algo más?
- Que no, lo prometo.
Después de una mirada de aprobación a la fuerza, les di un beso a mis abuelos y subí las escaleras hacia arriba. Miré la hora en mi móvil mientras llegaba al segundo piso. Las 22:30. Tenía bastante sueño, así que anduve hasta mi habitación, cogí un pijama blanco con motivos florales –un poco pijo para mi gusto, pero era muy calentito ese pijama- y corrí al cuarto de baño. Lo bueno de esta casa es que tenían parqué, y por lo tanto, el suelo no estaba terriblemente frío en esta época, y no tenía que ir de puntillas a los sitios.
Cuando llegué al baño, me dispuse a ponerme el pijama. Me quité todo lo que llevaba en la parte superior y por un momento me detuve a mirarme al espejo. ¿Había adelgazado? Un poco. Vale, un poco más. No era mi culpa, así era mi cuerpo y no podía cambiarlo. Decidí no darle más vueltas y continuar cambiándome de ropa. Al terminar, maldije no haberme traído toallitas. Rebusqué en los muebles del cuarto, hasta que di con un paquete a estrenar. Tuve suerte, cogí un par de toallitas y me empecé a quitarme el poco maquillaje que tenía. Lo más difícil eran los ojos. Me lo conseguía quitar, pero siempre se quedaba un poco de negro por alrededor, y parecía una muerta viviente, aparte de mis espantosas ojeras. Cuando terminé me quedé un rato mirándome en el espejo. Había cambiado, estaba diferente. Ya no era la misma que hace algún tiempo, pero quién es el mismo que hace algún tiempo. Tu vida puede ir estupendamente bien, pero entonces te cruzas con un bache que en vez de hacer que des un simple bote en el coche, hace que te desvíes completamente de la carretera y por mucho que intentes volver a estar como antes, todo ha estado dañado y nunca podrá volver a estar completamente igual. Tampoco es que lo quisiera, pero debía aceptar que hace un año y pico era mucho más feliz que ahora, aunque esté cambiando. Sí, sólo lleva un día y no sabía si un poco más en este pueblo. Sin conexión a Internet, sin poder hacer llamadas, sin conocer a nadie… Mi peor pesadilla, o al menos eso creía. Pero ahora me estaba dando cuenta de que tal vez todo esto no fuera tan malo, y esto le estuviera enseñando cual es la verdadera Kay que hay en mi interior, no la que siempre enseñaba a los demás, la dura Kay. Tal vez el lugar, la gente, el aroma… No lo sabía con exactitud, lo que sí sabía es que no estaba aquí de casualidad, y que yo misma me lo había buscado.
Moví ligeramente la cabeza y me paré unos segundos para volver al mundo real. Ya basta de reflexiones. ¿Qué hora era ya? Las 22:56. Puf, casi las once de la noche. Cogí rápidamente el cepillo de dientes y unté un poco de pasta dental. Lo humedecí en el grifo y empecé a cepillarme los dientes. Al cabo de un par de minutos, me enjuagué bien la boca y me la sequé con la toalla más próxima. Me eché una última mirada en el espejo y volví a mi habitación. Coloqué el móvil en la mesilla de noche y me aseguré de que tenía la alarma puesta para el día siguiente. A cada segundo que pasaba, más sueño tenía. Cuando por fin lo tuve todo terminado y estaba lista para echarme a dormir, apagué la luz y me tiré a la cama, donde me tapé hasta el cuello con las 4 mantas que tenía por encima. Cerré los ojos. En ese instante, me acordé de Nicolás y del tiempo que había pasado hoy con él. Había sido una charla muy… Buena para los dos. Nos habíamos conocido, bueno, él me había conocido. Todavía tenía que contarme su vida amorosa, y todo sobre esas dos chicas que mencionó. Sonreí al recordar cuando casi me deja tuerta tirando piedras a mi ventana. Era tipo película, y me encantaba. Nicolás tenía esa increíble manera de hacer que por el tiempo que estuviera con él, me olvidará de todo mi pasado y que fuera yo misma, en ese momento, la de siempre. También se me vinieron a la mente recuerdos del primer día que pasé con él. Esa sonrisa suya, ese cabello rizado y alborotado tan suyo, esas pequitas alrededor y por la nariz, esas gafas que le daban su toque gracioso y dulce… Y así, pensando en esos momentos que había pasado con Nicolás y los que quedaban todavía por venir, me trasladé hasta el mundo de los sueños, donde todo era posible, donde todo lo que deseas se hace realidad.

- ¿Kay? ¡Vamos, arriba! –se oía con lejanía. ¿Todos los días iba a despertar así? Poco a poco, bajando de un dulce sueño. Entonces, escuché otra vez al inconfundible y molestoso gallo que anunciaba la llegada de la mañana. Me senté en la cama de un tirón y abrí los ojos como platos.
- Mierda.
Me destapé rápidamente y miré cogí mi móvil de la mesita de noche para mirar la hora. Sin batería.
- Mierda –volví a pensar.
Cogí como alma que lleva el diablo una camiseta con las siglas de Nueva York impresas, unos vaqueros y mis Converse. Corrí al baño y me cambié en un minuto. Me cepillé el pelo y me miré un poco en el espejo: No estaba tan mal, hoy pasaría de plancharme el pelo, no tenía tiempo. Saqué de la bolsa de aseo que había dejado allí un lápiz de ojos y empecé a perfilarlos. Al acabar, lo guardé y me di un toque de rímel. Cuando estuve lista, lo dejé todo en su sitio y bajé rápida a la cocina, esperaba que no fuera muy tarde.
- ¡Por fin estás aquí! Venga, cómete esta tostada y bébete este zumo rápida antes de que llegue la hora de irte, tu abuelo sale en unos minutos.
- Hoy no me voy con el abuelo, un compañero de clase viene a recogerme para ir juntos –le expliqué a mi abuela mientras me sentaba en la mesa y le pegaba un buen bocado a mi rebanada de pan.
- ¿Y ese compañero tuyo tiene el pelo como si no se lo hubiera peinado desde que nació? –solté una pequeña risa, se refería a Nicolás.
- Sí, algo parecido.
- Pues acaba de pasar por aquí hace un par de minutos, le he dicho que te estabas preparando y que siguiera adelante.
- ¡¿Qué?! –mastiqué como pude lo que tenía en la boca de tostada, me eché la mochila al hombro y despidiéndome con la mano salí pitando por la puerta.
Al salir a la calle, divisé unos andares a lo lejos que me resultaban de lo más familiar. Aceleré el paso mientras gritaba:
- ¡Eh! ¡Nicolás!
Enseguida, Nico se dio la vuelta y me recibió con un abrazo.
- ¡Oye! Creía que me habías dejado tirado.
- ¿Qué dices? Sólo me he quedado dormida, y no he podido desayunar por tu culpa.
- ¿Por mi culpa? ¿Qué he hecho yo ahora?
- Que no, que es broma, tonto. Vamos, que si no llegaremos tarde.
Y entre broma y broma, nos encaminamos hacia el instituto. Las mañanas se hacían más llevaderas con Nicolás al lado, esperaba que esto fuera así durante mucho tiempo.

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