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miércoles, 22 de febrero de 2012

Capítulo 11: El musical.

-Primero, debo adentraros un poco en la historia. Como habréis podido observar los que me habéis hecho caso y habéis hojeado el guion, os habréis dado cuenta de que trata sobre la historia de Amelia y Óscar. Ella es la típica chica popular, a la que todo el instituto trata como la superior, y él es, pues bueno, el típico pardillo.
Desde que empezó a describir a Amelia en la clase se escuchaban risas bajas, de esas que intentas disimular.
-El caso es que un día, Amelia empieza a sentir algo por Óscar, y a partir de ahí se encadenan una serie de cosas, hasta llegar al punto de que... Empiezan a pasar tiempo juntos, pero a escondidas de todos. Amelia lo hace así para satisfacerse  a sí misma aunque sabe que está mal, y Óscar, engañado por el amor, cree que lo hace así para tener más intimidad con él. Al cabo de algún tiempo, el chico descubre el engaño al que ha sido sometido, y hablará seriamente con Amelia. Bueno, si queréis saber el final tendréis que ser vosotros los que lo leáis o esperéis a los ensayos, yo ya no puedo decir nada más. Otra cosa de la que quiero informaros es que… Lamentablemente, las canciones están escritas en inglés.
Otra vez, la clase se redujo a quejas y gente no satisfecha.
-Sí, ya lo sé. A mí tampoco me gustan las canciones en ese idioma, pero la jefa de estudios ha considerado que estaría bien que trabajásemos el idioma extranjero, para así hacer de esta una actividad en la que todos aprendamos algo diferente.
En cambio, a mí ahora me gustaba más todavía la idea del musical. Desde muy pequeña soñaba con ir a USA, y por lo tanto, siempre me había encantado el idioma. Solía sacar entre nueve y diez en las evaluaciones.
-Sin más rodeos, empezaremos a dar los papeles –dijo la profesora-. Comencemos por los personajes principales. ¿Quién quiere ser Amelia? Os recuerdo que, con los candidatos que salgan, haremos unas pruebas y luego elegiremos uno. Los demás se buscarán otros papeles para la función.
De repente me había puesto muy nerviosa. Quería el papel. Tenía que levantar la mano. ¿Por qué me costaba tanto? Al fin, después de unos segundos de tensión, me decidí y levanté la mano.
-Señorita, yo quiero presentarme al papel de Amelia.
La clase soltó algunas risas y frases, que la verdad preferí ignorar.
-A partir de ahora llámame Cristina. Es mi nombre real, y me gusta que me llamen así –me explicó mientras me daba algunos folios llenos de letras de canciones en inglés-. ¿Nadie más? ¿Sólo Kay?
-Yo también, Cristina.
La que había dicho eso no era otra que Jennifer. Nunca había hablado con ella, pero según me había contado Nicolás, era la novia de Pablo, era como Amelia, la chica del musical y creía estar por encima de todo el mundo.
-Bien. Pasemos al siguiente. ¿Quién quiere interpretar a Óscar?
Ningún chico levantó la mano, y entonces, noté como una bola de papel me volvía a golpear en la cabeza, como en la clase anterior. Mirando a Cristina para que no se diera cuenta de lo que hacía, cogí la bolita, la abrí y leí lo que ponía:

¡Cómo te has atrevido a hacer de Amelia!

Rápidamente cogí un bolígrafo, arranqué un trozo de una hoja de libreta y escribí mi contestación a Nicolás, a quien irremediablemente había reconocido por su desordenada letra:

¡Porque me gustan los musicales! Anda, preséntate para Óscar.

Le lancé mi notita y luego reflexioné varios segundos sobre lo que había escrito. ¡Joder! Le había pedido que fuera el chico al que si los dos fueran protas... tendría que besar. Madre mía, el corazón me iba, de repente, mucho más rápido, pero intenté por todos los medios ignorarlos. Dejé mis pensamientos aparte justo cuando Cristina, la maestra iba a decir a alguien al azar en la lista de clase y, varios chicos, levantaron sus manos y alzaron sus voces para avisar de que ellos querían interpretar al protagonista masculino.
Esos chicos no eran, ni más ni menos que: Nicolás, César y Esteban. César era… El empollón de la clase, por así decirlo. Sacaba buenísimas notas, y bueno… no solía hablar con nadie. Esteban, era como el pasota. Pasaba absolutamente de todo, y no solía prestar mucha atención a nadie. Ni a los profesores, ni a sus amigos… ¿En serio Nicolás acababa de presentarse para hacer de Óscar?
-Esto se está volviendo interesante –insinuó Cristina-, vayamos a por las amigas de Amelia.
Así, fueron saliendo plazas vacantes para personajes, y cuando toda la clase tenía uno, paramos de asignar papeles. Bien. No ha sido tanto como os esperabais, ¿no? Como os habéis dado cuenta faltan todavía algunos papeles por dar, puesto que varios de vosotros sois vacantes para un solo papel. Cuando tengamos fijos los que os he dado, asignaremos los que faltan, ¿entendido?
Todos asentimos. En realidad esto del musical estaba resultando hasta gracioso. No podía esperar a ver a Nicolás y a todos mis compañeros cantando en las pruebas. Y bueno… Protagonizar una obra así es lo que había querido siempre, y ahora iba a cumplirse.
-Sólo quedan unos cinco minutos para que finalice la clase. Podéis observar todos los papeles que tenéis y comentarlos sin hacer mucho ruido.
Todos hablaban, pero en voz baja. Yo por mi parte preferí mirar mis frases y mis letras en solitario. Mientras daba los papeles, explicó que las pruebas serían este viernes, puesto que no había tiempo que perder. Entre la hora del recreo y la siguiente, que era para alguna actividad optativa, se elegirían a quiénes harían los personajes. Estaba nerviosa, pues quedaba poco tiempo, pero tenía que aguantarme y ensayar algún trozo de una canción, que duraría como máximo un minuto y medio.

martes, 21 de febrero de 2012

I'm sorry.

Avisaros, que estoy tardando en publicar porque estoy cambiando los capítulos que vienen a continuación, porque no me gusta como han quedado.
Disculpad t_t

lunes, 13 de febrero de 2012

Capítulo 10: La sorpresa.

Caminábamos hacia la puerta, en dirección a nuestra siguiente clase: Música. En realidad, tenía curiosidad por saber qué había preparado la profesora. Yo no la conocía de nada, pero desde que Nicolás me había contado que tenía una sorpresa preparada, no había parado de pensar en ello.
-¡Tía! ¡Que te empanas!
-Ay, ¡déjame!
Nicolás reía a mi lado mientras empezábamos a subir las escaleras. Es verdad que muchas veces me ponía a pensar y a pensar, y terminaba sin darme cuenta de lo que ocurría a mi alrededor. Pero eso le pasa a todo el mundo, sólo que Nico la tenía tomada conmigo. Sí, seguro que era eso.
-¿Esta es la clase, no?
-Sí, pava.
-¡Deja de insultarme, Nico!
-Jo, vale. Lo siento. Anda, entremos lo antes posible para coger un buen sitio.
No contesté. Entramos en el aula y anduve rápido para coger un sitio de los de delante, eran los que más me gustaban. Puse mi mochila en el lado derecho de la mesa, saqué el estuche e iba a levantarme, pero la mirada fija de la profesora me detuvo justo un segundo antes.
-¡Todos a vuestros sitios! –gritó la mujer.
Todos fueron aminorando el volumen de sus voces e inmediatamente se dirigieron a sus asientos. Cuando por fin la clase se hubo calmado un poco, la maestra continuó hablando:
-Me parece que tenemos a una nueva compañera, ¿no es cierto? ¿Cómo te llamas?
-Kay, me llamo Kay.
-Vaya, pues bienvenida al grupo, Kay. No eres de aquí, ¿no?
-No. Vivo en Madrid, he venido aquí a pasar un tiempo en casa de mis abuelos.
-Pues espero que el pueblecito sea de tu agradado.
Pero… ¿Ésta mujer jugaba a algo? Al principio de la clase me mira fijamente como si estuviera planeando mi muerte y luego, me habla tan amable, incluso con sonrisas de por medio.
-Bien, sin dar más rodeos, os recuerdo que la semana pasada os dije que tenía una sorpresa preparada para el día de hoy… Y como todos sabéis yo siempre cumplo mis promesas. La sorpresa que os dije se trata de, bueno, un musical.
De repente, la clase se llenó de comentarios, la mayoría en negativo. A casi nadie le hacía gracia tener que hacer un musical, cantar y ponerse trajes un poco extraños… A casi nadie, menos a mí.
Cuando la maestra mencionó la palabra “musical” no pude ocultar mi felicidad en una gran sonrisa, como esas de Nicolás. Me hacía mucha, muchísima ilusión hacer uno, como había visto en las películas de High School Musical.
-Sí, dejad de quejaros.
-¡Pero creíamos que la sorpresa iba a gustarnos! –se quejó uno de mis compañeros sentamos por la parte de atrás.
-Yo nunca dije eso –agregó la maestra de música-. Bueno, empezaré a explicaros de qué ira todo esto, pues tenemos que tener la función lista para finales del trimestre. La obra pues, al no ser sacada de un libro, se titula “Musical de invierno”, ya, muy poco original, pero es lo que hay. Yo, con ayuda del profesor de plástica, hemos creado los guiones. Ahora os lo repartiré, y cuando lo hojeéis un poco me diréis qué personaje os gustaría ser.
-¿Sólo va a participar esta clase? –pregunté, curiosa.
-Sí. Hay exactamente veintitrés personajes, como los alumnos de este grupo.
La profesora empezó a repartir los guiones a cada chico o chica de la clase. Cuando por fin me tocó a mí, pude ver que estaban perfectamente grapados y que tenía, en total, veinte páginas, por delante y por detrás. Cuando le hube echado alguna ojeada, pude divisar los personajes principales: Amalia, una chica bastante popular empieza a sentir algo por Óscar, un chico tímido que se esconde de todo. La típica historia.
-Ahora que los he repartido todos, tengo aquí las partituras y letras de las canciones del musical. Las iré entregando conforme vayamos eligiendo quiénes interpretarán a los personajes. ¿Alguna propuesta?
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Bueno, sólo deciros que ya cambié lo que iba a cambiar del capítulo 5, pero no es mucho, cuando Kay y su abuela están comiendo. Espero que os guste todo ^^

Me fui de vacaciones a la luna.

¡Hola! Sí, tenéis derecho a matarme, fusilarme, liaros a palos, lo que queráis, porque ni siquiera he avisado.
Llevo una eternidad sin subir capítulo y sin respetar lo de los dos días, pero la verdad es que necesitaba un tiempo para aclararme con lo que voy a hacer. No me quiero dedicar a simplemente escribir, quiero dar lo mejor de mi imaginación y que termine esta novela con más lectores. El problema es, que si yo sólo me dedico a escribir y escribir, y vosotros a solo leer, pues esto será muy difícil que salga adelante.
Así que bueno, no me voy a entretener mucho más. Me gustaría que si os ha gustado algún capítulo, hagáis como en Youtube. Cuando os gusta un vídeo, ¿no le dais al "like"? Bien, pues con este blog lo que se puede hacer es votar al final del capítulo o anunciarlo por las redes sociales. Todos tenemos que participar para que esto salga adelante.
Bueno, ahora sí que sí, nos vemos en el próximo capítulo :D

PD: Quería avisar de que voy a cambiar parte del capítulo 5, así que si dentro de unos días cuando os avise de que lo he cambiado, queréis volver a leerlo, perfecto :) Ah, y al final subiré capítulo cada 3 días, espero que os sigan gustando las nuevas noticias ^^
Bye :D

viernes, 27 de enero de 2012

Capítulo 9: Notas.

 Tocaba clase de ciencias sociales. De todo el temario, sólo me interesaba la forma de vida de las personas en otras épocas, cosa que ahora mismo estábamos dando. Íbamos por la Edad Media, justo la época que más me gustaba.
-Puf, de verdad, Kay… No sé como te puede gustar sociales. Es un verdadero aburrimiento.
-¡Tan aburrido no es! Y menos esto, la Edad Media. ¿No te interesa cómo eran hace algunos años?
-¿Sólo algunos años? –Nicolás rio e introdujo las manos en sus bolsillos. Simples actos como ese hacían que bajara la cabeza y sonriera para mí misma.
-Bueeeeno. Ah, mira; ya estamos aquí. Entremos rápido.
Entramos y nos sentamos en nuestros sitios. Lancé un saludo a Irene, la que me contestó con una tímida sonrisa. A nadie le dio tiempo de hacer algo más, pues la profesora acababa de entrar y estaba dando golpes en la pizarra, en señal de que todos nos calláramos. Cuando por fin le hicimos caso, dijo una página del libro y comenzó con la clase.

-Eh, ¿de verdad no te aburre?
-¡Shhh! Al final te pillan, y nos castigan a los dos.
A veces Nicolás se ponía terriblemente pesado mientras la profesora explicaba. Cuando se aburría, se dedicaba a charlar con alguien. Al cabo de unos segundos en silencio, pensando que por fin había cedido y que se iba a callar, una bola de papel me dio en la cabeza, con una letra un poco deforme en la que ponía:

Bueno, bueno, pues si no quieres hablar oralmente tendrá que ser por cartas. ¿Sabes que ahora toca música, no? Espero que tú también te hayas apuntado, porque nos lo pasamos genial en clase de Miriam, la maestra. Además, dijo que tenía algo especial preparado para el día de hoy.

Cuando terminé de leer la carta arranqué un trozo de hoja de mi libreta y cuidando de que la profesora no se diera cuenta, escribí mi contestación:

¿Pero tú no te das cuenta de que lo que yo quiero es NO hablar? Que nos van a pillar, verás. Y sí, me apunté a las clases de música. Me encantan, aunque en mi anterior instituto se hacían un poco… Aburridas. Pues haber cual es  la “sorpresa”, ¿no?

Leí un par de veces mi nota, añadí un emoticono sonriente al final del todo, doblé el papel y se lo tiré a Nicolás. Este, estaba embobado mirando al frente, y cuando mi cartita le dio en la cara y lo despertó tan repentinamente, reprimí una gran carcajada. Al darse cuenta del papel, me miró sonriente, lo leyó y se dispuso a escribirme de nuevo. Cuando terminó, yo estuve pendiente, y en consecuencia cogí la carta al vuelo. Miré a la profesora para asegurarme de que no me iban a pillar y me puse a leer:

¡Y por qué no! Si es muy divertido hablar en las clases. Me alegro de que te hayas apuntado a las clases, ya verás como te gustan. Si es que… Aunque creas que no, este pequeño pueblo tiene mucho que enseñarte, y una de las cosas es que no todo lo bueno está en tu queridísima ciudad. Ya mismo la descubriremos, porque quedan cinco minutos para que toque la sirena.

Empecé a escribir una carta respuesta, antes de que pitara:

Sí, pero lo que no es divertido es ver un cero patatero en el próximo examen. Pues sí, eso espero. Hmm, ¿estás intentando enseñarme una buena lección? Jajajaja.

Le lancé la carta, y fue terminar de leerla y no darle tiempo a más, pues la sirena acababa de tocar y los alumnos se movían hasta la siguiente clase, música para algunos. 

miércoles, 18 de enero de 2012

Capítulo 7: Debes creer en ti.

-¿Qué hora es ya?
-No me he traído el iPhone.
-Bueno, tampoco es que fueras a hacer mucho con ese trozo de ciudad aquí.
Los dos reímos durante unos segundos. Lo cierto era que se me había olvidado el cargador en mi casa de Madrid. No creía que allí hubiera tiendas de informática, y mucho menos cargadores para iPhones. Seguramente ni sabrían de lo que se trataba. Cuando quisimos darnos cuenta estábamos por los pasillos del instituto pintado con pota de los alumnos.
Nuestras taquillas estaban considerablemente cerca, enfrente de la mía por decirse así. ¿Cosa del destino? No sabía exactamente.
-Puf, ahora os toca biología. No creo que te guste la profesora.
-¿Por? ¿Qué tiene de malo? –todavía no la había visto, sólo a 6 profesores el día anterior.
-Pues la verdad, es que es bastante… extravagante. Hace las cosas a su manera, y si no te gusta, te aguantas. O te cae bien o te entran ganas de tirarle un pupitre a la cabeza, yo estoy en el segundo grupo.
-Jajaja, ahora veremos en cuál me uno yo.
Y como si el destino otra vez lo hubiera querido así, justo cuando terminé de decir esa frase sonó la campana del instituto, que indicaba que todos deberíamos irnos a nuestras respectivas clases.
El instituto podía hacerse tan monótono a veces… Sólo había gente andando de un lado para otro, sin mirarte –la mayoría- y sin hacer algún esfuerzo por conocerte. En el mío, si eras alguien no te trataban así, pero yo había estado en los dos grupos, y la verdad es que prefería quedarme en el que pasan de ti.
-Vamos, que tú no has visto a la lechuga cuando se enfada –empezó a advertirme mientras caminábamos hacia muestra aula.
-¿La lechuga? –reí seguidamente.
-Sí, la profesora que te estoy diciendo, la de biología. Le pusimos ese mote cuando llegó aquí hace un año y pico. Ya verás por qué.
-He escuchado motes raros para profesores y para alumnos, pero la verdad es que ninguno se había llamado lechuga.
No nos dio tiempo a decir nada más. Justo en ese momento acabábamos de llegar a la puerta de nuestra clase y la que suponía que sería “la lechuga” estaba en la puerta dándoles prisa a los demás chicos para que entraran. Era una mujer que seguro que rondaba los 50, con el pelo pelirrojo y con el tacto de una esponja. Naturalmente, no se lo había tocado, era lo que aparentaba. Llevaba unos vaqueros claros y una camisa ancha color naranja. También llevaba unas gafas colgadas del cuello, y un bolso más grande que ella seguro.
-¡Vamos! ¿Qué hacéis todavía aquí? Nicolás, ¿ésta es la nueva?
-Sí, señorita.
-Bueno, dejémonos de charla. Entrad, ¡rápido! Cuando entre quiero veros a todos con los libros abiertos por el tema que estamos viendo.
Sin rechistar, entramos dentro, nos sentamos y nos dispusimos a sacar el material de clase. Cuando saqué el libro, caí en la cuenta de que no tenía ni idea del tema que estaban estudiando en este momento, así que le pregunté a Irene, la callada de mi lado:
-Irene, ¿qué tema estáis dando?
Ella me miró con desconfianza. Se apartó su precioso cabello rubio del rostro y se quedó varios segundos observándome. ¿Tenía algo en la cara? A lo mejor la había molestado. No me dio tiempo a pensar más, pues me contestó con un hilo de voz que me costó oír:
-Vamos… Vamos por el tema cuatro.
-Ah, vale. Muchas gracias, Irene.
Pasaron unos segundos de silencio entre nosotras dos.
-Te has acordado de mi nombre.
-¿Cómo no iba a hacerlo? Eres mi compañera, además es un nombre precioso.
-No lo creo, significa paz. Creo que va perfecto conmigo.
-Sí, yo también lo creo, eres muy tranquila, y eso es agradable.
-Jajaja, gracias, pero no creo que los demás piensen lo mismo. A los chicos sólo les gustan las chicas extrovertidas que suspenden y que no tiene vergüenza de casi nada.
-¿Sabes? Yo antes pensaba como tú, pero he entendido que eso son sólo la mayoría. Hay una minoría, y te aviso, esa minoría es muy pequeña, que de verdad se interesan por las chicas más calladas, románticas y con ese encanto dulce.
-No lo creo… ¿Y tú nombre qué significa?
-¿El mío? Kay, significa Celestial.
-Oh, eso sí que es bonito. Seguro que estás destinada a triunfar como nadie.
Qué gracia, parecía como si hubiera hablando antes con mis padres.
-Pues a mí me parece que no…
-Kay, veo en ti… Veo que no tienes claro lo que quieres. Lo que quieres ser. Pero si de verdad de propusieras encontrar esa chica que debajo de todas esas capas escondes, seguro que serías genial. Debes…
No le dio tiempo a terminar su frase. “La lechuga” había entrado en la clase y había dado un gran portazo, con el que toda la clase se sobresaltó y calló de inmediato. Luego se escucharon algunos “¡Profesora! ¡     Que te cargas la puerta!” o algún “Cómo estamos hoy…” pero enseguida la maestra mando a callar a los pocos que quedaban charlando, y comenzó a dar su clase:
-Hola a todos. Como ya sabéis, odio perder tiempo. Así que bueno, vamos a empezar dejando 5 minutos para que todos leáis las páginas noventa y noventa y uno. A partir de ya.
En esta clase parecía que nadie protestaba. En la mía no había momento en el que todos estuvieran callados a la vez.
Leímos, comentamos, hicimos ejercicios, leímos más, copiamos MUCHOS deberes para casa, y después de todo eso, pasó la primera hora del día. Lo cierto es que la estaba deseando para poder decirle a Irene que terminara su frase, que me había quedado con la intriga de saberlo. Pero al instante la profesora volvió a mandarnos a callar, y es que ella iba a quedarse la segunda hora porque el profesor de Química había faltado. Hicimos más ejercicios, leímos más páginas y las resumimos, y cuando esa segunda hora terminó y por fin creía que podía preguntarle a Irene cual era el final de su frase, la vi yéndose por la puerta, a algún refuerzo. Maldije el momento, y continué en mi sitio. Cuando por fin terminó la tercera hora, esperé a Irene en mi sitio, pero no tardó más de un par de minutos en volver al aula. Las dos cogimos nuestros correspondientes desayunos y cuando lo cogí rápida, me acerqué a ella y le pregunté:
-¿Cómo ibas a acabar la frase que me dijiste al comienzo del día?
¿Y si se le había olvidado? Habría quedado como una gilipollas aparte de una cotilla. Después de unos segundos callada, por fin me contestó:
-Debes creer en ti.
Y diciendo esto, Irene soltó una pequeña risa y salió disparada por la puerta. Yo me quedé mirándola asombrada. Le había quedado de película, aparte de que eso que le había dicho no era muy común. También, no es que Irene hablara mucho con los demás, y en el día de hoy se había soltado mucho, más de la cuenta si lo miraba bien.
-¿Salimos fuera? –me preguntó Nicolás con esbozando una de sus sonrisas.
-Claro que sí, salgamos. 

miércoles, 11 de enero de 2012

Capítulo 6: Reflexiones.

- ¿Seguro que no quieres más? –Insistía mi abuela-, ¡Casi no has tocado el plato!
- De verdad, que no tengo más ganas. Sólo quiero subir a mi cuarto.
- ¿De verdad no te apetece algo más?
- Que no, lo prometo.
Después de una mirada de aprobación a la fuerza, les di un beso a mis abuelos y subí las escaleras hacia arriba. Miré la hora en mi móvil mientras llegaba al segundo piso. Las 22:30. Tenía bastante sueño, así que anduve hasta mi habitación, cogí un pijama blanco con motivos florales –un poco pijo para mi gusto, pero era muy calentito ese pijama- y corrí al cuarto de baño. Lo bueno de esta casa es que tenían parqué, y por lo tanto, el suelo no estaba terriblemente frío en esta época, y no tenía que ir de puntillas a los sitios.
Cuando llegué al baño, me dispuse a ponerme el pijama. Me quité todo lo que llevaba en la parte superior y por un momento me detuve a mirarme al espejo. ¿Había adelgazado? Un poco. Vale, un poco más. No era mi culpa, así era mi cuerpo y no podía cambiarlo. Decidí no darle más vueltas y continuar cambiándome de ropa. Al terminar, maldije no haberme traído toallitas. Rebusqué en los muebles del cuarto, hasta que di con un paquete a estrenar. Tuve suerte, cogí un par de toallitas y me empecé a quitarme el poco maquillaje que tenía. Lo más difícil eran los ojos. Me lo conseguía quitar, pero siempre se quedaba un poco de negro por alrededor, y parecía una muerta viviente, aparte de mis espantosas ojeras. Cuando terminé me quedé un rato mirándome en el espejo. Había cambiado, estaba diferente. Ya no era la misma que hace algún tiempo, pero quién es el mismo que hace algún tiempo. Tu vida puede ir estupendamente bien, pero entonces te cruzas con un bache que en vez de hacer que des un simple bote en el coche, hace que te desvíes completamente de la carretera y por mucho que intentes volver a estar como antes, todo ha estado dañado y nunca podrá volver a estar completamente igual. Tampoco es que lo quisiera, pero debía aceptar que hace un año y pico era mucho más feliz que ahora, aunque esté cambiando. Sí, sólo lleva un día y no sabía si un poco más en este pueblo. Sin conexión a Internet, sin poder hacer llamadas, sin conocer a nadie… Mi peor pesadilla, o al menos eso creía. Pero ahora me estaba dando cuenta de que tal vez todo esto no fuera tan malo, y esto le estuviera enseñando cual es la verdadera Kay que hay en mi interior, no la que siempre enseñaba a los demás, la dura Kay. Tal vez el lugar, la gente, el aroma… No lo sabía con exactitud, lo que sí sabía es que no estaba aquí de casualidad, y que yo misma me lo había buscado.
Moví ligeramente la cabeza y me paré unos segundos para volver al mundo real. Ya basta de reflexiones. ¿Qué hora era ya? Las 22:56. Puf, casi las once de la noche. Cogí rápidamente el cepillo de dientes y unté un poco de pasta dental. Lo humedecí en el grifo y empecé a cepillarme los dientes. Al cabo de un par de minutos, me enjuagué bien la boca y me la sequé con la toalla más próxima. Me eché una última mirada en el espejo y volví a mi habitación. Coloqué el móvil en la mesilla de noche y me aseguré de que tenía la alarma puesta para el día siguiente. A cada segundo que pasaba, más sueño tenía. Cuando por fin lo tuve todo terminado y estaba lista para echarme a dormir, apagué la luz y me tiré a la cama, donde me tapé hasta el cuello con las 4 mantas que tenía por encima. Cerré los ojos. En ese instante, me acordé de Nicolás y del tiempo que había pasado hoy con él. Había sido una charla muy… Buena para los dos. Nos habíamos conocido, bueno, él me había conocido. Todavía tenía que contarme su vida amorosa, y todo sobre esas dos chicas que mencionó. Sonreí al recordar cuando casi me deja tuerta tirando piedras a mi ventana. Era tipo película, y me encantaba. Nicolás tenía esa increíble manera de hacer que por el tiempo que estuviera con él, me olvidará de todo mi pasado y que fuera yo misma, en ese momento, la de siempre. También se me vinieron a la mente recuerdos del primer día que pasé con él. Esa sonrisa suya, ese cabello rizado y alborotado tan suyo, esas pequitas alrededor y por la nariz, esas gafas que le daban su toque gracioso y dulce… Y así, pensando en esos momentos que había pasado con Nicolás y los que quedaban todavía por venir, me trasladé hasta el mundo de los sueños, donde todo era posible, donde todo lo que deseas se hace realidad.

- ¿Kay? ¡Vamos, arriba! –se oía con lejanía. ¿Todos los días iba a despertar así? Poco a poco, bajando de un dulce sueño. Entonces, escuché otra vez al inconfundible y molestoso gallo que anunciaba la llegada de la mañana. Me senté en la cama de un tirón y abrí los ojos como platos.
- Mierda.
Me destapé rápidamente y miré cogí mi móvil de la mesita de noche para mirar la hora. Sin batería.
- Mierda –volví a pensar.
Cogí como alma que lleva el diablo una camiseta con las siglas de Nueva York impresas, unos vaqueros y mis Converse. Corrí al baño y me cambié en un minuto. Me cepillé el pelo y me miré un poco en el espejo: No estaba tan mal, hoy pasaría de plancharme el pelo, no tenía tiempo. Saqué de la bolsa de aseo que había dejado allí un lápiz de ojos y empecé a perfilarlos. Al acabar, lo guardé y me di un toque de rímel. Cuando estuve lista, lo dejé todo en su sitio y bajé rápida a la cocina, esperaba que no fuera muy tarde.
- ¡Por fin estás aquí! Venga, cómete esta tostada y bébete este zumo rápida antes de que llegue la hora de irte, tu abuelo sale en unos minutos.
- Hoy no me voy con el abuelo, un compañero de clase viene a recogerme para ir juntos –le expliqué a mi abuela mientras me sentaba en la mesa y le pegaba un buen bocado a mi rebanada de pan.
- ¿Y ese compañero tuyo tiene el pelo como si no se lo hubiera peinado desde que nació? –solté una pequeña risa, se refería a Nicolás.
- Sí, algo parecido.
- Pues acaba de pasar por aquí hace un par de minutos, le he dicho que te estabas preparando y que siguiera adelante.
- ¡¿Qué?! –mastiqué como pude lo que tenía en la boca de tostada, me eché la mochila al hombro y despidiéndome con la mano salí pitando por la puerta.
Al salir a la calle, divisé unos andares a lo lejos que me resultaban de lo más familiar. Aceleré el paso mientras gritaba:
- ¡Eh! ¡Nicolás!
Enseguida, Nico se dio la vuelta y me recibió con un abrazo.
- ¡Oye! Creía que me habías dejado tirado.
- ¿Qué dices? Sólo me he quedado dormida, y no he podido desayunar por tu culpa.
- ¿Por mi culpa? ¿Qué he hecho yo ahora?
- Que no, que es broma, tonto. Vamos, que si no llegaremos tarde.
Y entre broma y broma, nos encaminamos hacia el instituto. Las mañanas se hacían más llevaderas con Nicolás al lado, esperaba que esto fuera así durante mucho tiempo.

martes, 3 de enero de 2012

Capítulo 4: Nueva.

Muchos me miraban y acto seguido cuchicheaban con sus amigos algo sobre mí, algunos pasaban –adoraba a esos- y otros más valientes, soltaban alguna frase como: “Eh, ¡nueva!” o “¿Querrías salir este sábado conmigo?”. Yo, por mi parte, decidí ignorarlos a todos y adentrarme en el instituto.
Una vez dentro, miré por todos lados para encontrar el pasillo H, en el que se suponía que estaba mi taquilla. La luz era mucho peor ahí que en mi ciudad. Las paredes, estaban pintadas de un verde que no agradaba mucho a la vista y todo era muy diferente. Cuando encontré el pasillo H, Nico apareció otra vez a mi espalda y me asustó con el típico susto de: “¡Bu!”.
- No me ha hecho gracia. Y otra cosa, deja de asustarme por detrás.
- Entendido, capitana. ¿Busca algún sitio en concreto?
- La verdad es que estaba buscando el pasillo H, pero lo acabo de encontrar. Ahora busco mi taquilla, así que si me disculpas tengo que encontrarla antes de que suene la sirena.
- En ese caso, te acompaño.
Se lo permití, tampoco es que me importara mucho. Ese día llevaba los rizos oscuros un poco más alocados que ayer y una camiseta lisa verde, que la verdad le favorecía mucho. En realidad era muy mono.
- ¿Qué impresión te ha dado mi instituto, Kay?
- ¡Vaya! Te acuerdas de mi nombre –me sorprendí, irónicamente.
- Pues sí –soltó mientras reía.
- Pues tiene una iluminación muy mala, y las paredes parecen que están pintadas con vómito. Pero por todo lo demás, parece muy encantador. Ah, bueno, y la mayoría de sus estudiantes son un poco… Gilipollas.
- En lo de las paredes tienes razón. Pero en lo de las luces… este pueblo no da para más. Aquí llueve mucho, ¿sabes?
- Me lo figuraba. -¿Tenía la voz un poco demasiado pasota?
- Oye, ¿A mí me incluyes en ese grupo que no es la mayoría gilipollas?
¿A este chico le gustaba chinchar a los demás? Preferí pasar de la pregunta, pero aun conociendo muy poco a Nicolás, sabía que en unos segundos volvería a formular la pregunta. Y no fallé.
- ¿Kay? Te he preguntado si me incluyes en los gilipollas.
- Puede. –Dije con tono juguetón y una sonrisa- Ah, mira, esta es mi taquilla.
Introduje la contraseña que venía escrita en el papel para guiarme que me habían dado y la abrí. Cogí mi libro de matemáticas y sujeté el pequeño bolso que ya traía.
- ¿Ahora tienes matemáticas? ¡Yo también! ¿En qué curso y clase estás?
- Estoy en 4º, 4º C.
- ¡Vaya! Estamos en la misma clase. Prepárate para recibir bolitas de papel en ese pelo –acompañó la frase con algunas risas.
Yo, por el contrario, cerré la taquilla de un portazo y le miré con cara asesina mientras decía con desprecio:
- Ni se te ocurra, lanzar algo a mi pelo.
Después de un par de segundos, sonó la campana. En realidad había quedado como en las películas. Me había gustado. Mientras todos corrían a sus respectivas clases, Nicolás y yo nos quedamos tal y como cuando le dijo lo de las bolitas.
- Vale, no sabía que tenías esa faceta tan… asesina -sonrió un poco.
- Bah, la suelo sacar a veces. Y ahora, ¿por qué no nos vamos a clase? No me apetece llegar tarde.
- Claro que no, ¡vamos!
Recorrimos un par de pasillos, subimos las escaleras y entramos en un aula bastante amplia. Cuando miré por la ventana para ver el paisaje que se vería, sólo vi algunos árboles y casas. Me desilusioné un poco. La profesora, que seguramente llevaría ahí plantada en medio de la clase desde las 7 y media, me dijo que me dirigiera a ella justo cuando ya me había sentado, al lado de una chica que tenía pinta de no hablar mucho. Sin ganas, me levanté y me dirigí al lado de la maestra. Llevaba el pelo corto y de un color extraño, seguramente se le habría quedado así después de teñírselo demasiadas veces. Tenía gafas ovaladas, y vestía con una camiseta larga y ancha con algunas flores y un pantalón también un poco ancho. Al cabo de unos minutos, cuando todo el mundo se hubo sentado, la señorita pidió silencio a todos y comenzó:
- Buenos días a todos. Quería presentaros a una nueva alumna a partir de hoy. Será vuestra compañera y la trataréis como si hubiera empezado el curso el mismo día que vosotros. ¿Entendido?
Todos respondieron al unísono en afirmativo.
- Ahora, joven, puedes presentarte.
¿PRESENTARME? ¿POR QUÉ IBA YO A PRESENTARME? Me quedé un rato ahí plantada sin saber que decir exactamente, hasta que al final solté lo primero que se me ocurrió para volver a mi sitio lo antes posible:
- Eh, hola. Mi nombre es Kay. Mmm..., vengo de la gran ciudad así que no os asustéis si no sé algo sobre vuestro pueblo o vuestras costumbres… -todos rieron un poco cuando dije eso- Y bueno, espero caeros bien.
Y sin más rodeos, solté una pequeña sonrisa y me senté en mi asiento. Cuando la profesora empezó a dar clase, saludé a mi compañera de pupitre. No pensaba pasar casi todo el curso al lado de alguien de quien ni siquiera sabía su nombre.
- Hola, ¿cómo te llamas? –le susurré.
La chica, me miró tímida, y al cabo de varios segundos, respondió con una voz fina y más baja aún que yo:
- Irene.
- Ah, pues hola, Irene. Espero no ser muy molesta.
Y continué prestando atención a la profesora de matemáticas.

El resto del día pasó un poco aburrido. Cuando llegamos a la hora de almorzar, Nicolás no paraba de seguirme a todas partes y de hacerme preguntas sobre cualquier cosa. Yo respondía con respuestas cortas y sencillas, aunque a veces me las curraba un poco y nos reíamos un rato. Nico era mono, pero hablaba más que un loro. En esa hora también me di cuenta de que, Irene, mi compañera, se sentaba sola a comer, y casi no hablaba con nadie. Daba pena, pues tenía unos preciosos ojos azules y un pelo liso y rubio muy largo, bastante guapa. Uno de mis retos sería, hacer que esa chica se soltase un poco.
Antes de que me diera cuenta, estábamos a 5 minutos de que terminara la última hora del día y poder irme finalmente a casa. Cuando sonó la campana, salí lo más rápido que pude de la clase, pero Nicolás me volvió a alcanzar. De camino a mi taquilla, empezó a hablar, como siempre:
- Oye, ¿qué te parece si quedamos un día de estos para seguir enseñándote en pueblo?
- ¿No me lo enseñaste ayer entero?
- Sí, bueno, pero nunca viene mal repasar.
Mientras colocaba los libros en su lugar, siguió preguntado.
- Bueno, ¿Qué me dices? –cerré la taquilla.
- Nico, la verdad es que ahora estoy muy liada con esto de la mudanza… Tengo que preparar las maletas, ponerme al día con los apuntes de clase… Tal vez otro día, ¿vale? –le noté en su rostro algo de tristeza, como si creyera que no le aguanto. Entonces, antes de que saliera mal por la puerta, decidí intervenir.- Pero vamos, que puedes acompañarme de casa al instituto y del instituto a casa si quieres hasta que me establezca del todo aquí.
- Claro. –Eso pareció animarlo más- ¿A qué hora paso a recogerte por las mañanas?
- Pues… ¿A las ocho menos cinco te parece bien?
- Por supuesto. Entonces, vamos. Tu casa está de camino para la mía.
Salimos de allí y fuimos hablando por el camino a nuestras casas. Parecía que este chico nunca se callaba. Tal vez hablara en sueños, o bajo el agua. Daba igual de todas formas, en cierta parte, su voz te relajaba. Tenía un tono tan dulce…
- ¿Vas a salir este sábado a Rock’s Home?
- ¿Rock’s Home? –sonaba a algún sitio de Estados Unidos.
- Sí, el sitio donde se reúnen todos los jóvenes en este pueblo. Es como una especie de discoteca, pero mucho más pequeño.
- Ah, pues por qué no. Estamos a lunes, y creo que para aquél entonces ya me habré instalado.
- Genial. Bueno, yo tiro por esta calle.
- Ah, vale. La casa de mis abuelos está ahí mismo.
- ¡Mañana nos vemos!
- ¡Adiós!
Nicolás se despidió de mí dejándome una sonrisa como última vista suya. Era realmente encantador. Por el poco camino que me quedaba, me perdí en mis propios pensamientos.
Cuando llegué a casa de mis abuelos, Felipe no estaba. Lo deduje porque su famosa camioneta roja no estaba aparcada por ningún sitio cerca. Mi abuela salió a recibirme a la puerta de la casa, y en cuanto llegué dentro me dio un abrazo y un par de besos en las mejillas.
- El almuerzo te espera, querida.
- Claro, abuela.
Y nos dirigimos hacia el interior de la casa, en la que hacía mucho más calor que afuera, supongo que habrían puesto la calefacción. 

lunes, 2 de enero de 2012

Capítulo 3: El primer día.

¿Estaba todavía soñando? ¿Había soñado con el ruido del despertador? Imposible, no hubiera cosa que odiara más que recordarme a mí misma que tengo que madrugar. Pero entonces… ¿Cómo que había tanto silencio alrededor? Sin duda alguna, había apagado la alarma que apuntaba las siete en punto de la mañana. De repente, escuché a un gallo cacarear, en señal de que era hora de levantarse. Entonces lo comprendí todo. No, no estaba en mi precioso piso de Madrid, me encontraba en un pueblo en las montañas del que ni siquiera recordaba el nombre, y que seguro que no tendría más de 15,000 habitantes. Decidí levantarme de la cama antes de que se hiciera más tarde, no podía llegar con retraso a mi primer día de escuela. Sí, mi primer día, porque los demás estarían ya más que acostumbrados y yo sería la nueva en todo aquel revuelo.
Había pasado tanto de todo que cuando quise darme cuenta, me percaté de que en mi habitación no había baño. Salí al pasillo, y divisé uno. Entré y me aseé. Mientras me quitaba esa horrenda cara que se me queda recién levantada, pensaba en cómo podían vivir así. Yo necesitaba mi espacio, y por lo tanto, mi propio baño. Cuando acabé me dirigí hacia mi cuarto a partir de hoy y rebusqué en mi maleta todavía sin deshacer algo para ponerme. Hacía un poco de frío, así que preferí ponerme un buen jersey de lana que me había comprado hace un par de semanas, unos pantalones vaqueros ceñidos un poco oscuros y mis típicas Converse. Cogí el peine y la plancha del pelo de la bolsa de aseo, y corrí de nuevo al cuarto de baño. Por el camino me planteé si tendrían enchufe en el aseo, y para mi suerte sí lo había. Me cepillé el pelo por encima y me dispuse a pasar la plancha por mi cabello, cuando escuché unos toquecitos en la puerta y una voz, la de mi abuelo, que decía:
- ¡Kay! ¿Te queda mucho? ¡Necesito entrar!
- ¿No hay otro baño? –Todo aquello empezaba a incomodarme- ¡Todavía me queda un rato!
- Pues no, querida. No lo hay. Así que mientras más prisa te des, mejor. Además, sólo te quedan unos 20 minutos, y todavía tienes que desayunar.
Preferí no contestar. Esperé que no siguiera en la puerta del baño esperando una respuesta, como hizo el día anterior. Mientras terminaba de peinarme, me di cuenta de que mi abuelo, era otro con afición a la palabra “querida”. ¿Esa era la moda o qué? Preferí terminar cuanto antes y bajar a desayunar, porque mi estómago empezaba a impacientarse.
Guardé todos mis utensilios y el pijama en la maleta, ya lo pondría todo en su sitio cuando llegara. Cogí el lápiz de ojos de la bolsa de aseo y me fui al gran espejo que había en la esquina para maquillarme un poco. Era uno de estos que siempre había querido: No estaban adosados a la pared, sino que tenía dos patas  de las que colgaba un cristal con forma ovalada, y que podía moverse libremente. Por fin, algo bueno en este lugar. Cuando terminé lo volví a guardar, cerré el macuto y bajé las escaleras con tranquilidad, pues anoche al subirlas muy rápido crujieron hasta el punto de hacerme creer que se iban a romper.
Cuando llegué abajo, mi abuela me recibió con una gran sonrisa mientras hacía algunas tostadas y zumo de naranja. Como ya me esperaba, su primera frase del día fue:
- ¡Buenas días, querida! ¿Te apetece algo de zumo? Las tostadas están a punto.
- Buenas días. –Saludé- Claro, me apetecen.
Y sin decir nada más, anduve hasta la encimera, me vertí un poco de zumo en un vaso y me fui a la mesa del comedor sin más. En un par de minutos, mi abuela apareció por la habitación con una bandeja llena de tostadas, mantequilla, mermelada, aceite, azúcar y mil cosas más.
- ¿Así desayunáis todos los días aquí? –pregunté fascinada. En mi ciudad, como mucho iba a la cocina, cogía una galleta y me iba al instituto.
- ¿Es muy poco? –Se preocupó mi abuela- Si quieres, puedo traerte más.
- No, así está bien… Gracias.
Me lanzó una sonrisa encantadora y volvió a seguir con el desayuno. Su expresión había sido como la que mi madre me puso cuando le dije que me iba a sentir rara en casa de mis abuelos, como esperanzadora.
Terminé de comer y miré la hora que era en el reloj de la cocina. Eran las ocho menos cinco.
- Abuela, ¿a cuánto tiempo andando está el instituto desde aquí?
- Ah, pues no mucho. Andando puedes tardar unos 10 minutos. Pero tranquila, los primeros días te llevará tu abuelo Felipe en la camioneta, para que no te pierdas por las calles.­­­­­­­­­­­­­­-
- Es imposible perderse por este mini pueblo –dije para mis adentros.
En ese mismo instante, mi abuelo apareció por las escaleras y me preguntó si íbamos a salir ya. Yo, asentí y me despedí de mi abuela, crucé la puerta principal y esperé al abuelo en la puerta del jardín. Cuando me alcanzó, nos dirigimos hacia el coche y condujo hacia el instituto. Pensaba que iba a hacer el ridículo yendo en camioneta allí, pero conforme nos fuimos acercando vi que hasta los propios estudiantes iban allí en sus propias camionetas. Nada comparado con mi querida ciudad. Bien, ahora yo también era adicta a esa palabra. Mi abuelo paró en la puerta del edificio, y comenzó a despedirse de mí:
- Bueno, ha acabado el viaje. ¿Me paso luego a recogerte?
- No, da igual. Me he ido fijando por el camino y creo que seré capaz de llegar sola. Muchas gracias.
Y sin decir nada más, salí por la puerta del coche y me adentré en aquél pelotón de gente.

Capítulo 2: Desde luego, esto no lo vives en Madrid.

Nos llevamos un rato caminando, mientras Nicolás me enseñaba todos los lugares de allí y me hablaba un poco de ellos. Yo, callaba. No era como una guía turística por una ciudad importante, pero no estaba mal. De muchos lugares, me contó leyendas que según él, asustaban un poco, mientras yo le daba un pequeño empujón y sonreía. Todo iba bien, hasta que nos cruzamos con una panda de cuatro chicos que iban gastándose bromas mutuamente. Cuando pasaron por al lado nuestro, soltaron varios comentarios hacia Nicolás, como “Ey, ¿Esta es tu hermana?” o “¿Es que no consigues a nadie más con la que salir a pasear?”, seguido de varias risas y escupitajos en el suelo, señalando que él valía eso. Lo vi con la cabeza gacha, y en este momento no pude contenerme. Aunque fuera increíble, cuando tenía unos diez años, yo fui víctima del bulling, y desde que Diana, mi mejor amiga en el momento se metió en medio de las peleas entre las chicas que me acosaban y yo, me di cuenta de que cada vez que veía algo así tenía que ayudar como sea, porque no sino, cada vez iba a ser peor.
- Ey, ¿Por qué no les has dicho algo? –pregunté posándole la mano en el hombro y forzándolo a parar de caminar. Después de un largo silencio, Nicolás me respondió:
- ¿Y qué quieres que les conteste? No puedo hacer nada, una vez lo intenté y casi no llego vivo a mi casa… Desde entonces creo que es mejor pasar de ellos, aunque a veces llegan a un punto en el que… duele.
- Te comprendo. Pero tú lo que tienes que hacer, es estar siempre fuerte –me sorprende de la forma en la que podía actuar a veces- no dejes que ellos te ganen, créeme, la ignorancia es lo peor.
- Pero… bueno, además eso no es caso tuyo, así que no deberías meterte.
- Sí debería. Siempre que se pueda parar, hay que hacerlo. Así que prométeme que la próxima vez no te pondrás así, ¿entendido?
Otra vez tardó un rato en contestar, pero finalmente levantó la cabeza y sonrió. Iba a darme un abrazo, pero cayó en la cuenta de que nos conocíamos desde hace una hora, y que no sería lo correcto.
- ¿Seguimos dando el paseo? –pregunté animadamente.
- Claro que sí.
Y continuamos explorando aquél lugar.

- ¡Oh, Dios mío! – exclamé mirando mi teléfono móvil.
- ¿Qué ocurre? Por cierto, ¿eso qué es?
- Un iPhone, idiota. Es muy tarde. En unos diez minutos debería estar en casa de mis abuelos, pues mis padres se irán hacia Madrid en ese tiempo, y si no me despido de ellos no quiero saber lo que se formaría.
- Ah, ese móvil que tiene de todo, ¿no? Aquí no necesitamos esas cosas –y diciendo eso, sacó de su bolsillo un móvil de estos que salieron hace algunos siglos- esto es lo que la mayoría podemos permitirnos, y la verdad, no pedimos más.
Antes de empezar a hablar, miré el ladrillo-móvil un rato, y luego seguí de los nervios.
- Necesito llegar a casa de mis abuelos en el menor tiempo posible, ¿conoces algún atajo?
- Hmm… Para empezar, ¿Dónde está la casa de tus abuelos?
- En la calle en la que empieza la avenida esa que tú dices.
- Ah, claro. Conozco uno, pero no creo que te guste.
- Me da igual, con tal de llegar a tiempo…
- ¿Entonces quieres ir por ahí? -¿por qué preguntaba tanto? Sólo quería llegar lo antes posible.
- ¡Que sí!
- Pues vamos, sígueme.
Lo seguí por una calle más atrás hasta llegar a una especie de escampado. Se notaba que hace poco había llovido, pues en cuanto toqué el primer trozo de tierra, mis Converse quedaron parcialmente hundidas en el barro.
- ¡Esto no lo veo muy higiénico! –le grité a Nicolás que iba mucho más adelantado que yo.
- ¡Te dije que no te gustaría! ¡Vamos!
Hice un gran esfuerzo y atravesé todo el lugar. Cuando salí mis pies no parecían los mismos.
- Desde luego, esto no lo vives en Madrid.
Continuamos nuestro camino. Después de saltar una valla, atravesar un par de calles y algunos matorrales, llegamos a la calle de la casa de mis abuelos, donde veía a mis padres despidiéndose de ellos.
- ¡Justo a tiempo!
- Bueno… Creo que es la hora de despedirse. Nos vemos… mañana, supongo.
- Sí, eso. Nos vemos mañana.
Nos quedamos un rato mirándonos. Hicimos el gesto de abrazar, pero los dos nos arrepentimos a la vez. Nos íbamos a ir con un simple adiós con la mano, pero tampoco nos convenció. Al final, optamos por darnos la mano como de broma, con algunas risas.
- ¡Adiós, Nicolás!
- ¡Hasta mañana!
Y yo corrí para despedirme de mis padres.
- ¡Kay! ¿Qué has hecho? –preguntaron mis padres, sorprendidos.
- Digamos… que he tenido un pequeño olvido y he tenido que vivir una aventura para poder despedirme de vosotros.
Diciendo esto, los abracé. Los manché un poco, pero no importaba. Finalmente se montaron en el coche y los vi desaparecer.
- Querida, ¿quieres entrar dentro? Ya empieza a hacer un poco de frío.
- Claro, abuela.

Capítulo 1: El lugar que marcaría mi vida.

- Cariño, ¿Tienes las maletas listas?
- Sí, mamá.
A mis padres se les habían metido en la cabeza la idea de que pasara un tiempo en la casa de mis abuelos. Ellos no vivían en la gran ciudad, como yo. Ellos tenían una preciosa casa en un pequeño pueblo alejado de las comodidades de las grandes urbanizaciones. Allí se había criado mi madre, y durante todo el trayecto estuvo hablándome de aquél lugar. Los sitios donde solía ir cuando era adolescente, sus lugares favoritos… Yo, hacía como que la escuchaba.
Por cierto, soy Kay. Mi nombre significa Celestial en español. Mis padres me lo pusieron pensando que en algún futuro, brillaría como la mejor estrella del cielo. Aunque con el tiempo, se fueron dando cuenta de que eso no sería así. Nunca me he considerado nada del otro mundo, soy una chica más con el pelo castaño y los ojos color miel, como muchísimas otras. Mis padres, estaban convencidos que sería de sobresaliente en los estudios, pero en realidad salí con un aprobado raspado. Vamos, para resumir; soy todo lo contrario a lo que mis padres esperaban. Y por lo tanto, la oveja negra de la familia.

-Kay, te va a encantar el pueblo de tus abuelos, ya verás como sí.
-¿Enserio, papá? ¿Se te han cruzado los cables o algo? Podría aguantar un fin de semana como mucho… ¿Pero cuánto pensáis dejarme allí atrapada? Sin conexión a Internet, sin amigos…
- Seguro que harás muy buenos amigos allí, hija. Tenías que desconectar de tu alocada vida y esta es la mejor forma de hacerlo. No te arrepentirás –me intentaba convencer mi padre.
Con la cara seria, y rabia desprendiéndose de mis ojos, me acerqué al asiento del copiloto y dije:
- Estás, completamente equivocado.
- Ah, mira; ya veo la torre de la iglesia. ¿La veis? Allí, a lo alto –contenta, nos mostró mamá su alegría. En realidad creo que mamá y yo ahora mismo representábamos un esquema de felicidad: Mamá rozando el 100%, y yo sin ni siquiera tocar el 1%.
Me volví a sentar en mi sitio con fuerza y esperé unos 10 minutos más de trayecto, deseando llegar por fin al sitio donde pasaría un tiempo que se me haría muy, muy lento. O al menos eso creía.

Mi madre no tardó en encontrar un lugar para aparcar el coche, completamente distinto a mi ciudad donde podías tardar hasta media hora. Cuando por fin el vehículo paró, cerré los ojos y agaché la cabeza. No quería creer que la pesadilla estaba a punto de comenzar, y ya estaba harta de ella. Mi padre me despertó de mis pensamientos dando unos golpecillos en el cristal de la ventana, indicándome que saliera del auto para saludar a mis abuelos.
Sólo los había visto un par de veces en mi vida, y eso hacía ya años. Cuando la que supongo que sería mi abuela vino a abrazarme con un sonoro: “¡Cariño! ¡Qué grande estás ya! Si es que parece que fue ayer cuando tenías un par de añitos… ¡Tienes que contarme todo!”, supe, sin duda alguna, que esta abuela pegajosa no me iba a dejar escapar ni el más mínimo detalle sobre mí. En cambio no pensaba que fuera tan habladora como me había mostrado, veía en ella mucha preocupación por los que le importan en esta vida y, aunque sólo me hubiera visto tres o cuatro veces en su vida, sabía que estaría ahí para lo que fuera, y eso, me gustó de ella.
Al cabo de unos segundos apareció mi abuelo por la calle izquierda en una camioneta. En la parte trasera, tenía cargada leña.
- ¡Hola! Supongo que tú deberías de ser Kay, ¿No? –Exclamó mi abuelo cuando ya estaba un poco más cerca- Aquí traigo un poco de leña, ¡cada vez hace más frío y las noches son terribles aquí en la montaña!
Genial, sin calefacción. Sólo chimenea y leña. Por lo menos, ahora iba a empezar el frío. Esto era algo que ninguno de mis amigos conseguía entender. A todos ellos les gustaba el sol y la playa. A mí no es que no me gustara eso, pero sentía que el frío, la nieve y la lluvia eran parte de mí, y cuando todo el mundo estaba encerrado en sus casas esperando a que escampe y poder salir y continuar con su labor, yo me sentía completa.
Cuando quise darme cuenta mi abuelo había parado la vieja camioneta y se bajó para darme un gran abrazo de bienvenida. No era muy viejo, tendría setenta y algo de años. Era más o menos de mi misma altura y ya tenía bastantes canas, que hacían que se le notaran los años.
- ¿Qué te parece si entramos dentro, mamá? El viaje se nos ha hecho un poco largo y necesitamos descansar.
- Me parece bien. Justo ahora estaba terminando unas galletas caseras para daros la bienvenida.
- Yo iré enseguida, en cuanto termine de apilar esta leña en el patio.
- Vamos, Kay –me animó papá.
Y echando una rápida mirada a todo lo que rodeaba aquél pequeño y olvidado pueblecillo, entré en donde sería el sitio que más añoraría del mundo.

- ¿Quieres un poco de leche caliente con las galletas, querida? –me sugirió mi abuela.
- No, -contesté fríamente- no hace falta.
- Kay, se dan las gracias, por lo menos –me comentó mi padre, con ese tono preocupado que se le dan a los niños de seis años.
- ¿Por qué no dejáis de tratarme así? ¡Que no tengo cinco años! –y diciendo eso y nada más, seguí comiendo las galletas que la preocupada de mi abuela había hecho para nosotros. La verdad es que no estaban mal.
Cuando la abuela se sentó en la mesa a comer las galletas con nosotros, pude ver y oír como ella y mi madre cotilleaban sobre algo, seguramente, sobre mí. Normalmente, hubiera levantado la voz pidiendo explicaciones, pero ya estaba bien por hoy de regañas, así que preferí callarme y pensar en positivo: “Cuanto más tiempo pase aquí, menos quedará para salir”. Creo que ese sería mi lema durante un largo plazo.
- ¿Quién se ha muerto? –preguntó el abuelo con una sonrisa en la cara, justo cuando había entrado por la puerta.
Mis padres y la abuela soltaron una sonrisa mientras yo por mi parte, ni siquiera levanté la cabeza para saludarlo. Cogí mi móvil, y me dispuse a buscar alguna red wifi que poder utilizar, pero entonces caí en la cuenta de que aquí sólo había red telefónica, y sólo del teléfono fijo. Vamos, que el móvil sólo lo utilizaría como mp3 y para jugar a las demos que venían en casos de extremo aburrimiento.
- Vamos Felipe, coge un sitio y come algunas galletas –soltó mi abuela.
- Ahora mismo, en cuanto me prepare este tazón de leche.
Y todos, bueno, sin incluirme a mí, esperaron a que el abuelo tomase sitio en la mesa, cuando irremediablemente mis abuelos empezaron a obligarme a hablar, cosa de lo que no tenía muchas ganas en ese momento:
- Y bueno Kay, ¿Qué te gusta hacer por las tardes? –animadamente, preguntó mi abuelo.
Me llevé un rato callada, para comprobar si podríamos pasar el uno del otro, pero mi abuelo se quedó esperando una respuesta de mí, hasta que irremediablemente tuve que hablar:
- Pues suelo quedarme conectada al ordenador, aunque a veces viene alguna amiga a mi casa…
- Interesante… Yo con tu edad estaba todo el día fuera, jugando con mis amigotes a la rayuela y a muchos juegos más… Qué buenos tiempos aquellos…
¿Amigotes? ¿De verdad acababa de decir AMIGOTES? Este pueblo no estaba sólo anticuado en la tecnología, sino también en el vocabulario.
- ¿Y de las notas qué puedes contarme, nieta? -¿no iba a dejarme escapar nunca? ¿No se daba cuenta de que no tenía ganas de hablar o lo hacía a propósito? En el resto de la mesa, mis padres hablaban por lo bajo con mi abuela.
Al cabo de un buen rato reflexionando, contesté:
- Bueno… Consigo aprobar… por suerte. Oye abuela, ¿Por aquí hay algún sitio dónde poder dar un paseo? Creo que lo necesito.
- ¡Claro, querida! –Me estaba empezando a dar cuenta de que mi abuela sentía una gran afición por la palabra “querida”- Justo al doblar la esquina izquierda hay una calle que si la cruzas entera, llegas a la plaza del pueblo. Allí hay tiendas de ropa, de zapatos, restaurantes… Y seguros que jóvenes con los que podrás congeniar a la perfección.
- Muchas gracias abuela, por cierto ¿Cuál es tu nombre? –mis padres se quedaron con la boca abierta cuando vieron que dije “gracias”, y yo, con una sonrisa triunfante en la boca-.
- Pues mi verdadero nombre, querida, es Dolores, pero puedes llamarme mejor…
- Perfecto, pues abuela Dolores entonces. –Le había dejado con la palabra en la boca, quería salir de allí cuanto antes- Abuelo Felipe y abuela Dolores, dentro de un par de horas volveré.
Y sin decir nada más, cogí mi mochila y salí por la puerta de aquella casa de campo a la que no estaba nada acostumbrada a visitar.

Siguiendo las instrucciones que me había dado Dolores, llegué hasta lo que se suponía que era el sitio donde se reunía la gente. Lo llamó la plaza, pero creo que eso no merecía el nombre ni de parada de autobús. Al terminar la larga calle, había un espacio adosado con piedras y que a los lados, tenía pequeñas tiendas –como eso fuera lo más parecido a un centro comercial…- y algunos bares, y por el medio, había una fuente, ni muy grande ni muy pequeña, que creo que sería el mayor monumento del lugar. También había bastantes bancos para sentarse a contemplar el lugar más atrasado del planeta, osease, aquella plaza. Para colmo, sólo veía a algunas mujeres comprando verdura, un par de chicas riéndose por lo bajo, bastante ridículo y algún que otro anciano paseando por allí. Me preparé para adentrarme y justo cuando iba a dar el primer paso, alguien me llamó desde atrás.
Al verle me quedé quieta y extrañada. El que me había llamado, era un chico de más o menos mi edad, con el pelo negro y rizado. Ni muy largo ni muy corto. Tenía una gran sonrisa en la cara, y algunas pequitas por la nariz. Tal vez su nariz fuera un poco más grande de lo normal, y llevaba una de estas gafas negras que ahora todo el mundo llevaba por gusto en Nueva York. No estaba mal el chico, pero con cara de mal gusto, empecé a hablarle:
- ¿Quién se supone que eres tú?
- Hola, me llamo Nicolás, pero a veces me llaman Nico. Te he visto por la avenida y se te ve perdida, preocupada… Y como buen ciudadano de este pueblo, tengo el deber de ayudar a otros habitantes de él. Por cierto, nunca te he visto en el instituto, es raro.
- ¿Podría ser quizás porque no soy de aquí? Además, no habré caído en el tuyo seguramente.
- ¿En el mío? Nena, aquí sólo hay un instituto y una escuela.
-  En primer lugar, FUERA eso de nena. Me llamo Kay. En segundo lugar… ¿Sólo uno? ¿Me estás tomando el pelo, verdad?
- No, en absoluto. ¿Cuántos hay en tu pueblo?
- Yo no vivo en un pueblo. Vivo en Madrid. Y sólo he venido aquí por antojo de mis padres. Se les ha metido en la cabeza que debo pasar un tiempo con mis abuelos… Para volver a encontrar mi camino, eso dicen… Y ya te estoy contando bastante. Si sólo hay un instituto, ya nos veremos en él mañana. Aunque si podrías pasar de mí, perfecto. Bueno eso, adiós.
Me di la vuelta, con el fin de seguir con mi paseo, pero Nicolás me agarró del brazo:
- ¡Espera! ¿No quieres que te enseñe un poco todo esto?
- No necesito ningún guía.
- Puede que no… ¿pero qué tiene de malo tenerlo? –sacó otra vez esa sonrisa, pero no enseñó los dientes. Era un poco dulce, y como no tenía demasiado acné, accedí para que no me siguiera dando la tabarra.