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miércoles, 18 de enero de 2012

Capítulo 7: Debes creer en ti.

-¿Qué hora es ya?
-No me he traído el iPhone.
-Bueno, tampoco es que fueras a hacer mucho con ese trozo de ciudad aquí.
Los dos reímos durante unos segundos. Lo cierto era que se me había olvidado el cargador en mi casa de Madrid. No creía que allí hubiera tiendas de informática, y mucho menos cargadores para iPhones. Seguramente ni sabrían de lo que se trataba. Cuando quisimos darnos cuenta estábamos por los pasillos del instituto pintado con pota de los alumnos.
Nuestras taquillas estaban considerablemente cerca, enfrente de la mía por decirse así. ¿Cosa del destino? No sabía exactamente.
-Puf, ahora os toca biología. No creo que te guste la profesora.
-¿Por? ¿Qué tiene de malo? –todavía no la había visto, sólo a 6 profesores el día anterior.
-Pues la verdad, es que es bastante… extravagante. Hace las cosas a su manera, y si no te gusta, te aguantas. O te cae bien o te entran ganas de tirarle un pupitre a la cabeza, yo estoy en el segundo grupo.
-Jajaja, ahora veremos en cuál me uno yo.
Y como si el destino otra vez lo hubiera querido así, justo cuando terminé de decir esa frase sonó la campana del instituto, que indicaba que todos deberíamos irnos a nuestras respectivas clases.
El instituto podía hacerse tan monótono a veces… Sólo había gente andando de un lado para otro, sin mirarte –la mayoría- y sin hacer algún esfuerzo por conocerte. En el mío, si eras alguien no te trataban así, pero yo había estado en los dos grupos, y la verdad es que prefería quedarme en el que pasan de ti.
-Vamos, que tú no has visto a la lechuga cuando se enfada –empezó a advertirme mientras caminábamos hacia muestra aula.
-¿La lechuga? –reí seguidamente.
-Sí, la profesora que te estoy diciendo, la de biología. Le pusimos ese mote cuando llegó aquí hace un año y pico. Ya verás por qué.
-He escuchado motes raros para profesores y para alumnos, pero la verdad es que ninguno se había llamado lechuga.
No nos dio tiempo a decir nada más. Justo en ese momento acabábamos de llegar a la puerta de nuestra clase y la que suponía que sería “la lechuga” estaba en la puerta dándoles prisa a los demás chicos para que entraran. Era una mujer que seguro que rondaba los 50, con el pelo pelirrojo y con el tacto de una esponja. Naturalmente, no se lo había tocado, era lo que aparentaba. Llevaba unos vaqueros claros y una camisa ancha color naranja. También llevaba unas gafas colgadas del cuello, y un bolso más grande que ella seguro.
-¡Vamos! ¿Qué hacéis todavía aquí? Nicolás, ¿ésta es la nueva?
-Sí, señorita.
-Bueno, dejémonos de charla. Entrad, ¡rápido! Cuando entre quiero veros a todos con los libros abiertos por el tema que estamos viendo.
Sin rechistar, entramos dentro, nos sentamos y nos dispusimos a sacar el material de clase. Cuando saqué el libro, caí en la cuenta de que no tenía ni idea del tema que estaban estudiando en este momento, así que le pregunté a Irene, la callada de mi lado:
-Irene, ¿qué tema estáis dando?
Ella me miró con desconfianza. Se apartó su precioso cabello rubio del rostro y se quedó varios segundos observándome. ¿Tenía algo en la cara? A lo mejor la había molestado. No me dio tiempo a pensar más, pues me contestó con un hilo de voz que me costó oír:
-Vamos… Vamos por el tema cuatro.
-Ah, vale. Muchas gracias, Irene.
Pasaron unos segundos de silencio entre nosotras dos.
-Te has acordado de mi nombre.
-¿Cómo no iba a hacerlo? Eres mi compañera, además es un nombre precioso.
-No lo creo, significa paz. Creo que va perfecto conmigo.
-Sí, yo también lo creo, eres muy tranquila, y eso es agradable.
-Jajaja, gracias, pero no creo que los demás piensen lo mismo. A los chicos sólo les gustan las chicas extrovertidas que suspenden y que no tiene vergüenza de casi nada.
-¿Sabes? Yo antes pensaba como tú, pero he entendido que eso son sólo la mayoría. Hay una minoría, y te aviso, esa minoría es muy pequeña, que de verdad se interesan por las chicas más calladas, románticas y con ese encanto dulce.
-No lo creo… ¿Y tú nombre qué significa?
-¿El mío? Kay, significa Celestial.
-Oh, eso sí que es bonito. Seguro que estás destinada a triunfar como nadie.
Qué gracia, parecía como si hubiera hablando antes con mis padres.
-Pues a mí me parece que no…
-Kay, veo en ti… Veo que no tienes claro lo que quieres. Lo que quieres ser. Pero si de verdad de propusieras encontrar esa chica que debajo de todas esas capas escondes, seguro que serías genial. Debes…
No le dio tiempo a terminar su frase. “La lechuga” había entrado en la clase y había dado un gran portazo, con el que toda la clase se sobresaltó y calló de inmediato. Luego se escucharon algunos “¡Profesora! ¡     Que te cargas la puerta!” o algún “Cómo estamos hoy…” pero enseguida la maestra mando a callar a los pocos que quedaban charlando, y comenzó a dar su clase:
-Hola a todos. Como ya sabéis, odio perder tiempo. Así que bueno, vamos a empezar dejando 5 minutos para que todos leáis las páginas noventa y noventa y uno. A partir de ya.
En esta clase parecía que nadie protestaba. En la mía no había momento en el que todos estuvieran callados a la vez.
Leímos, comentamos, hicimos ejercicios, leímos más, copiamos MUCHOS deberes para casa, y después de todo eso, pasó la primera hora del día. Lo cierto es que la estaba deseando para poder decirle a Irene que terminara su frase, que me había quedado con la intriga de saberlo. Pero al instante la profesora volvió a mandarnos a callar, y es que ella iba a quedarse la segunda hora porque el profesor de Química había faltado. Hicimos más ejercicios, leímos más páginas y las resumimos, y cuando esa segunda hora terminó y por fin creía que podía preguntarle a Irene cual era el final de su frase, la vi yéndose por la puerta, a algún refuerzo. Maldije el momento, y continué en mi sitio. Cuando por fin terminó la tercera hora, esperé a Irene en mi sitio, pero no tardó más de un par de minutos en volver al aula. Las dos cogimos nuestros correspondientes desayunos y cuando lo cogí rápida, me acerqué a ella y le pregunté:
-¿Cómo ibas a acabar la frase que me dijiste al comienzo del día?
¿Y si se le había olvidado? Habría quedado como una gilipollas aparte de una cotilla. Después de unos segundos callada, por fin me contestó:
-Debes creer en ti.
Y diciendo esto, Irene soltó una pequeña risa y salió disparada por la puerta. Yo me quedé mirándola asombrada. Le había quedado de película, aparte de que eso que le había dicho no era muy común. También, no es que Irene hablara mucho con los demás, y en el día de hoy se había soltado mucho, más de la cuenta si lo miraba bien.
-¿Salimos fuera? –me preguntó Nicolás con esbozando una de sus sonrisas.
-Claro que sí, salgamos. 

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