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viernes, 6 de enero de 2012

Capítulo 5: Un poco más el uno del otro.


 - La comida estará lista en unos 5 minutos, mientras tanto puedes ir poniendo la mesa –me pedía mi abuela.
Yo, sin rechistar, cogí los vasos, los cubiertos y todo lo demás necesario para comer y lo llevé hasta la mesa del comedor. Últimamente me estaba portando mejor, hasta yo lo notaba. Cuando terminé, encendí la vieja televisión y busque, como casi siempre, MTV. Por un momento creí que no estaría, pues no tenían televisión por cable, pero luego me acordé de que hace algún tiempo habían puesto esas cadenas más conocidas para todo el mundo, así que pude encontrar mi canal con la total comodidad. Cuando la encontré estaban echando videoclips, así que los dejé como fondo. Justo en ese momento, apareció mi abuela por la puerta con un bol de espaguetis bastante grande.
- ¿Todo esto es para nosotros? –pregunté asombrada.
Mi abuela rió, y entonces dijo:
- No, querida. También es para tu abuelo.
- Sigue siendo mucho para tres personas.
- ¿Pero qué coméis en Madrid? ¿Un trozo de pan del tamaño de una hormiga y agua?
Decidí no contestar y dirigirle una pequeña sonrisa. Se sentó a la mesa y comenzó a apartarse comida en su plato. Yo la miré sorprendida. Nunca había visto a una señora mayor comer tanto. Al ver mi abuela que yo me echaba mucho menos que ella, iba a rechistar sobre eso, pero, no sé el por qué, decidió morderse la lengua y callar. Al cabo de un pequeño rato, sonó una de las canciones que mejor me sabía; Someone like you, de Adele. Mi abuela al ver que cantaba la canción por lo bajo y bailaba como podía en la silla, sacó un tema de conversación:
- ¿Te gusta esa cantante?
- ¡Me encanta!
- ¿Cómo se llama?
- Adele, y hace algún tiempo estuvo en Madrid, donde hizo un concierto.
- Ah, sí… Oí algo. ¿Y tú fuiste?
- ¡Por supuesto! ¿Cómo iba a perdérmelo?
Ella volvió a reír. Seguramente, recordando los tiempos en los que ella estaba loca por algún grupo. O donde conoció a mi abuelo… La verdad es que tampoco tenía muchas ganas de saberlo. Las dos callamos durante unos segundos, y como si lo hubiera hecho a posta, de repente apareció mi abuelo por la puerta con su sonrisa de siempre, y nos saludó a las dos con un par de besos. Fue al cuarto de baño, se lavó las manos y se sentó con nosotras a comer. Cuando él se acomodó yo casi había terminado, así que llevé mis cubiertos y todo lo demás a la comida y subí arriba, a mi habitación.
Al llegar, me planteé que iba a hacer en las próximas horas si no tenía deberes, no tenía nada que estudiar –tampoco es que me fuera a poner a hacer cosas del instituto-, ni nada con lo que entretenerme. Dirigí la vista hacia la cama, donde esta mañana había dejado mi maleta sin deshacer todavía. Pero allí no estaba. Por pura lógica, miré en el armario empotrado del cuarto, y allí se encontraba todo mi vestuario ordenado completamente. Bajé y pregunté por qué estaba así, a lo que mi abuela contestó que no podía soportar ver la habitación tan desastre y que había sentido la necesidad de ordenarlo todo. Le di las gracias y me volví arriba. Me senté en la cama y decidí fijarme más en cómo era aquel sitio. Tampoco es que fuera feo el cuarto, pero no llegaba a gustarme. Las paredes estaban pintadas de un verde claro sin mucho color, y sólo había una cenefa por la pared, un par de cuadros al lado de la cama y una ventana en el lado derecho. Justo por donde estaba la puerta, estaba el armario y entonces me di cuenta de que en frente mía había un pequeño televisor. Esto es mejor que nada, pensé. Busqué el mando a distancia con la mirada y lo encontré en la mesa de noche. Lo cogí y lo encendí. Se podría decir que así pasé todo el día, viendo la tele en mi habitación, sin hacer nada más. Bueno, nada más aparte de pensar en la hermosa sonrisa de Nicolás. Tenía tal encanto natural que sin darte cuenta sonreías tú también. Pero no, él no era mi tipo. Además, enamorarse de alguien de este pueblo podría ser bastante peligroso, porque al vivir en Madrid todo se complicaría demasiado.
Eran las ocho menos cuarto cuando escuché un ruido extraño. Venía desde la ventana, así que instintivamente me acerqué a ella para averiguar qué era ese ruido. Cuando la iba a abrir, casi me da una piedra en la cara.
- ¡Perdón! –se escuchó desde abajo.
Allí, tirando piedras desde mi jardín, estaba Nico, cómo no.
- ¿Qué quieres? ¿Tú crees que esto es normal?
- No lo creo, pero tampoco es que me importe. Necesitaba verte, la tarde se me estaba haciendo eterna.
- ¿Y ahora qué? ¿Quieres que baje?
- ¿Tienes algún problema?
- No, claro que no. Ahora mismo bajo.
Cerré la ventana y di gracias a Dios por no haberme dado la picada de cambiarme de ropa. O de desmaquillarme. Me cepillé un poco el pelo y corrí al piso de abajo.
- ¿Dónde vas, Kay?
¡YUJU! No me había dicho querida, todo un récord para ella.
- Voy a salir un momento a la puerta.
- Ah, vale. Pues recuerda que a las 10 servimos la cena.
- Sí, abuela.
Salí por la puerta y fui hasta el lado derecho de mi jardín, donde estaba Nicolás esperando.
- Y ahora qué quieres.
- Nada. Hablar contigo… O algo.
Otra vez esa sonrisa tan perfecta. Cada vez me mataba más.
- Ajá, pues dime de qué quieres hablar.
- La verdad es que no lo sé.
- Oye, ¿Cómo has averiguado que ese es mi cuarto?
- Se te veía y escuchaba tronchándote de risa desde lejos.
Por un momento me quedé como petrificada. ¿QUÉ? ¿SE ME VEÍA RIÉNDOME? Oh, Dios. Habría deseado que no hubiera pasado mucha gente por esa calle ese día.
- Dios mío…
- No pasa nada, me gusta cuando te ríes –sonrió otra vez, lo que hizo que me derritiera por dentro-, parece como que quitas esa barrera de chica dura por un momento y muestras tu verdadero yo, una chica dulce y diferente.
- Espero que ese diferente sea para bien –dije con tono de burla.
- ¡Qué va! Eres súper molesta. Todo momento que estoy contigo deseo que te vayas.
Los dos reímos. La verdad es que me lo pasaba muy bien con él, parecía de estos amigos que nunca te defraudan.
- Gracias por aparecer ayer en la plaza, enserio –le confesé.
- ¿Por qué?
- Pues porque sin ti, ahora mismo estaría muy perdida, sin saber qué hacer. Este cambio todavía me cuesta… El no tener que coger metro para transportarme, el no escuchar el continuo ruido de los coches, el no tener amigos…
- ¿No tienes amigos? –preguntó, con los ojos en blanco.
- Jajaja, claro que tengo, pero son chicas. Los chicos… Bueno, sólo me han utilizado para lo que ellos quisieran. Casi todos allí son unos gilipollas.
Nos llevamos un momento en silencio. De repente y sin ninguna vergüenza, Nicolás me preguntó:
- ¿Con cuántos chicos has salido?
Aquella pregunta me dejó un poco desconcertada. ¿Con cuántos chicos había salido? ¿Y eso qué le implicaba a él? Al final, contesté:
- Pues… unos siete.
Nicolás volvió a poner los ojos en blanco.
- ¿Qué ocurre? –dije mientras reía. Parecía como si le hubiera dicho que Papá Noel no existía.
- ¿Cuántos años tienes, Kay?
- Tengo dieciséis, repetí el curso pasado.
- Joder, para mí es demasiado… ¿Y por qué repetiste?
- Eso es otra historia que ya te contaré. ¿Demasiado? Yo no lo veo así, ¿con cuántas has salido tú?
Me miró desconcertado, como si hubiera metido el dedo en la llaga. Pero luego rió y me contestó.
- Pues con un par de ellas –y volvió a sonreír.
Instintivamente lo abracé. Se sentía muy bien abrazándolo, como si estuvieras a salvo de todo. Cuando el abrazo acabó continuó hablando:
- Y bueno, cuéntame algo sobre esos chicos con los que has salido.
Parecía dispuesto a escuchar, así que comencé con mi historia amorosa:
- Pues haber… Mi primer chico lo tuve con trece años, justo cuando empecé 2º de la ESO. Se llamaba Alex… Sí, verdaderamente era el chico perfecto: Te llamaba a la hora que decía que te iba a llamar, tenía cualquier detalle contigo…
- ¿Y qué os pasó?
- Pues un día, sin venir a cuento, Alex me pilló colocando los libros en la taquilla del instituto y me dijo que se acabó. Ese día fingí estar mala y llamaron a mis padres para que vinieran a recogerme. Lo pasé súper mal, pero al tiempo me di cuenta de que iba de flor en flor, así que decidí pasar de él y disfrutar. El segundo, fue unos meses después, que fue un amor de verano. Se llamaba Javier, y lo conocí de vacaciones con mi familia. Los dos meses que estuvimos en aquél sitio los pasé realmente bien con él, pero luego nos tuvimos que marchar. Nos dimos los números de teléfono, las cuentas de Facebook y Tuenti… Pero al final me di cuenta de que pasaba de mí y me fui recuperando poco a poco…
- Joder, por ahora todos los que me has contado eran muy idiotas.
- ¿Sólo eso? -reí- Pero bueno, es lo que me ha tocado vivir. El tercero era Guillermo, empecé con él en la víspera de navidad, y lo conocí porque había estado dos semanas enteras dejándome cartas en la taquilla. Cada día, iba ansiosa al instituto para mirar la carta de ese día, hasta que una vez llegué y estaba él allí, con una rosa en la mano y un cartel en la mano que ponía “Aquí está tu carta, en versión mejorada”. Me volví loca, de amor. Era tan sumamente perfecto y romántico…
- Vaya, parece que era muy bonito lo vuestro, ¿qué os pasó?
- Pues Guillermo no era como los demás. Sólo que se mudó a Londres… Por el trabajo familiar y eso, y se nos hizo muy, muy duro separarnos. Pero bueno, habíamos pasado un año juntos.
- Jajaja, parece como de película. Ahí tenías… ¿Catorce años, no? Vamos, sigue que todavía quedan un par de años más.
- ¡Con paciencia! El siguiente fue, mi mejor amigo Marcos. Empezó consolándome por lo de Guillermo, y al final terminamos terriblemente enamorados. Pasamos… creo que unos 6 meses juntos, que fueron estupendos. Pero entonces… una noche con amigos, bebí, y demasiado. Entonces me acerqué a un tío que ni siquiera sabía su nombre y empecé a besarle. Una cosa llevó a la otra y…
- ¿Qué pasó, Kay?
De repente todo se había callado a nuestro alrededor. No se escuchaba mi a algún perro ladrar, ningún coche arrancar o nadie alzando más de lo debido la voz.
- Lo último que recuerdo es mi mejor amiga sacándome de un bloque de pisos y llevándome al hospital. Tengo algunas imágenes en la memoria… pero nada claro.
- ¿Qué recuerdas? Te sentará bien contarlo, te lo prometo.
- Pues… a ese tío, una habitación… Yo, resistiéndome. Sí, puedes pensar mal. Luego, después de unos análisis, me dijeron que desde esa noche, no tenía nada de virginidad.
Hubo un silencio más grande incluso que el que hubo antes. Mis ojos estaban deseando soltar mil lágrimas y llorar en el hombro de Nicolás, pero intenté contenerme y creo que lo conseguí.
- Más tarde fui a ver a Guillermo, pero este me dijo que no iba a seguir con una fumeta, que además iba follándose a todo Dios, palabras textuales. Desde ese momento me di cuenta de que no era de confiar, si él me hubiera querido de verdad hubiera comprendido que no estaba en condiciones de acordarme de nada.
- Lo siento mucho, Kay. De verdad…
- No pasa nada. Bueno, el quinto fue el más popular del instituto. El típico matón que piensa que él es el que manda en todo y todos tienen que hacerle caso.
- ¿De verdad has estado con alguien así?
Los dos reíamos a la vez sobre eso. Yo tampoco me lo creía.
- Sí, de verdad. Yo tenía falsas ilusiones sobre él. Incluso con él, perdí mi “verdadera” virginidad. Aunque con el tiempo, me fui dando cuenta de que sólo me quería para eso, así que lo dejé. Cuando se lo dije, cosa que me había costado la misma vida, me pegó una bofetada y salió soltando tacos.
- ¿Lo denunciaste?
- No, nunca se lo dije a mis padres. Y como el médico que me atendió cuando lo del emborrachamiento era el padre de mi amiga, les hice prometer que les dijeran a mis padres que me había caído por las escaleras y me había roto el clítoris.
- Eso está muy mal hecho.
- Ya lo sé. Desde este último novio, me hice prometer a mí misma que nunca más iba a ser tan estúpida. Bueno, el sexto se llamaba Eduardo, mejor Edu. Era el hermano de una de mis amigas, y era muy atento y comprensivo conmigo. Hasta que, bueno, dejé de sentir lo mismo por él, porque lo estaba empezando a sentir por otro chico. Ese otro chico era Pablo, el repartidor de periódicos de la zona. Cada mañana que lo veía me sentía completa. Sólo que un día según él, “se pilló por otra tía y necesitaba un cambio”. Fue bastante idiota.
- ¿Hace cuánto ocurrió eso?
- Un par de semanas. Bueno, ahora te toca a ti contar tus historias.
- ¿A mí?
- Sí, a ti.
- ¡Kay! La cena está lista, ven dentro –mierda, mi abuela. ¿Tanto tiempo había pasado? No lo parecía. Miré la hora de mi reloj y, exacto, eran casi las diez.
- Nicolás, son casi las diez de la noche. Creo que deberías irte a casa.
- Pues sí, debería. Y tú deberías entrar.
- Claro. Nos vemos mañana, no te olvides de recogerme, eh.
- Cómo me voy a olvidar. Bueno, adiós.
Nos abrazamos como despedida. Esta vez no había sido tan incómodo como la última vez.
- Hasta mañana.

Corrí hacia mi casa. Hacía un poco de frío.
- ¡Kay! Justo a tiempo.
- ¿Qué hay preparado para comer?
- Tenemos filete de ternera, con patatas fritas y una salsa que he hecho yo misma.
- Perfecto –sonreí.

lunes, 2 de enero de 2012

Capítulo 1: El lugar que marcaría mi vida.

- Cariño, ¿Tienes las maletas listas?
- Sí, mamá.
A mis padres se les habían metido en la cabeza la idea de que pasara un tiempo en la casa de mis abuelos. Ellos no vivían en la gran ciudad, como yo. Ellos tenían una preciosa casa en un pequeño pueblo alejado de las comodidades de las grandes urbanizaciones. Allí se había criado mi madre, y durante todo el trayecto estuvo hablándome de aquél lugar. Los sitios donde solía ir cuando era adolescente, sus lugares favoritos… Yo, hacía como que la escuchaba.
Por cierto, soy Kay. Mi nombre significa Celestial en español. Mis padres me lo pusieron pensando que en algún futuro, brillaría como la mejor estrella del cielo. Aunque con el tiempo, se fueron dando cuenta de que eso no sería así. Nunca me he considerado nada del otro mundo, soy una chica más con el pelo castaño y los ojos color miel, como muchísimas otras. Mis padres, estaban convencidos que sería de sobresaliente en los estudios, pero en realidad salí con un aprobado raspado. Vamos, para resumir; soy todo lo contrario a lo que mis padres esperaban. Y por lo tanto, la oveja negra de la familia.

-Kay, te va a encantar el pueblo de tus abuelos, ya verás como sí.
-¿Enserio, papá? ¿Se te han cruzado los cables o algo? Podría aguantar un fin de semana como mucho… ¿Pero cuánto pensáis dejarme allí atrapada? Sin conexión a Internet, sin amigos…
- Seguro que harás muy buenos amigos allí, hija. Tenías que desconectar de tu alocada vida y esta es la mejor forma de hacerlo. No te arrepentirás –me intentaba convencer mi padre.
Con la cara seria, y rabia desprendiéndose de mis ojos, me acerqué al asiento del copiloto y dije:
- Estás, completamente equivocado.
- Ah, mira; ya veo la torre de la iglesia. ¿La veis? Allí, a lo alto –contenta, nos mostró mamá su alegría. En realidad creo que mamá y yo ahora mismo representábamos un esquema de felicidad: Mamá rozando el 100%, y yo sin ni siquiera tocar el 1%.
Me volví a sentar en mi sitio con fuerza y esperé unos 10 minutos más de trayecto, deseando llegar por fin al sitio donde pasaría un tiempo que se me haría muy, muy lento. O al menos eso creía.

Mi madre no tardó en encontrar un lugar para aparcar el coche, completamente distinto a mi ciudad donde podías tardar hasta media hora. Cuando por fin el vehículo paró, cerré los ojos y agaché la cabeza. No quería creer que la pesadilla estaba a punto de comenzar, y ya estaba harta de ella. Mi padre me despertó de mis pensamientos dando unos golpecillos en el cristal de la ventana, indicándome que saliera del auto para saludar a mis abuelos.
Sólo los había visto un par de veces en mi vida, y eso hacía ya años. Cuando la que supongo que sería mi abuela vino a abrazarme con un sonoro: “¡Cariño! ¡Qué grande estás ya! Si es que parece que fue ayer cuando tenías un par de añitos… ¡Tienes que contarme todo!”, supe, sin duda alguna, que esta abuela pegajosa no me iba a dejar escapar ni el más mínimo detalle sobre mí. En cambio no pensaba que fuera tan habladora como me había mostrado, veía en ella mucha preocupación por los que le importan en esta vida y, aunque sólo me hubiera visto tres o cuatro veces en su vida, sabía que estaría ahí para lo que fuera, y eso, me gustó de ella.
Al cabo de unos segundos apareció mi abuelo por la calle izquierda en una camioneta. En la parte trasera, tenía cargada leña.
- ¡Hola! Supongo que tú deberías de ser Kay, ¿No? –Exclamó mi abuelo cuando ya estaba un poco más cerca- Aquí traigo un poco de leña, ¡cada vez hace más frío y las noches son terribles aquí en la montaña!
Genial, sin calefacción. Sólo chimenea y leña. Por lo menos, ahora iba a empezar el frío. Esto era algo que ninguno de mis amigos conseguía entender. A todos ellos les gustaba el sol y la playa. A mí no es que no me gustara eso, pero sentía que el frío, la nieve y la lluvia eran parte de mí, y cuando todo el mundo estaba encerrado en sus casas esperando a que escampe y poder salir y continuar con su labor, yo me sentía completa.
Cuando quise darme cuenta mi abuelo había parado la vieja camioneta y se bajó para darme un gran abrazo de bienvenida. No era muy viejo, tendría setenta y algo de años. Era más o menos de mi misma altura y ya tenía bastantes canas, que hacían que se le notaran los años.
- ¿Qué te parece si entramos dentro, mamá? El viaje se nos ha hecho un poco largo y necesitamos descansar.
- Me parece bien. Justo ahora estaba terminando unas galletas caseras para daros la bienvenida.
- Yo iré enseguida, en cuanto termine de apilar esta leña en el patio.
- Vamos, Kay –me animó papá.
Y echando una rápida mirada a todo lo que rodeaba aquél pequeño y olvidado pueblecillo, entré en donde sería el sitio que más añoraría del mundo.

- ¿Quieres un poco de leche caliente con las galletas, querida? –me sugirió mi abuela.
- No, -contesté fríamente- no hace falta.
- Kay, se dan las gracias, por lo menos –me comentó mi padre, con ese tono preocupado que se le dan a los niños de seis años.
- ¿Por qué no dejáis de tratarme así? ¡Que no tengo cinco años! –y diciendo eso y nada más, seguí comiendo las galletas que la preocupada de mi abuela había hecho para nosotros. La verdad es que no estaban mal.
Cuando la abuela se sentó en la mesa a comer las galletas con nosotros, pude ver y oír como ella y mi madre cotilleaban sobre algo, seguramente, sobre mí. Normalmente, hubiera levantado la voz pidiendo explicaciones, pero ya estaba bien por hoy de regañas, así que preferí callarme y pensar en positivo: “Cuanto más tiempo pase aquí, menos quedará para salir”. Creo que ese sería mi lema durante un largo plazo.
- ¿Quién se ha muerto? –preguntó el abuelo con una sonrisa en la cara, justo cuando había entrado por la puerta.
Mis padres y la abuela soltaron una sonrisa mientras yo por mi parte, ni siquiera levanté la cabeza para saludarlo. Cogí mi móvil, y me dispuse a buscar alguna red wifi que poder utilizar, pero entonces caí en la cuenta de que aquí sólo había red telefónica, y sólo del teléfono fijo. Vamos, que el móvil sólo lo utilizaría como mp3 y para jugar a las demos que venían en casos de extremo aburrimiento.
- Vamos Felipe, coge un sitio y come algunas galletas –soltó mi abuela.
- Ahora mismo, en cuanto me prepare este tazón de leche.
Y todos, bueno, sin incluirme a mí, esperaron a que el abuelo tomase sitio en la mesa, cuando irremediablemente mis abuelos empezaron a obligarme a hablar, cosa de lo que no tenía muchas ganas en ese momento:
- Y bueno Kay, ¿Qué te gusta hacer por las tardes? –animadamente, preguntó mi abuelo.
Me llevé un rato callada, para comprobar si podríamos pasar el uno del otro, pero mi abuelo se quedó esperando una respuesta de mí, hasta que irremediablemente tuve que hablar:
- Pues suelo quedarme conectada al ordenador, aunque a veces viene alguna amiga a mi casa…
- Interesante… Yo con tu edad estaba todo el día fuera, jugando con mis amigotes a la rayuela y a muchos juegos más… Qué buenos tiempos aquellos…
¿Amigotes? ¿De verdad acababa de decir AMIGOTES? Este pueblo no estaba sólo anticuado en la tecnología, sino también en el vocabulario.
- ¿Y de las notas qué puedes contarme, nieta? -¿no iba a dejarme escapar nunca? ¿No se daba cuenta de que no tenía ganas de hablar o lo hacía a propósito? En el resto de la mesa, mis padres hablaban por lo bajo con mi abuela.
Al cabo de un buen rato reflexionando, contesté:
- Bueno… Consigo aprobar… por suerte. Oye abuela, ¿Por aquí hay algún sitio dónde poder dar un paseo? Creo que lo necesito.
- ¡Claro, querida! –Me estaba empezando a dar cuenta de que mi abuela sentía una gran afición por la palabra “querida”- Justo al doblar la esquina izquierda hay una calle que si la cruzas entera, llegas a la plaza del pueblo. Allí hay tiendas de ropa, de zapatos, restaurantes… Y seguros que jóvenes con los que podrás congeniar a la perfección.
- Muchas gracias abuela, por cierto ¿Cuál es tu nombre? –mis padres se quedaron con la boca abierta cuando vieron que dije “gracias”, y yo, con una sonrisa triunfante en la boca-.
- Pues mi verdadero nombre, querida, es Dolores, pero puedes llamarme mejor…
- Perfecto, pues abuela Dolores entonces. –Le había dejado con la palabra en la boca, quería salir de allí cuanto antes- Abuelo Felipe y abuela Dolores, dentro de un par de horas volveré.
Y sin decir nada más, cogí mi mochila y salí por la puerta de aquella casa de campo a la que no estaba nada acostumbrada a visitar.

Siguiendo las instrucciones que me había dado Dolores, llegué hasta lo que se suponía que era el sitio donde se reunía la gente. Lo llamó la plaza, pero creo que eso no merecía el nombre ni de parada de autobús. Al terminar la larga calle, había un espacio adosado con piedras y que a los lados, tenía pequeñas tiendas –como eso fuera lo más parecido a un centro comercial…- y algunos bares, y por el medio, había una fuente, ni muy grande ni muy pequeña, que creo que sería el mayor monumento del lugar. También había bastantes bancos para sentarse a contemplar el lugar más atrasado del planeta, osease, aquella plaza. Para colmo, sólo veía a algunas mujeres comprando verdura, un par de chicas riéndose por lo bajo, bastante ridículo y algún que otro anciano paseando por allí. Me preparé para adentrarme y justo cuando iba a dar el primer paso, alguien me llamó desde atrás.
Al verle me quedé quieta y extrañada. El que me había llamado, era un chico de más o menos mi edad, con el pelo negro y rizado. Ni muy largo ni muy corto. Tenía una gran sonrisa en la cara, y algunas pequitas por la nariz. Tal vez su nariz fuera un poco más grande de lo normal, y llevaba una de estas gafas negras que ahora todo el mundo llevaba por gusto en Nueva York. No estaba mal el chico, pero con cara de mal gusto, empecé a hablarle:
- ¿Quién se supone que eres tú?
- Hola, me llamo Nicolás, pero a veces me llaman Nico. Te he visto por la avenida y se te ve perdida, preocupada… Y como buen ciudadano de este pueblo, tengo el deber de ayudar a otros habitantes de él. Por cierto, nunca te he visto en el instituto, es raro.
- ¿Podría ser quizás porque no soy de aquí? Además, no habré caído en el tuyo seguramente.
- ¿En el mío? Nena, aquí sólo hay un instituto y una escuela.
-  En primer lugar, FUERA eso de nena. Me llamo Kay. En segundo lugar… ¿Sólo uno? ¿Me estás tomando el pelo, verdad?
- No, en absoluto. ¿Cuántos hay en tu pueblo?
- Yo no vivo en un pueblo. Vivo en Madrid. Y sólo he venido aquí por antojo de mis padres. Se les ha metido en la cabeza que debo pasar un tiempo con mis abuelos… Para volver a encontrar mi camino, eso dicen… Y ya te estoy contando bastante. Si sólo hay un instituto, ya nos veremos en él mañana. Aunque si podrías pasar de mí, perfecto. Bueno eso, adiós.
Me di la vuelta, con el fin de seguir con mi paseo, pero Nicolás me agarró del brazo:
- ¡Espera! ¿No quieres que te enseñe un poco todo esto?
- No necesito ningún guía.
- Puede que no… ¿pero qué tiene de malo tenerlo? –sacó otra vez esa sonrisa, pero no enseñó los dientes. Era un poco dulce, y como no tenía demasiado acné, accedí para que no me siguiera dando la tabarra.