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viernes, 6 de enero de 2012

Capítulo 5: Un poco más el uno del otro.


 - La comida estará lista en unos 5 minutos, mientras tanto puedes ir poniendo la mesa –me pedía mi abuela.
Yo, sin rechistar, cogí los vasos, los cubiertos y todo lo demás necesario para comer y lo llevé hasta la mesa del comedor. Últimamente me estaba portando mejor, hasta yo lo notaba. Cuando terminé, encendí la vieja televisión y busque, como casi siempre, MTV. Por un momento creí que no estaría, pues no tenían televisión por cable, pero luego me acordé de que hace algún tiempo habían puesto esas cadenas más conocidas para todo el mundo, así que pude encontrar mi canal con la total comodidad. Cuando la encontré estaban echando videoclips, así que los dejé como fondo. Justo en ese momento, apareció mi abuela por la puerta con un bol de espaguetis bastante grande.
- ¿Todo esto es para nosotros? –pregunté asombrada.
Mi abuela rió, y entonces dijo:
- No, querida. También es para tu abuelo.
- Sigue siendo mucho para tres personas.
- ¿Pero qué coméis en Madrid? ¿Un trozo de pan del tamaño de una hormiga y agua?
Decidí no contestar y dirigirle una pequeña sonrisa. Se sentó a la mesa y comenzó a apartarse comida en su plato. Yo la miré sorprendida. Nunca había visto a una señora mayor comer tanto. Al ver mi abuela que yo me echaba mucho menos que ella, iba a rechistar sobre eso, pero, no sé el por qué, decidió morderse la lengua y callar. Al cabo de un pequeño rato, sonó una de las canciones que mejor me sabía; Someone like you, de Adele. Mi abuela al ver que cantaba la canción por lo bajo y bailaba como podía en la silla, sacó un tema de conversación:
- ¿Te gusta esa cantante?
- ¡Me encanta!
- ¿Cómo se llama?
- Adele, y hace algún tiempo estuvo en Madrid, donde hizo un concierto.
- Ah, sí… Oí algo. ¿Y tú fuiste?
- ¡Por supuesto! ¿Cómo iba a perdérmelo?
Ella volvió a reír. Seguramente, recordando los tiempos en los que ella estaba loca por algún grupo. O donde conoció a mi abuelo… La verdad es que tampoco tenía muchas ganas de saberlo. Las dos callamos durante unos segundos, y como si lo hubiera hecho a posta, de repente apareció mi abuelo por la puerta con su sonrisa de siempre, y nos saludó a las dos con un par de besos. Fue al cuarto de baño, se lavó las manos y se sentó con nosotras a comer. Cuando él se acomodó yo casi había terminado, así que llevé mis cubiertos y todo lo demás a la comida y subí arriba, a mi habitación.
Al llegar, me planteé que iba a hacer en las próximas horas si no tenía deberes, no tenía nada que estudiar –tampoco es que me fuera a poner a hacer cosas del instituto-, ni nada con lo que entretenerme. Dirigí la vista hacia la cama, donde esta mañana había dejado mi maleta sin deshacer todavía. Pero allí no estaba. Por pura lógica, miré en el armario empotrado del cuarto, y allí se encontraba todo mi vestuario ordenado completamente. Bajé y pregunté por qué estaba así, a lo que mi abuela contestó que no podía soportar ver la habitación tan desastre y que había sentido la necesidad de ordenarlo todo. Le di las gracias y me volví arriba. Me senté en la cama y decidí fijarme más en cómo era aquel sitio. Tampoco es que fuera feo el cuarto, pero no llegaba a gustarme. Las paredes estaban pintadas de un verde claro sin mucho color, y sólo había una cenefa por la pared, un par de cuadros al lado de la cama y una ventana en el lado derecho. Justo por donde estaba la puerta, estaba el armario y entonces me di cuenta de que en frente mía había un pequeño televisor. Esto es mejor que nada, pensé. Busqué el mando a distancia con la mirada y lo encontré en la mesa de noche. Lo cogí y lo encendí. Se podría decir que así pasé todo el día, viendo la tele en mi habitación, sin hacer nada más. Bueno, nada más aparte de pensar en la hermosa sonrisa de Nicolás. Tenía tal encanto natural que sin darte cuenta sonreías tú también. Pero no, él no era mi tipo. Además, enamorarse de alguien de este pueblo podría ser bastante peligroso, porque al vivir en Madrid todo se complicaría demasiado.
Eran las ocho menos cuarto cuando escuché un ruido extraño. Venía desde la ventana, así que instintivamente me acerqué a ella para averiguar qué era ese ruido. Cuando la iba a abrir, casi me da una piedra en la cara.
- ¡Perdón! –se escuchó desde abajo.
Allí, tirando piedras desde mi jardín, estaba Nico, cómo no.
- ¿Qué quieres? ¿Tú crees que esto es normal?
- No lo creo, pero tampoco es que me importe. Necesitaba verte, la tarde se me estaba haciendo eterna.
- ¿Y ahora qué? ¿Quieres que baje?
- ¿Tienes algún problema?
- No, claro que no. Ahora mismo bajo.
Cerré la ventana y di gracias a Dios por no haberme dado la picada de cambiarme de ropa. O de desmaquillarme. Me cepillé un poco el pelo y corrí al piso de abajo.
- ¿Dónde vas, Kay?
¡YUJU! No me había dicho querida, todo un récord para ella.
- Voy a salir un momento a la puerta.
- Ah, vale. Pues recuerda que a las 10 servimos la cena.
- Sí, abuela.
Salí por la puerta y fui hasta el lado derecho de mi jardín, donde estaba Nicolás esperando.
- Y ahora qué quieres.
- Nada. Hablar contigo… O algo.
Otra vez esa sonrisa tan perfecta. Cada vez me mataba más.
- Ajá, pues dime de qué quieres hablar.
- La verdad es que no lo sé.
- Oye, ¿Cómo has averiguado que ese es mi cuarto?
- Se te veía y escuchaba tronchándote de risa desde lejos.
Por un momento me quedé como petrificada. ¿QUÉ? ¿SE ME VEÍA RIÉNDOME? Oh, Dios. Habría deseado que no hubiera pasado mucha gente por esa calle ese día.
- Dios mío…
- No pasa nada, me gusta cuando te ríes –sonrió otra vez, lo que hizo que me derritiera por dentro-, parece como que quitas esa barrera de chica dura por un momento y muestras tu verdadero yo, una chica dulce y diferente.
- Espero que ese diferente sea para bien –dije con tono de burla.
- ¡Qué va! Eres súper molesta. Todo momento que estoy contigo deseo que te vayas.
Los dos reímos. La verdad es que me lo pasaba muy bien con él, parecía de estos amigos que nunca te defraudan.
- Gracias por aparecer ayer en la plaza, enserio –le confesé.
- ¿Por qué?
- Pues porque sin ti, ahora mismo estaría muy perdida, sin saber qué hacer. Este cambio todavía me cuesta… El no tener que coger metro para transportarme, el no escuchar el continuo ruido de los coches, el no tener amigos…
- ¿No tienes amigos? –preguntó, con los ojos en blanco.
- Jajaja, claro que tengo, pero son chicas. Los chicos… Bueno, sólo me han utilizado para lo que ellos quisieran. Casi todos allí son unos gilipollas.
Nos llevamos un momento en silencio. De repente y sin ninguna vergüenza, Nicolás me preguntó:
- ¿Con cuántos chicos has salido?
Aquella pregunta me dejó un poco desconcertada. ¿Con cuántos chicos había salido? ¿Y eso qué le implicaba a él? Al final, contesté:
- Pues… unos siete.
Nicolás volvió a poner los ojos en blanco.
- ¿Qué ocurre? –dije mientras reía. Parecía como si le hubiera dicho que Papá Noel no existía.
- ¿Cuántos años tienes, Kay?
- Tengo dieciséis, repetí el curso pasado.
- Joder, para mí es demasiado… ¿Y por qué repetiste?
- Eso es otra historia que ya te contaré. ¿Demasiado? Yo no lo veo así, ¿con cuántas has salido tú?
Me miró desconcertado, como si hubiera metido el dedo en la llaga. Pero luego rió y me contestó.
- Pues con un par de ellas –y volvió a sonreír.
Instintivamente lo abracé. Se sentía muy bien abrazándolo, como si estuvieras a salvo de todo. Cuando el abrazo acabó continuó hablando:
- Y bueno, cuéntame algo sobre esos chicos con los que has salido.
Parecía dispuesto a escuchar, así que comencé con mi historia amorosa:
- Pues haber… Mi primer chico lo tuve con trece años, justo cuando empecé 2º de la ESO. Se llamaba Alex… Sí, verdaderamente era el chico perfecto: Te llamaba a la hora que decía que te iba a llamar, tenía cualquier detalle contigo…
- ¿Y qué os pasó?
- Pues un día, sin venir a cuento, Alex me pilló colocando los libros en la taquilla del instituto y me dijo que se acabó. Ese día fingí estar mala y llamaron a mis padres para que vinieran a recogerme. Lo pasé súper mal, pero al tiempo me di cuenta de que iba de flor en flor, así que decidí pasar de él y disfrutar. El segundo, fue unos meses después, que fue un amor de verano. Se llamaba Javier, y lo conocí de vacaciones con mi familia. Los dos meses que estuvimos en aquél sitio los pasé realmente bien con él, pero luego nos tuvimos que marchar. Nos dimos los números de teléfono, las cuentas de Facebook y Tuenti… Pero al final me di cuenta de que pasaba de mí y me fui recuperando poco a poco…
- Joder, por ahora todos los que me has contado eran muy idiotas.
- ¿Sólo eso? -reí- Pero bueno, es lo que me ha tocado vivir. El tercero era Guillermo, empecé con él en la víspera de navidad, y lo conocí porque había estado dos semanas enteras dejándome cartas en la taquilla. Cada día, iba ansiosa al instituto para mirar la carta de ese día, hasta que una vez llegué y estaba él allí, con una rosa en la mano y un cartel en la mano que ponía “Aquí está tu carta, en versión mejorada”. Me volví loca, de amor. Era tan sumamente perfecto y romántico…
- Vaya, parece que era muy bonito lo vuestro, ¿qué os pasó?
- Pues Guillermo no era como los demás. Sólo que se mudó a Londres… Por el trabajo familiar y eso, y se nos hizo muy, muy duro separarnos. Pero bueno, habíamos pasado un año juntos.
- Jajaja, parece como de película. Ahí tenías… ¿Catorce años, no? Vamos, sigue que todavía quedan un par de años más.
- ¡Con paciencia! El siguiente fue, mi mejor amigo Marcos. Empezó consolándome por lo de Guillermo, y al final terminamos terriblemente enamorados. Pasamos… creo que unos 6 meses juntos, que fueron estupendos. Pero entonces… una noche con amigos, bebí, y demasiado. Entonces me acerqué a un tío que ni siquiera sabía su nombre y empecé a besarle. Una cosa llevó a la otra y…
- ¿Qué pasó, Kay?
De repente todo se había callado a nuestro alrededor. No se escuchaba mi a algún perro ladrar, ningún coche arrancar o nadie alzando más de lo debido la voz.
- Lo último que recuerdo es mi mejor amiga sacándome de un bloque de pisos y llevándome al hospital. Tengo algunas imágenes en la memoria… pero nada claro.
- ¿Qué recuerdas? Te sentará bien contarlo, te lo prometo.
- Pues… a ese tío, una habitación… Yo, resistiéndome. Sí, puedes pensar mal. Luego, después de unos análisis, me dijeron que desde esa noche, no tenía nada de virginidad.
Hubo un silencio más grande incluso que el que hubo antes. Mis ojos estaban deseando soltar mil lágrimas y llorar en el hombro de Nicolás, pero intenté contenerme y creo que lo conseguí.
- Más tarde fui a ver a Guillermo, pero este me dijo que no iba a seguir con una fumeta, que además iba follándose a todo Dios, palabras textuales. Desde ese momento me di cuenta de que no era de confiar, si él me hubiera querido de verdad hubiera comprendido que no estaba en condiciones de acordarme de nada.
- Lo siento mucho, Kay. De verdad…
- No pasa nada. Bueno, el quinto fue el más popular del instituto. El típico matón que piensa que él es el que manda en todo y todos tienen que hacerle caso.
- ¿De verdad has estado con alguien así?
Los dos reíamos a la vez sobre eso. Yo tampoco me lo creía.
- Sí, de verdad. Yo tenía falsas ilusiones sobre él. Incluso con él, perdí mi “verdadera” virginidad. Aunque con el tiempo, me fui dando cuenta de que sólo me quería para eso, así que lo dejé. Cuando se lo dije, cosa que me había costado la misma vida, me pegó una bofetada y salió soltando tacos.
- ¿Lo denunciaste?
- No, nunca se lo dije a mis padres. Y como el médico que me atendió cuando lo del emborrachamiento era el padre de mi amiga, les hice prometer que les dijeran a mis padres que me había caído por las escaleras y me había roto el clítoris.
- Eso está muy mal hecho.
- Ya lo sé. Desde este último novio, me hice prometer a mí misma que nunca más iba a ser tan estúpida. Bueno, el sexto se llamaba Eduardo, mejor Edu. Era el hermano de una de mis amigas, y era muy atento y comprensivo conmigo. Hasta que, bueno, dejé de sentir lo mismo por él, porque lo estaba empezando a sentir por otro chico. Ese otro chico era Pablo, el repartidor de periódicos de la zona. Cada mañana que lo veía me sentía completa. Sólo que un día según él, “se pilló por otra tía y necesitaba un cambio”. Fue bastante idiota.
- ¿Hace cuánto ocurrió eso?
- Un par de semanas. Bueno, ahora te toca a ti contar tus historias.
- ¿A mí?
- Sí, a ti.
- ¡Kay! La cena está lista, ven dentro –mierda, mi abuela. ¿Tanto tiempo había pasado? No lo parecía. Miré la hora de mi reloj y, exacto, eran casi las diez.
- Nicolás, son casi las diez de la noche. Creo que deberías irte a casa.
- Pues sí, debería. Y tú deberías entrar.
- Claro. Nos vemos mañana, no te olvides de recogerme, eh.
- Cómo me voy a olvidar. Bueno, adiós.
Nos abrazamos como despedida. Esta vez no había sido tan incómodo como la última vez.
- Hasta mañana.

Corrí hacia mi casa. Hacía un poco de frío.
- ¡Kay! Justo a tiempo.
- ¿Qué hay preparado para comer?
- Tenemos filete de ternera, con patatas fritas y una salsa que he hecho yo misma.
- Perfecto –sonreí.

martes, 3 de enero de 2012

Capítulo 4: Nueva.

Muchos me miraban y acto seguido cuchicheaban con sus amigos algo sobre mí, algunos pasaban –adoraba a esos- y otros más valientes, soltaban alguna frase como: “Eh, ¡nueva!” o “¿Querrías salir este sábado conmigo?”. Yo, por mi parte, decidí ignorarlos a todos y adentrarme en el instituto.
Una vez dentro, miré por todos lados para encontrar el pasillo H, en el que se suponía que estaba mi taquilla. La luz era mucho peor ahí que en mi ciudad. Las paredes, estaban pintadas de un verde que no agradaba mucho a la vista y todo era muy diferente. Cuando encontré el pasillo H, Nico apareció otra vez a mi espalda y me asustó con el típico susto de: “¡Bu!”.
- No me ha hecho gracia. Y otra cosa, deja de asustarme por detrás.
- Entendido, capitana. ¿Busca algún sitio en concreto?
- La verdad es que estaba buscando el pasillo H, pero lo acabo de encontrar. Ahora busco mi taquilla, así que si me disculpas tengo que encontrarla antes de que suene la sirena.
- En ese caso, te acompaño.
Se lo permití, tampoco es que me importara mucho. Ese día llevaba los rizos oscuros un poco más alocados que ayer y una camiseta lisa verde, que la verdad le favorecía mucho. En realidad era muy mono.
- ¿Qué impresión te ha dado mi instituto, Kay?
- ¡Vaya! Te acuerdas de mi nombre –me sorprendí, irónicamente.
- Pues sí –soltó mientras reía.
- Pues tiene una iluminación muy mala, y las paredes parecen que están pintadas con vómito. Pero por todo lo demás, parece muy encantador. Ah, bueno, y la mayoría de sus estudiantes son un poco… Gilipollas.
- En lo de las paredes tienes razón. Pero en lo de las luces… este pueblo no da para más. Aquí llueve mucho, ¿sabes?
- Me lo figuraba. -¿Tenía la voz un poco demasiado pasota?
- Oye, ¿A mí me incluyes en ese grupo que no es la mayoría gilipollas?
¿A este chico le gustaba chinchar a los demás? Preferí pasar de la pregunta, pero aun conociendo muy poco a Nicolás, sabía que en unos segundos volvería a formular la pregunta. Y no fallé.
- ¿Kay? Te he preguntado si me incluyes en los gilipollas.
- Puede. –Dije con tono juguetón y una sonrisa- Ah, mira, esta es mi taquilla.
Introduje la contraseña que venía escrita en el papel para guiarme que me habían dado y la abrí. Cogí mi libro de matemáticas y sujeté el pequeño bolso que ya traía.
- ¿Ahora tienes matemáticas? ¡Yo también! ¿En qué curso y clase estás?
- Estoy en 4º, 4º C.
- ¡Vaya! Estamos en la misma clase. Prepárate para recibir bolitas de papel en ese pelo –acompañó la frase con algunas risas.
Yo, por el contrario, cerré la taquilla de un portazo y le miré con cara asesina mientras decía con desprecio:
- Ni se te ocurra, lanzar algo a mi pelo.
Después de un par de segundos, sonó la campana. En realidad había quedado como en las películas. Me había gustado. Mientras todos corrían a sus respectivas clases, Nicolás y yo nos quedamos tal y como cuando le dijo lo de las bolitas.
- Vale, no sabía que tenías esa faceta tan… asesina -sonrió un poco.
- Bah, la suelo sacar a veces. Y ahora, ¿por qué no nos vamos a clase? No me apetece llegar tarde.
- Claro que no, ¡vamos!
Recorrimos un par de pasillos, subimos las escaleras y entramos en un aula bastante amplia. Cuando miré por la ventana para ver el paisaje que se vería, sólo vi algunos árboles y casas. Me desilusioné un poco. La profesora, que seguramente llevaría ahí plantada en medio de la clase desde las 7 y media, me dijo que me dirigiera a ella justo cuando ya me había sentado, al lado de una chica que tenía pinta de no hablar mucho. Sin ganas, me levanté y me dirigí al lado de la maestra. Llevaba el pelo corto y de un color extraño, seguramente se le habría quedado así después de teñírselo demasiadas veces. Tenía gafas ovaladas, y vestía con una camiseta larga y ancha con algunas flores y un pantalón también un poco ancho. Al cabo de unos minutos, cuando todo el mundo se hubo sentado, la señorita pidió silencio a todos y comenzó:
- Buenos días a todos. Quería presentaros a una nueva alumna a partir de hoy. Será vuestra compañera y la trataréis como si hubiera empezado el curso el mismo día que vosotros. ¿Entendido?
Todos respondieron al unísono en afirmativo.
- Ahora, joven, puedes presentarte.
¿PRESENTARME? ¿POR QUÉ IBA YO A PRESENTARME? Me quedé un rato ahí plantada sin saber que decir exactamente, hasta que al final solté lo primero que se me ocurrió para volver a mi sitio lo antes posible:
- Eh, hola. Mi nombre es Kay. Mmm..., vengo de la gran ciudad así que no os asustéis si no sé algo sobre vuestro pueblo o vuestras costumbres… -todos rieron un poco cuando dije eso- Y bueno, espero caeros bien.
Y sin más rodeos, solté una pequeña sonrisa y me senté en mi asiento. Cuando la profesora empezó a dar clase, saludé a mi compañera de pupitre. No pensaba pasar casi todo el curso al lado de alguien de quien ni siquiera sabía su nombre.
- Hola, ¿cómo te llamas? –le susurré.
La chica, me miró tímida, y al cabo de varios segundos, respondió con una voz fina y más baja aún que yo:
- Irene.
- Ah, pues hola, Irene. Espero no ser muy molesta.
Y continué prestando atención a la profesora de matemáticas.

El resto del día pasó un poco aburrido. Cuando llegamos a la hora de almorzar, Nicolás no paraba de seguirme a todas partes y de hacerme preguntas sobre cualquier cosa. Yo respondía con respuestas cortas y sencillas, aunque a veces me las curraba un poco y nos reíamos un rato. Nico era mono, pero hablaba más que un loro. En esa hora también me di cuenta de que, Irene, mi compañera, se sentaba sola a comer, y casi no hablaba con nadie. Daba pena, pues tenía unos preciosos ojos azules y un pelo liso y rubio muy largo, bastante guapa. Uno de mis retos sería, hacer que esa chica se soltase un poco.
Antes de que me diera cuenta, estábamos a 5 minutos de que terminara la última hora del día y poder irme finalmente a casa. Cuando sonó la campana, salí lo más rápido que pude de la clase, pero Nicolás me volvió a alcanzar. De camino a mi taquilla, empezó a hablar, como siempre:
- Oye, ¿qué te parece si quedamos un día de estos para seguir enseñándote en pueblo?
- ¿No me lo enseñaste ayer entero?
- Sí, bueno, pero nunca viene mal repasar.
Mientras colocaba los libros en su lugar, siguió preguntado.
- Bueno, ¿Qué me dices? –cerré la taquilla.
- Nico, la verdad es que ahora estoy muy liada con esto de la mudanza… Tengo que preparar las maletas, ponerme al día con los apuntes de clase… Tal vez otro día, ¿vale? –le noté en su rostro algo de tristeza, como si creyera que no le aguanto. Entonces, antes de que saliera mal por la puerta, decidí intervenir.- Pero vamos, que puedes acompañarme de casa al instituto y del instituto a casa si quieres hasta que me establezca del todo aquí.
- Claro. –Eso pareció animarlo más- ¿A qué hora paso a recogerte por las mañanas?
- Pues… ¿A las ocho menos cinco te parece bien?
- Por supuesto. Entonces, vamos. Tu casa está de camino para la mía.
Salimos de allí y fuimos hablando por el camino a nuestras casas. Parecía que este chico nunca se callaba. Tal vez hablara en sueños, o bajo el agua. Daba igual de todas formas, en cierta parte, su voz te relajaba. Tenía un tono tan dulce…
- ¿Vas a salir este sábado a Rock’s Home?
- ¿Rock’s Home? –sonaba a algún sitio de Estados Unidos.
- Sí, el sitio donde se reúnen todos los jóvenes en este pueblo. Es como una especie de discoteca, pero mucho más pequeño.
- Ah, pues por qué no. Estamos a lunes, y creo que para aquél entonces ya me habré instalado.
- Genial. Bueno, yo tiro por esta calle.
- Ah, vale. La casa de mis abuelos está ahí mismo.
- ¡Mañana nos vemos!
- ¡Adiós!
Nicolás se despidió de mí dejándome una sonrisa como última vista suya. Era realmente encantador. Por el poco camino que me quedaba, me perdí en mis propios pensamientos.
Cuando llegué a casa de mis abuelos, Felipe no estaba. Lo deduje porque su famosa camioneta roja no estaba aparcada por ningún sitio cerca. Mi abuela salió a recibirme a la puerta de la casa, y en cuanto llegué dentro me dio un abrazo y un par de besos en las mejillas.
- El almuerzo te espera, querida.
- Claro, abuela.
Y nos dirigimos hacia el interior de la casa, en la que hacía mucho más calor que afuera, supongo que habrían puesto la calefacción. 

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Bueno, esta entrada era sólo para informaros sobre eso :) Ya mismo tendré el siguiente capítulo publicado, espero que os esté gustando :3

lunes, 2 de enero de 2012

Capítulo 3: El primer día.

¿Estaba todavía soñando? ¿Había soñado con el ruido del despertador? Imposible, no hubiera cosa que odiara más que recordarme a mí misma que tengo que madrugar. Pero entonces… ¿Cómo que había tanto silencio alrededor? Sin duda alguna, había apagado la alarma que apuntaba las siete en punto de la mañana. De repente, escuché a un gallo cacarear, en señal de que era hora de levantarse. Entonces lo comprendí todo. No, no estaba en mi precioso piso de Madrid, me encontraba en un pueblo en las montañas del que ni siquiera recordaba el nombre, y que seguro que no tendría más de 15,000 habitantes. Decidí levantarme de la cama antes de que se hiciera más tarde, no podía llegar con retraso a mi primer día de escuela. Sí, mi primer día, porque los demás estarían ya más que acostumbrados y yo sería la nueva en todo aquel revuelo.
Había pasado tanto de todo que cuando quise darme cuenta, me percaté de que en mi habitación no había baño. Salí al pasillo, y divisé uno. Entré y me aseé. Mientras me quitaba esa horrenda cara que se me queda recién levantada, pensaba en cómo podían vivir así. Yo necesitaba mi espacio, y por lo tanto, mi propio baño. Cuando acabé me dirigí hacia mi cuarto a partir de hoy y rebusqué en mi maleta todavía sin deshacer algo para ponerme. Hacía un poco de frío, así que preferí ponerme un buen jersey de lana que me había comprado hace un par de semanas, unos pantalones vaqueros ceñidos un poco oscuros y mis típicas Converse. Cogí el peine y la plancha del pelo de la bolsa de aseo, y corrí de nuevo al cuarto de baño. Por el camino me planteé si tendrían enchufe en el aseo, y para mi suerte sí lo había. Me cepillé el pelo por encima y me dispuse a pasar la plancha por mi cabello, cuando escuché unos toquecitos en la puerta y una voz, la de mi abuelo, que decía:
- ¡Kay! ¿Te queda mucho? ¡Necesito entrar!
- ¿No hay otro baño? –Todo aquello empezaba a incomodarme- ¡Todavía me queda un rato!
- Pues no, querida. No lo hay. Así que mientras más prisa te des, mejor. Además, sólo te quedan unos 20 minutos, y todavía tienes que desayunar.
Preferí no contestar. Esperé que no siguiera en la puerta del baño esperando una respuesta, como hizo el día anterior. Mientras terminaba de peinarme, me di cuenta de que mi abuelo, era otro con afición a la palabra “querida”. ¿Esa era la moda o qué? Preferí terminar cuanto antes y bajar a desayunar, porque mi estómago empezaba a impacientarse.
Guardé todos mis utensilios y el pijama en la maleta, ya lo pondría todo en su sitio cuando llegara. Cogí el lápiz de ojos de la bolsa de aseo y me fui al gran espejo que había en la esquina para maquillarme un poco. Era uno de estos que siempre había querido: No estaban adosados a la pared, sino que tenía dos patas  de las que colgaba un cristal con forma ovalada, y que podía moverse libremente. Por fin, algo bueno en este lugar. Cuando terminé lo volví a guardar, cerré el macuto y bajé las escaleras con tranquilidad, pues anoche al subirlas muy rápido crujieron hasta el punto de hacerme creer que se iban a romper.
Cuando llegué abajo, mi abuela me recibió con una gran sonrisa mientras hacía algunas tostadas y zumo de naranja. Como ya me esperaba, su primera frase del día fue:
- ¡Buenas días, querida! ¿Te apetece algo de zumo? Las tostadas están a punto.
- Buenas días. –Saludé- Claro, me apetecen.
Y sin decir nada más, anduve hasta la encimera, me vertí un poco de zumo en un vaso y me fui a la mesa del comedor sin más. En un par de minutos, mi abuela apareció por la habitación con una bandeja llena de tostadas, mantequilla, mermelada, aceite, azúcar y mil cosas más.
- ¿Así desayunáis todos los días aquí? –pregunté fascinada. En mi ciudad, como mucho iba a la cocina, cogía una galleta y me iba al instituto.
- ¿Es muy poco? –Se preocupó mi abuela- Si quieres, puedo traerte más.
- No, así está bien… Gracias.
Me lanzó una sonrisa encantadora y volvió a seguir con el desayuno. Su expresión había sido como la que mi madre me puso cuando le dije que me iba a sentir rara en casa de mis abuelos, como esperanzadora.
Terminé de comer y miré la hora que era en el reloj de la cocina. Eran las ocho menos cinco.
- Abuela, ¿a cuánto tiempo andando está el instituto desde aquí?
- Ah, pues no mucho. Andando puedes tardar unos 10 minutos. Pero tranquila, los primeros días te llevará tu abuelo Felipe en la camioneta, para que no te pierdas por las calles.­­­­­­­­­­­­­­-
- Es imposible perderse por este mini pueblo –dije para mis adentros.
En ese mismo instante, mi abuelo apareció por las escaleras y me preguntó si íbamos a salir ya. Yo, asentí y me despedí de mi abuela, crucé la puerta principal y esperé al abuelo en la puerta del jardín. Cuando me alcanzó, nos dirigimos hacia el coche y condujo hacia el instituto. Pensaba que iba a hacer el ridículo yendo en camioneta allí, pero conforme nos fuimos acercando vi que hasta los propios estudiantes iban allí en sus propias camionetas. Nada comparado con mi querida ciudad. Bien, ahora yo también era adicta a esa palabra. Mi abuelo paró en la puerta del edificio, y comenzó a despedirse de mí:
- Bueno, ha acabado el viaje. ¿Me paso luego a recogerte?
- No, da igual. Me he ido fijando por el camino y creo que seré capaz de llegar sola. Muchas gracias.
Y sin decir nada más, salí por la puerta del coche y me adentré en aquél pelotón de gente.