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lunes, 2 de enero de 2012

Capítulo 2: Desde luego, esto no lo vives en Madrid.

Nos llevamos un rato caminando, mientras Nicolás me enseñaba todos los lugares de allí y me hablaba un poco de ellos. Yo, callaba. No era como una guía turística por una ciudad importante, pero no estaba mal. De muchos lugares, me contó leyendas que según él, asustaban un poco, mientras yo le daba un pequeño empujón y sonreía. Todo iba bien, hasta que nos cruzamos con una panda de cuatro chicos que iban gastándose bromas mutuamente. Cuando pasaron por al lado nuestro, soltaron varios comentarios hacia Nicolás, como “Ey, ¿Esta es tu hermana?” o “¿Es que no consigues a nadie más con la que salir a pasear?”, seguido de varias risas y escupitajos en el suelo, señalando que él valía eso. Lo vi con la cabeza gacha, y en este momento no pude contenerme. Aunque fuera increíble, cuando tenía unos diez años, yo fui víctima del bulling, y desde que Diana, mi mejor amiga en el momento se metió en medio de las peleas entre las chicas que me acosaban y yo, me di cuenta de que cada vez que veía algo así tenía que ayudar como sea, porque no sino, cada vez iba a ser peor.
- Ey, ¿Por qué no les has dicho algo? –pregunté posándole la mano en el hombro y forzándolo a parar de caminar. Después de un largo silencio, Nicolás me respondió:
- ¿Y qué quieres que les conteste? No puedo hacer nada, una vez lo intenté y casi no llego vivo a mi casa… Desde entonces creo que es mejor pasar de ellos, aunque a veces llegan a un punto en el que… duele.
- Te comprendo. Pero tú lo que tienes que hacer, es estar siempre fuerte –me sorprende de la forma en la que podía actuar a veces- no dejes que ellos te ganen, créeme, la ignorancia es lo peor.
- Pero… bueno, además eso no es caso tuyo, así que no deberías meterte.
- Sí debería. Siempre que se pueda parar, hay que hacerlo. Así que prométeme que la próxima vez no te pondrás así, ¿entendido?
Otra vez tardó un rato en contestar, pero finalmente levantó la cabeza y sonrió. Iba a darme un abrazo, pero cayó en la cuenta de que nos conocíamos desde hace una hora, y que no sería lo correcto.
- ¿Seguimos dando el paseo? –pregunté animadamente.
- Claro que sí.
Y continuamos explorando aquél lugar.

- ¡Oh, Dios mío! – exclamé mirando mi teléfono móvil.
- ¿Qué ocurre? Por cierto, ¿eso qué es?
- Un iPhone, idiota. Es muy tarde. En unos diez minutos debería estar en casa de mis abuelos, pues mis padres se irán hacia Madrid en ese tiempo, y si no me despido de ellos no quiero saber lo que se formaría.
- Ah, ese móvil que tiene de todo, ¿no? Aquí no necesitamos esas cosas –y diciendo eso, sacó de su bolsillo un móvil de estos que salieron hace algunos siglos- esto es lo que la mayoría podemos permitirnos, y la verdad, no pedimos más.
Antes de empezar a hablar, miré el ladrillo-móvil un rato, y luego seguí de los nervios.
- Necesito llegar a casa de mis abuelos en el menor tiempo posible, ¿conoces algún atajo?
- Hmm… Para empezar, ¿Dónde está la casa de tus abuelos?
- En la calle en la que empieza la avenida esa que tú dices.
- Ah, claro. Conozco uno, pero no creo que te guste.
- Me da igual, con tal de llegar a tiempo…
- ¿Entonces quieres ir por ahí? -¿por qué preguntaba tanto? Sólo quería llegar lo antes posible.
- ¡Que sí!
- Pues vamos, sígueme.
Lo seguí por una calle más atrás hasta llegar a una especie de escampado. Se notaba que hace poco había llovido, pues en cuanto toqué el primer trozo de tierra, mis Converse quedaron parcialmente hundidas en el barro.
- ¡Esto no lo veo muy higiénico! –le grité a Nicolás que iba mucho más adelantado que yo.
- ¡Te dije que no te gustaría! ¡Vamos!
Hice un gran esfuerzo y atravesé todo el lugar. Cuando salí mis pies no parecían los mismos.
- Desde luego, esto no lo vives en Madrid.
Continuamos nuestro camino. Después de saltar una valla, atravesar un par de calles y algunos matorrales, llegamos a la calle de la casa de mis abuelos, donde veía a mis padres despidiéndose de ellos.
- ¡Justo a tiempo!
- Bueno… Creo que es la hora de despedirse. Nos vemos… mañana, supongo.
- Sí, eso. Nos vemos mañana.
Nos quedamos un rato mirándonos. Hicimos el gesto de abrazar, pero los dos nos arrepentimos a la vez. Nos íbamos a ir con un simple adiós con la mano, pero tampoco nos convenció. Al final, optamos por darnos la mano como de broma, con algunas risas.
- ¡Adiós, Nicolás!
- ¡Hasta mañana!
Y yo corrí para despedirme de mis padres.
- ¡Kay! ¿Qué has hecho? –preguntaron mis padres, sorprendidos.
- Digamos… que he tenido un pequeño olvido y he tenido que vivir una aventura para poder despedirme de vosotros.
Diciendo esto, los abracé. Los manché un poco, pero no importaba. Finalmente se montaron en el coche y los vi desaparecer.
- Querida, ¿quieres entrar dentro? Ya empieza a hacer un poco de frío.
- Claro, abuela.

Capítulo 1: El lugar que marcaría mi vida.

- Cariño, ¿Tienes las maletas listas?
- Sí, mamá.
A mis padres se les habían metido en la cabeza la idea de que pasara un tiempo en la casa de mis abuelos. Ellos no vivían en la gran ciudad, como yo. Ellos tenían una preciosa casa en un pequeño pueblo alejado de las comodidades de las grandes urbanizaciones. Allí se había criado mi madre, y durante todo el trayecto estuvo hablándome de aquél lugar. Los sitios donde solía ir cuando era adolescente, sus lugares favoritos… Yo, hacía como que la escuchaba.
Por cierto, soy Kay. Mi nombre significa Celestial en español. Mis padres me lo pusieron pensando que en algún futuro, brillaría como la mejor estrella del cielo. Aunque con el tiempo, se fueron dando cuenta de que eso no sería así. Nunca me he considerado nada del otro mundo, soy una chica más con el pelo castaño y los ojos color miel, como muchísimas otras. Mis padres, estaban convencidos que sería de sobresaliente en los estudios, pero en realidad salí con un aprobado raspado. Vamos, para resumir; soy todo lo contrario a lo que mis padres esperaban. Y por lo tanto, la oveja negra de la familia.

-Kay, te va a encantar el pueblo de tus abuelos, ya verás como sí.
-¿Enserio, papá? ¿Se te han cruzado los cables o algo? Podría aguantar un fin de semana como mucho… ¿Pero cuánto pensáis dejarme allí atrapada? Sin conexión a Internet, sin amigos…
- Seguro que harás muy buenos amigos allí, hija. Tenías que desconectar de tu alocada vida y esta es la mejor forma de hacerlo. No te arrepentirás –me intentaba convencer mi padre.
Con la cara seria, y rabia desprendiéndose de mis ojos, me acerqué al asiento del copiloto y dije:
- Estás, completamente equivocado.
- Ah, mira; ya veo la torre de la iglesia. ¿La veis? Allí, a lo alto –contenta, nos mostró mamá su alegría. En realidad creo que mamá y yo ahora mismo representábamos un esquema de felicidad: Mamá rozando el 100%, y yo sin ni siquiera tocar el 1%.
Me volví a sentar en mi sitio con fuerza y esperé unos 10 minutos más de trayecto, deseando llegar por fin al sitio donde pasaría un tiempo que se me haría muy, muy lento. O al menos eso creía.

Mi madre no tardó en encontrar un lugar para aparcar el coche, completamente distinto a mi ciudad donde podías tardar hasta media hora. Cuando por fin el vehículo paró, cerré los ojos y agaché la cabeza. No quería creer que la pesadilla estaba a punto de comenzar, y ya estaba harta de ella. Mi padre me despertó de mis pensamientos dando unos golpecillos en el cristal de la ventana, indicándome que saliera del auto para saludar a mis abuelos.
Sólo los había visto un par de veces en mi vida, y eso hacía ya años. Cuando la que supongo que sería mi abuela vino a abrazarme con un sonoro: “¡Cariño! ¡Qué grande estás ya! Si es que parece que fue ayer cuando tenías un par de añitos… ¡Tienes que contarme todo!”, supe, sin duda alguna, que esta abuela pegajosa no me iba a dejar escapar ni el más mínimo detalle sobre mí. En cambio no pensaba que fuera tan habladora como me había mostrado, veía en ella mucha preocupación por los que le importan en esta vida y, aunque sólo me hubiera visto tres o cuatro veces en su vida, sabía que estaría ahí para lo que fuera, y eso, me gustó de ella.
Al cabo de unos segundos apareció mi abuelo por la calle izquierda en una camioneta. En la parte trasera, tenía cargada leña.
- ¡Hola! Supongo que tú deberías de ser Kay, ¿No? –Exclamó mi abuelo cuando ya estaba un poco más cerca- Aquí traigo un poco de leña, ¡cada vez hace más frío y las noches son terribles aquí en la montaña!
Genial, sin calefacción. Sólo chimenea y leña. Por lo menos, ahora iba a empezar el frío. Esto era algo que ninguno de mis amigos conseguía entender. A todos ellos les gustaba el sol y la playa. A mí no es que no me gustara eso, pero sentía que el frío, la nieve y la lluvia eran parte de mí, y cuando todo el mundo estaba encerrado en sus casas esperando a que escampe y poder salir y continuar con su labor, yo me sentía completa.
Cuando quise darme cuenta mi abuelo había parado la vieja camioneta y se bajó para darme un gran abrazo de bienvenida. No era muy viejo, tendría setenta y algo de años. Era más o menos de mi misma altura y ya tenía bastantes canas, que hacían que se le notaran los años.
- ¿Qué te parece si entramos dentro, mamá? El viaje se nos ha hecho un poco largo y necesitamos descansar.
- Me parece bien. Justo ahora estaba terminando unas galletas caseras para daros la bienvenida.
- Yo iré enseguida, en cuanto termine de apilar esta leña en el patio.
- Vamos, Kay –me animó papá.
Y echando una rápida mirada a todo lo que rodeaba aquél pequeño y olvidado pueblecillo, entré en donde sería el sitio que más añoraría del mundo.

- ¿Quieres un poco de leche caliente con las galletas, querida? –me sugirió mi abuela.
- No, -contesté fríamente- no hace falta.
- Kay, se dan las gracias, por lo menos –me comentó mi padre, con ese tono preocupado que se le dan a los niños de seis años.
- ¿Por qué no dejáis de tratarme así? ¡Que no tengo cinco años! –y diciendo eso y nada más, seguí comiendo las galletas que la preocupada de mi abuela había hecho para nosotros. La verdad es que no estaban mal.
Cuando la abuela se sentó en la mesa a comer las galletas con nosotros, pude ver y oír como ella y mi madre cotilleaban sobre algo, seguramente, sobre mí. Normalmente, hubiera levantado la voz pidiendo explicaciones, pero ya estaba bien por hoy de regañas, así que preferí callarme y pensar en positivo: “Cuanto más tiempo pase aquí, menos quedará para salir”. Creo que ese sería mi lema durante un largo plazo.
- ¿Quién se ha muerto? –preguntó el abuelo con una sonrisa en la cara, justo cuando había entrado por la puerta.
Mis padres y la abuela soltaron una sonrisa mientras yo por mi parte, ni siquiera levanté la cabeza para saludarlo. Cogí mi móvil, y me dispuse a buscar alguna red wifi que poder utilizar, pero entonces caí en la cuenta de que aquí sólo había red telefónica, y sólo del teléfono fijo. Vamos, que el móvil sólo lo utilizaría como mp3 y para jugar a las demos que venían en casos de extremo aburrimiento.
- Vamos Felipe, coge un sitio y come algunas galletas –soltó mi abuela.
- Ahora mismo, en cuanto me prepare este tazón de leche.
Y todos, bueno, sin incluirme a mí, esperaron a que el abuelo tomase sitio en la mesa, cuando irremediablemente mis abuelos empezaron a obligarme a hablar, cosa de lo que no tenía muchas ganas en ese momento:
- Y bueno Kay, ¿Qué te gusta hacer por las tardes? –animadamente, preguntó mi abuelo.
Me llevé un rato callada, para comprobar si podríamos pasar el uno del otro, pero mi abuelo se quedó esperando una respuesta de mí, hasta que irremediablemente tuve que hablar:
- Pues suelo quedarme conectada al ordenador, aunque a veces viene alguna amiga a mi casa…
- Interesante… Yo con tu edad estaba todo el día fuera, jugando con mis amigotes a la rayuela y a muchos juegos más… Qué buenos tiempos aquellos…
¿Amigotes? ¿De verdad acababa de decir AMIGOTES? Este pueblo no estaba sólo anticuado en la tecnología, sino también en el vocabulario.
- ¿Y de las notas qué puedes contarme, nieta? -¿no iba a dejarme escapar nunca? ¿No se daba cuenta de que no tenía ganas de hablar o lo hacía a propósito? En el resto de la mesa, mis padres hablaban por lo bajo con mi abuela.
Al cabo de un buen rato reflexionando, contesté:
- Bueno… Consigo aprobar… por suerte. Oye abuela, ¿Por aquí hay algún sitio dónde poder dar un paseo? Creo que lo necesito.
- ¡Claro, querida! –Me estaba empezando a dar cuenta de que mi abuela sentía una gran afición por la palabra “querida”- Justo al doblar la esquina izquierda hay una calle que si la cruzas entera, llegas a la plaza del pueblo. Allí hay tiendas de ropa, de zapatos, restaurantes… Y seguros que jóvenes con los que podrás congeniar a la perfección.
- Muchas gracias abuela, por cierto ¿Cuál es tu nombre? –mis padres se quedaron con la boca abierta cuando vieron que dije “gracias”, y yo, con una sonrisa triunfante en la boca-.
- Pues mi verdadero nombre, querida, es Dolores, pero puedes llamarme mejor…
- Perfecto, pues abuela Dolores entonces. –Le había dejado con la palabra en la boca, quería salir de allí cuanto antes- Abuelo Felipe y abuela Dolores, dentro de un par de horas volveré.
Y sin decir nada más, cogí mi mochila y salí por la puerta de aquella casa de campo a la que no estaba nada acostumbrada a visitar.

Siguiendo las instrucciones que me había dado Dolores, llegué hasta lo que se suponía que era el sitio donde se reunía la gente. Lo llamó la plaza, pero creo que eso no merecía el nombre ni de parada de autobús. Al terminar la larga calle, había un espacio adosado con piedras y que a los lados, tenía pequeñas tiendas –como eso fuera lo más parecido a un centro comercial…- y algunos bares, y por el medio, había una fuente, ni muy grande ni muy pequeña, que creo que sería el mayor monumento del lugar. También había bastantes bancos para sentarse a contemplar el lugar más atrasado del planeta, osease, aquella plaza. Para colmo, sólo veía a algunas mujeres comprando verdura, un par de chicas riéndose por lo bajo, bastante ridículo y algún que otro anciano paseando por allí. Me preparé para adentrarme y justo cuando iba a dar el primer paso, alguien me llamó desde atrás.
Al verle me quedé quieta y extrañada. El que me había llamado, era un chico de más o menos mi edad, con el pelo negro y rizado. Ni muy largo ni muy corto. Tenía una gran sonrisa en la cara, y algunas pequitas por la nariz. Tal vez su nariz fuera un poco más grande de lo normal, y llevaba una de estas gafas negras que ahora todo el mundo llevaba por gusto en Nueva York. No estaba mal el chico, pero con cara de mal gusto, empecé a hablarle:
- ¿Quién se supone que eres tú?
- Hola, me llamo Nicolás, pero a veces me llaman Nico. Te he visto por la avenida y se te ve perdida, preocupada… Y como buen ciudadano de este pueblo, tengo el deber de ayudar a otros habitantes de él. Por cierto, nunca te he visto en el instituto, es raro.
- ¿Podría ser quizás porque no soy de aquí? Además, no habré caído en el tuyo seguramente.
- ¿En el mío? Nena, aquí sólo hay un instituto y una escuela.
-  En primer lugar, FUERA eso de nena. Me llamo Kay. En segundo lugar… ¿Sólo uno? ¿Me estás tomando el pelo, verdad?
- No, en absoluto. ¿Cuántos hay en tu pueblo?
- Yo no vivo en un pueblo. Vivo en Madrid. Y sólo he venido aquí por antojo de mis padres. Se les ha metido en la cabeza que debo pasar un tiempo con mis abuelos… Para volver a encontrar mi camino, eso dicen… Y ya te estoy contando bastante. Si sólo hay un instituto, ya nos veremos en él mañana. Aunque si podrías pasar de mí, perfecto. Bueno eso, adiós.
Me di la vuelta, con el fin de seguir con mi paseo, pero Nicolás me agarró del brazo:
- ¡Espera! ¿No quieres que te enseñe un poco todo esto?
- No necesito ningún guía.
- Puede que no… ¿pero qué tiene de malo tenerlo? –sacó otra vez esa sonrisa, pero no enseñó los dientes. Era un poco dulce, y como no tenía demasiado acné, accedí para que no me siguiera dando la tabarra.

miércoles, 7 de diciembre de 2011

Primera entrada, primera vez que me dirijo a vosotros;

Hola, creo que sería una buena forma de empezar. He creado este blog con el fin de hacer "famosa" mi historia sobre Kay, una chica enamorada de su cómoda Madrid que tiene que irse un tiempo a vivir a un pueblo alejado de todo eso con sus abuelos. Allí, vivirá grandes aventuras, y puedes descubrirlas aquí. Puede que esto no llegue a nada, o puede que consiga algún que otro lector, no sé hasta donde llegará esto. Yo por mi parte, prefiero probar suerte y esperar que algún día esta historia sea conocida por bastantes personas, personas que me harán feliz.


-La escritora-